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PARADORES

De los Bonaparte a Adolfo Domínguez: un palacio renacentista lleno de poesía

Construido en el siglo XVII, la mansión de los Larrea se utilizó como granero y se ha convertido en el mejor mirador de la Llanada alavesa a tan sólo 15 kilómetros de Vitoria

Santiago Molina

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El renacimiento posee algo de esperanza, como una creencia en las bondades del ser humano; que no todo lo que tiene son defectos y, al mismo tiempo, dispone de la capacidad de mirarle a los ojos a la belleza. En España, esta corriente de pensamiento y arquitectura cuenta con algunos edificios que encarnan ese espíritu. En Argómaniz, un pueblo de Vitoria, por ejemplo, hay uno muy especial: el palacio de los Larrea, en el corazón de la Llanada Alavesa. Es un lugar de campo donde el tiempo no parece causar sus estragos. Naturaleza, viento y luz, así se ve desde este Parador que observa el valle desde hace cuatro siglos.

Levantado en el siglo XVII, su escudo de armas, fachada e interiores se han insertado en una eternidad de confort y secretos. El más destacado de ellos tiene que ver con la Guerra de la independencia, porque los historiadores han descubierto que Napoleón Bonaparte permaneció varios días en Álava en 1808 y que alguno pasó en Argómaniz. Pero lo más interesante es que su hermano, José Bonaparte o José I se hospedó en el Palacio durante la retirada tras la batalla de Vitoria.

Un recuerdo del siglo XIX que atraerá a los amantes de la historia

Las tropas que comandaba el duque de Wellington y el ejército napoleónico al mando del rey José Bonaparte protagonizaron una de las batallas más importantes del conflicto. Tanto es así que este acontecimiento marcó el principio del fin del control francés sobre España. El ejército aliado, compuesto por tropas británicas, españolas y portuguesas, derrotó a las fuerzas francesas que intentaban retirarse hacia Francia. La victoria aliada fue decisiva, ya que provocó la retirada completa de las fuerzas francesas. La repercusión internacional del acontecimiento llegó hasta el conocimiento de Ludwig van Beethoven, que compuso “La batalla de Vitoria, opus 91”, también conocida como “La victoria de Wellington”. Desde el palacio donde se ubica el Parador se puede evocar cómo contemplaban la ciudad los soldados franceses. Fue una suerte que sobreviviera a la batalla la cubierta de madera del actual restaurante Aletegui, que aún esconde algún secreto.

La fijación de Bonaparte por el palacio tenía motivos estratégicos porque allí se guardaba el trigo y el pan representaba el 80% de la alimentación de los ejércitos franceses. Aunque los historiadores no se ponen de acuerdo de dónde se hospedó finalmente José I, el palacio del Parador es un lugar, que por razones de estrategia, era un lugar idóneo para situar su alojamiento.

Esta atalaya contempla el ritmo de la ciudad de Vitoria desde su calma, y por eso ha sido un enclave estratégico militar

Esta atalaya contempla el ritmo de la ciudad de Vitoria desde su calma, y por eso ha sido un enclave estratégico militar y también agrícola, pues su destino original era servir al campo. Mientras sus dueños se hallaban en la corte, cedieron este palacio para guardar cereal y servir a los campesinos. Un uso insólito para un edificio tan sofisticado. La causa, según el director del Parador, Manuel Quintanar, “es que los Larrea querían dejar su firma en Álava”. Por eso, la huella de este linaje está presente en otros lugares de la provincia.

Originalmente propiedad del Virrey de México, el palacio pasó a la familia Larrea, quienes realizaron importantes aportaciones al edificio. “La familia Larrea dotó al edificio de rejería eclesiástica, mampostería y heráldica”, explica Manuel. Además, la última planta era el granero, donde hoy se ubica el salón-restaurante. Al subir las escaleras que conducen al gran salón, uno puede contemplar la cubierta donde queda a la vista la viguería, que se soporta gracias a las filas paralelas de pilares de madera. Resulta llamativo, por su carácter imponente, el entramado que no posee ningún anclaje metálico. Allí, esa presencia de la madera convierte al restaurante en un lugar donde la comida se disfruta de otra manera, sobre todo porque las ventanas de ojo de buey dan a la Llanada y los comensales pueden contemplarla mientras disfrutan de la comida.

Poesía para el alma y naturaleza para el cuerpo

La transformación del Parador en un establecimiento hotelero comenzó en los años 70, con la renovación que dio lugar a las 53 habitaciones actuales. “Decidimos arreglar el palacio y crear dos salas para albergar las habitaciones que tenemos ahora”.

El Parador de Argómaniz no sólo es un lugar de hospedaje, sino también un espacio cultural que adquiere importancia cada año que pasa. Manuel Quintanar ha apostado por la cultura con la colaboración del Parador con el certamen internacional de poesía Poetas en Mayo. “Colaboramos presentando siempre a las dos personalidades más importantes del mundo de la poesía que tienen cada certamen”. El palacio ha albergado sesiones con la autora ganadora del Premio Nacional de Poesía, Aurora Luque, y con el diseñador (y también poeta) Adolfo Domínguez. En el exterior, en su jardín de paz infinita se contemplan sus “páginas de cristal”, donde los poetas dejan sus poemas en los cristales del edificio, que se mantienen hasta el siguiente año. Así, el palacio se vuelve un punto de referencia para el ritmo cultural vitoriano.

Más allá del jardín, en un pequeño escondite entre árboles, hay un recodo en forma de tanque de compostaje a donde no se llegaría si no vamos acompañados del director. Allí explica que “nos hemos convertido en un punto de compostaje líder, reciclando el 100% de nuestra materia orgánica sobrante”. El tanque incluye el reciclaje de restos de cocina y la creación de compost que se utiliza para el cuidado de las plantas del Parador y se regala a los clientes. “Este año vamos a compostar 5 toneladas”, destaca, subrayando el esfuerzo continuo para reducir la huella de carbono del establecimiento.

Nos hemos convertido en un punto de compostaje líder, reciclando el 100% de nuestra materia orgánica sobrante

La gastronomía no es el límite de un lugar que podría ser el refugio de cualquier gourmand que ya de por sí podría refugiarse en el Parador como los protagonistas de La giovinezza. Ese refugio que rejuvenece también puede propiciar las ganas de calzarse el maillot de ciclista o coger el bastón de senderismo y no dejar de lado el cuidado del cuerpo. Hay rutas para cualquier nivel. Una opción es la ruta verde del transcantábrico o la ruta del vino y del pescado, que unen la Rioja Alavesa con la costa, así como disfrutar de caminatas por el anillo verde de Vitoria y el Parque Natural de Gorbea. Los más aventureros podemos enfrentarnos a un reto único, el Monte Gorbea, el pico más alto del País Vasco, que posee vistas espectaculares.

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Desde el Parador se pueden explorar los alrededores de Vitoria-Gasteiz, conocida por su casco histórico medieval, donde la Catedral de Santa María es uno de sus atractivos más conocidos. La Catedral, de hecho, inspiró a escritores como Ken Follett para crear escenarios inolvidables en su obra Los pilares de la Tierra, por lo que cualquier lector empedernido podrá descubrir la realidad tras la ficción. Pero no todo es historia y arquitectura; el Parque Natural de Garaio es perfecto para el senderismo o el ciclismo, así como de los Humedales de Salburua, un lugar de gran valor ecológico donde es posible avistar una gran variedad de aves. ¿Un lugar curioso para encontrarse con lo inesperado? El embalse de Ulibarri-Gamboa tiene una de las pocas playas interiores con bandera azul en España.

Sin alejarnos demasiado, y sin la exigencia de las montañas, los visitantes pueden adentrarse en la Rioja Alavesa y descubrir bodegas históricas, o bien visitar el Santuario de Estíbaliz, una parada obligada para aquellos interesados en el patrimonio cultural de Álava, que recomiendan todos los empleados del Parador.

Las recomendaciones de los que más saben...

GOBERNANTA

Raquel Fraile

Gobernanta en el Parador de Argómaniz

CAMARERA

Raquel Módenes

Trabajadora en el Parador de Argómaniz

RECEPCIONISTA

Roberto Ramón

Trabajador en el Parador de Argómaniz

La ciudad que tiene una calidad de vida irrepetible

Entre los atractivos de Vitoria sorprende el Parque de la Florida, un oasis verde en el corazón de la ciudad que combina belleza natural con arquitectura de época. Fundado en el siglo en 1820 y ampliado en 1855, este jardín histórico es ideal para un paseo plácido, rodeado de árboles centenarios y esculturas clásicas. Y eso sin salir de una ciudad que palpita al ritmo de sus casi 250 mil habitantes. En el ámbito cultural, Vitoria-Gasteiz no deja de sorprender con su oferta de museos y centros culturales. El Museo Artium, dedicado al arte contemporáneo, presenta exposiciones atrevidas y una colección permanente que destaca a artistas vascos y nacionales. El casco histórico de la ciudad, que se fundó en el siglo XII, conocido como la Albaola, es otro de sus encantos, y de los más antiguos del País Vasco. Las calles empedradas y los edificios medievales transportan a los visitantes a épocas pasadas. Para los amantes de la gastronomía, Vitoria-Gasteiz es un verdadero oasis. Además, Vitoria-Gasteiz cuenta con un compromiso con la sostenibilidad y la naturaleza que se refleja en su red de caminos verdes. Estos senderos permiten explorar la ciudad y sus alrededores en bicicleta o a pie, disfrutando de la belleza de sus paisajes urbanos y rurales.

Por qué le gustó a Napoleón

A tan sólo quince minutos en coche se halla Vitoria-Gasteiz, la capital provincial. La localidad se encuentra, a la vez, a unos cuarenta y cinco minutos de Bilbao, lo que facilita el acceso a la fantástica escena artística, gastronómica y museística de la ciudad, como el Museo Guggenheim. Para aquellos interesados en la costa, San Sebastián está a aproximadamente una hora en coche, algo que permite disfrutar de sus playas y su arquitectura aristocrática, repleta de buen gusto. Este enclave de paz a poco tiempo de otros lugares tan llamativos como éste, fue uno de los motivos por los que Napoleón situó allí sus tropas. Muy cerca de Argómaniz, el pintoresco pueblo de Laguardia, con su encanto medieval y bodegas subterráneas, es una visita ineludible que complementa perfectamente la experiencia. Con estas distancias cómodas y accesibles, Argómaniz se convierte en una base excelente para quienes desean explorar todas las riquezas que esconde el País Vasco desde un lugar donde pueda disfrutar del mejor descanso. No obstante, quien sólo busque un fin de semana de relax, se podrá quedar en la atalaya contemplando las extensiones de campo. Un pequeño secreto de este redactor: en el jardín pacífico donde uno puede disfrutar de un refresco o una buena copa de vino de la Rioja alavesa encontrará una zona verde más allá, bajo una pérgola, donde no hay servicio de terraza, porque está pensado para sentarse a leer o conversar con calma con quien nos acompañe. Allí, hay un pequeño camino que da a la carretera, y si caminamos hacia la derecha contemplaremos la iglesia de San Andrés, una edificación del siglo XVI donde hay un banco que tiene las mejores vistas del lugar.

Hoy comemos...

Algunos líderes lo son por naturaleza y otros se forjan para llegar a serlo. Sergio Lacalzada es de los primeros. Un chef que sabe que liderar es dar ejemplo, implicarse y generar un ambiente donde todo el mundo “reme a una”. Formado en Santo Domingo de la Calzada, en La Rioja, tiene un talento particular en reconvertir platos tradicionales con pequeños-grandes detalles a una velocidad inusitada. “La cocina es mi mundo ahora mismo, es mi pasión y mi trabajo. Invierto muchísimas horas al día en ello y siempre se aprende algo nuevo”, explica. La clave que impera en sus fogones es “no hay que bajar la guardia, hay que estar al pie del cañón y ser el primero que tira del equipo”. Rápido, elaborado y con ingredientes de proximidad en una carta variada. Es un hombre directo que conoce la cocina alavesa y se esfuerza por sacarle el máximo partido en todo aquello que cocina. En una carta que no se deja nada fuera encontramos las mieles del campo y el mar; desde los quesos artesanos de Idiazábal, Berria y Ronkal para abrir apetito hasta el bacalao con piperrada de verduras que se termina con un pilpil confitado. Este último es un ejemplo de armonía de sabores y del milagro del mar. Por otro lado, la paletilla de cordero lechal confitado y asado, y sus hojas de guarnición, supone un acontecimiento que se echará de menos una vez hayamos terminado. Para salir de lo común, Lacalzada ha introducido en la carta un pastel de setas con salsa de hongos, paraíso de micofilia en un pequeño bloque elegante cuya presentación ya es de por sí deliciosa.

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Redacción: Santiago Molina .                   

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