El motivo por el que la Superliga pone en jaque al fútbol español
La creación de una competición elitista en el viejo continente iría en contra de una historia centenaria, significaría el final de las ligas nacionales europeas, afectaría a millones de aficionados y provocaría perjuicios de consecuencias impredecibles más allá del fútbol
En abril de 2021, una propuesta a cargo de 12 de los principales clubes europeos hacía temblar los cimientos del fútbol. La denominada European Super League (Superliga Europea), concebida al margen de las instituciones y contestada enérgicamente desde diversos ámbitos, suponía un desafío al deporte del balón en sí mismo y a todo el ecosistema que le rodea, amenazando una estabilidad competitiva, social y económica que no necesitaba de elementos excluyentes y sí inclusivos.
Frente a aquella partitura discordante, cuya fuerza ha menguado de manera irreversible hasta convertirse en una iniciativa residual liderada por tres entidades, LaLiga siempre ha entendido que la dirección era precisamente la opuesta. Sobre todo, cuando los argumentos que maneja están respaldados por la apabullante consistencia de los datos, que confirman el enorme perjuicio que una liga de tintes elitistas provocaría.
LaLiga defiende que hay mucho en juego puesto que la Superliga supone una amenaza real a una tradición europea de más de 100 años y rompería el sueño de los millones de aficionados de las competiciones nacionales. Por ello, ante los intentos de sembrar la discordia, el único camino posible es el de la unión frente a quien quiere romper el orden establecido.
Y si existía una mínima duda razonable del impacto de la Superliga en el fútbol profesional español, un informe realizado por la prestigiosa firma KPMG pone de manifiesto que la creación de dicha competición provocaría un mayor enriquecimiento de los clubes que ya dominan el panorama futbolístico y reforzaría su supremacía frente al resto. Además, también daría lugar a la pérdida de decenas de miles de puestos de trabajo y reduciría drásticamente los ingresos fiscales de las arcas públicas.
En términos generales, las ligas domésticas (representan a 1.554 clubes profesionales) y las asociaciones europeas (representan más del 75% de los ingresos en el fútbol europeo) forman parte de un modelo que fomenta el equilibrio y el crecimiento de la industria en el que las decisiones son fruto del consenso y de un espíritu democrático que la Superliga pretende soterrar.
Un modelo que ya fue rechazado
Es más, en 2019 ya hubo un intento de instaurar un modelo de ascensos y descensos entre competiciones europeas que fue rechazado frontalmente porque, como sucede con la actual propuesta de la Superliga, hacía tambalearse los principios básicos por los que se ha regido el fútbol europeo en los últimos lustros. Y es que el sistema desterraba la meritocracia impidiendo que las ligas domésticas dieran acceso a las competiciones europeas menoscabando en el trayecto el irrenunciable principio de igualdad.
No es de extrañar que incluso dos de las principales instituciones de la Unión Europea, como son el Consejo y el Parlamento Europeo, se hayan posicionado también en contra de la Superliga para defender, por amplia mayoría, el vigente modelo abierto que ha permitido crear un ecosistema equilibrado que no beneficia, como ahora se pretende, a los grandes clubes ni a una mínima parte de los futbolistas, apenas el 5% del total. A pesar de que es necesario llevar a cabo reformas que mejoren la actual situación, la Superliga no es la solución ni la panacea.
“El formato del que están hablando es muy perjudicial para las ligas nacionales, por eso saben que, si lo explican, la oposición al mismo seguiría siendo fuerte. Esperemos que la Superliga no prospere porque va a destruir las ligas locales y sus aficiones. No podemos permitir que el fútbol esté en manos de los clubes que más dinero tienen, tenemos que encontrar un equilibrio”, explica Javier Tebas, presidente de LaLiga, consciente del desajuste competitivo que generaría la Superliga, de la disminución del valor de las ligas en cada país y del efecto negativo para toda la industria por el descenso de ingresos, la pérdida de puestos de trabajo y el daño a las arcas públicas al reducirse también la recaudación impositiva.
De hecho, las conclusiones del Abogado General del Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) apuntan que las normas de la FIFA y de la UEFA que supeditan cualquier nueva competición a una autorización previa son compatibles con el Derecho de la Unión en materia de competencia. Es decir, ambos organismos tienen potestad para vetar la creación de la Superliga. Desde LaLiga se considera que el actual modelo europeo del deporte, que cuenta con el respaldo de las instituciones europeas, permite un adecuado desarrollo de nuestro deporte, desde la base hasta las categorías profesionales, con una convivencia adecuada entre las ligas nacionales y las competiciones europeas. “Desde LaLiga, junto con otras ligas europeas, seguiremos luchando para que las instituciones europeas legislen y proporcionen amparo legal al modelo europeo actual del fútbol”, añade Tebas.
El fútbol español no quiere ser menos
En lo que se refiere estrictamente a LaLiga, las consecuencias derivadas de la implantación de la Superliga podrían provocar un verdadero seísmo para los clubes que la integran y acabaría por cercenar los ingredientes que convierten al fútbol en el mayor espectáculo deportivo en nuestro país y que suscita el interés de millones de aficionados.
Sin ir más lejos, mientras Real Madrid y FC Barcelona verían mejorados sus ingresos en más de 400 millones, la disminución para el resto de clubes en una temporada se cifraría en un 55%. Es decir, por ejemplo el Atlético de Madrid pasaría de ingresar 373 millones a 138, el Valencia CF vería mermados sus ingresos de los 98 actuales a 40, y el Rayo Vallecano reduciría los suyos a 18 millones cuando en estos momentos percibe 52. Una coyuntura que iría en detrimento del interés de la competición y del valor de los propios clubes, con una pérdida estimada de hasta un 64%.
Y es que el impacto negativo se dejaría notar de muchas formas. Si los ingresos por derechos audiovisuales, por patrocinios, por taquilla e incluso por abonos disminuyen, indudablemente se reduce la relevancia de la competición porque existiría pérdida de talento, el nivel se resentiría y el atractivo de los partidos sería irremediablemente menor en un escenario en el que además habría más partidos de los denominados equipos grandes y un posible conflicto de intereses a nivel de calendario, que podría provocar que las ligas nacionales se tuvieran que jugar entre semana.
“Lo que más nos importa es la estabilidad de nuestra industria. Y si tenemos que pelear para que haya normativas que defiendan la estabilidad del modelo europeo así lo haremos. No queremos que nos gobiernen los que más activos tienen, el fútbol es mucho más que los 20 clubes más ricos. Nos gustan los modelos como el que fomenta LaLiga en España, donde hay un reparto equitativo y no se hace lo que dictan los clubes que más activos tienen”, reconoce Tebas.
LaLiga, de la mano del resto de competiciones del continente y de la inmensa mayoría de clubes y asociaciones, pretende proteger el fútbol de amenazas como la que supone la Superliga, que aboga por destruir el deporte del balón tal y como lo conocemos después de una historia rica en matices que ha convertido valores como la igualdad y el respeto en sus señas de identidad. El fútbol es competición y espectáculo, como demanda el aficionado, pero también es el sustento de millones de familias que generan unos recursos y riquezas cuyas implicaciones trascienden lo meramente deportivo. La Superliga es el beneficio de unos pocos y el mal de muchos. Una ocurrencia que se combate desde el sentido común.