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Vasili Smyslov, el campeón olvidado

Vasili Smyslov, el campeón olvidado

Cuentos jaques y leyendas ·

En la memoria colectiva de los aficionados al ajedrez suele olvidarse el nombre del moscovita Vasili Smyslov. Sin embargo, no solo fue campeón del mundo sino que comprendió los secretos del juego-ciencia desde un enfoque tan personal como genuino

Manuel Azuaga Herrera

Domingo, 12 de marzo 2023, 08:02

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La Habana. 15 de marzo de 1921. José Raúl Capablanca, tras capturar un peón enemigo en el centro del tablero, derrotó al alemán Emanuel Lasker. Con su victoria, el cubano se convirtió en el tercer campeón del mundo de la historia del ajedrez. Nueve días más tarde, nació en Moscú Vasili Vasílievich Smyslov, un chico que parecía estar esperando el momento exacto para asomar su cabeza como el heredero de Capablanca, una cabeza lampiña sobre la que también brillaría, extraño atavismo, la codiciada corona de campeón mundial. Sin embargo, Vasili Smyslov ha quedado enterrado en el olvido y, aún hoy, son pocos los aficionados que recuerdan su gesta, acaso sus bellas partidas o su poderoso estilo de juego. En su alcance, solo en su alcance, el relato de Smyslov me recuerda al del pintor impresionista Alfred Sisley, un genio al óleo eclipsado por la sombra de Renoir, Monet o Vincent van Gogh.

Para conocer la figura de nuestro personaje, para adentrarnos en su misterio, es obligado leer a Andrey Terekhov y su monumental 'The Life & Games of Vasily Smyslov'. Terekhov es, sin duda, uno de los expertos más prestigiosos en el estudio biográfico de Smyslov. El excampeón del mundo falleció en 2010, a los 89 años, debido a una insuficiencia cardiaca. En 2017, Terekhov viajó a Moscú y pasó una semana en casa de Smyslov, donde revisó archivos y documentos personales. Andrey llevaba años trabajando en su libro. El proyecto de investigación nació a partir de una pregunta: «¿Por qué Smyslov es el campeón del mundo menos conocido?».

Siento tan propio este interrogante que, mientras escribo estas líneas, trato de contactar con Terekhov. Tengo suerte. Me atiende amable y educado, dispuesto a arrojar luz sobre la umbría silueta de un ajedrecista al que, me doy cuenta al instante, admira profundamente. «Creo que este olvido se debe a una combinación de varios factores», explica. «Su reinado como campeón fue muy corto, solo un año, y su estilo no era tan llamativo como el de Mijail Tal, quien también reinó poco tiempo. Además, Smyslov era una persona reservada, llevaba una vida muy privada». Cuando Terekhov llegó a la casa de Smyslov, sintió un pellizco en el estómago. Estaba pisando un santuario, el hogar de una leyenda. Benka, la gata de Smyslov, con su largo pelo blanco de vetas marrones, le saludó «con proverbial curiosidad».

Losprimeros años

«No se sabe mucho sobre la infancia de Smyslov», aclara Terekhov. «Su padre fue, sin discusión, su mayor influencia». No en vano, el padre de Smyslov, Vasili Osipovich Smyslov, fue un ajedrecista con una fuerza de juego considerable. Tanto fue así que, en 1912, derrotó nada menos que a Alexander Alekhine, en San Petersburgo. Terekhov confirma la hazaña: «Su hijo estaba muy orgulloso de este episodio e incluyó la partida en varios de sus libros». La batalla, ciertamente, es preciosa. Smyslov padre, con negras, realizó unas maniobras tácticas muy precisas para, finalmente, capturar un caballo en 'c3', lo que obligó a Alekhine a rendirse. «Smyslov siguió el modelo de su padre en casi todo», señala Terekhov. «Vasili Osipovich jugaba al ajedrez, tocaba el piano y tenía una hermosa voz de barítono operístico. Y eso es, básicamente, todo lo que hizo Smyslov a lo largo de su vida».

A los seis años, el pequeño Smyslov ya movía los trebejos en casa. En 1935, acudió con su padre al Museo de Bellas Artes, donde se estaba celebrando la segunda edición del Torneo Internacional de Moscú. Habían pasado diez años desde la primera edición del torneo y, aun así, el pueblo ruso seguía bajo los efectos de la «fiebre del ajedrez». Smyslov fue testigo del duelo entre el excampeón mundial Emanuel Lasker y José Raúl Capablanca, sucesor del primero. Aquella escena majestuosa, entre lo mítico y lo fantástico, quedó grabada para siempre en la retina del joven Smyslov. El ganador del torneo, por cierto, fue Mijail Botvinnik, quien a sus 23 años ya amenazaba con llevar al ajedrez soviético a las más altas cumbres.

A Smyslov le gustaba tocar el piano y, sobre todo, cantar. A partir de 1947 estudió canto seriamente con el profesor Konstantin Zlobin

Meses más tarde, quizás inspirado por lo que vio en el Museo de Bellas Artes, Vasili jugó su primer torneo. «Había un club de ajedrez en Gorky Park, justo al otro lado del río de la casa de Smyslov», explica Terekhov. El club de Gorky Park se convirtió en el lugar de encuentro para muchos jóvenes talentos. Smyslov forjó una estrecha relación con Bazya Dzagurov, a quien consideró su verdadero mentor en el tablero. Dzagurov se había ganado a pulso el blasón de buen jugador, pues había derrotado a Emanuel Lasker en una exhibición de partidas simultáneas del alemán. Por desgracia, la historia de Dzagurov acabó en tragedia. Murió en la Segunda Guerra Mundial, en otoño de 1941, durante la defensa de Moscú. «Smyslov no supo que su amigo había muerto hasta que él mismo regresó a Moscú después de la evacuación», añade Terekhov. «Los restos de Dzagurov nunca se encontraron».

Ópera en blanco y negro

Por aquellos años Vasili Smyslov ya había ganado el Campeonato Juvenil de la Unión Soviética y obtenía excelentes resultados en las competiciones de élite. Además del ajedrez, Smyslov practicó el boxeo. Llegó a entrenar por un tiempo con el siete veces campeón soviético Evgeny Ogurenkov. Su otra pasión, más allá del tablero, era la música. A Smyslov le gustaba tocar el piano y, sobre todo, cantar. A partir de 1947, estudió canto seriamente con el profesor Konstantin Zlobin. En 1957 se presentó a una prueba de audición en el Teatro Bolshoi. No la superó. Con cierta resignación, Smyslov confesó: «Igual que le sucedió a mi padre, el canto continuó siendo algo solo para mi disfrute». Y añadió: «Probablemente fue lo mejor porque en ese momento ya estaba a las puertas del título de campeón mundial».

El gran maestro Juan Manuel Bellón conoció bien a Smyslov y a su mujer, Nadia Smyslova. «Vasili era todo un caballero. Antes de sentarse a jugar, le daba un beso en la mano, de pie, a todas las jugadoras. Entre ronda y ronda, cuando se daba la oportunidad, nos deleitaba con su bella voz de barítono. Me regaló un disco suyo que guardo como oro en paño». Bellón me muestra una fotografía de la carátula y la contra del disco. «Васи́лий Смысло́в». «Oперные Aрии». O lo que es lo mismo: «Vasili Smyslov». «Arias operísticas». Se trata del segundo disco de Smyslov, donde canta nueve arias de Tchaikovsky, Verdi, Rubinstein... Terekhov aporta una imagen muy potente acerca del amor que sentía Vasili por la música: «Smyslov contaba que tuvo un sueño en el que Enrico Caruso, al que idolatraba, le daba consejos personales sobre cómo cambiar su forma de cantar».

La verdad en el ajedrez

No sabemos si Smyslov también soñó con el fantasma de las leyendas del noble juego, pero su fuerza en el tablero, en la década de los 50, era portentosa. Su mayor virtud fue comprender como nadie la esencia de cada posición. Lo hacía desde una perspectiva profunda, posicional y tranquila. Como un ecógrafo o un radiólogo, Smyslov había desarrollado un instinto visual, una extraña mirada traslúcida. Gracias a ello, se convirtió en un experto en la fase final del juego, cuando quedan pocas piezas en el tablero, como en su momento lo había sido Capablanca. Así, su estilo era sólido, muy compacto, alejado de alardes innecesarios o florituras tácticas.

Consciente de su fortaleza, Smyslov dijo una vez: «Haré cuarenta buenas jugadas y, si haces lo mismo que yo, la partida terminará en tablas». Para alguien como Boris Spassky tampoco había dudas: «Vasili Smyslov era el ajedrecista más fuerte del mundo. Botvinnik era oficialmente el campeón mundial, pero Smyslov era más fuerte que Botvinnik. Todos lo sabíamos, no había necesidad de discutirlo». Otro campeón del mundo, Vladimir Krámnik, describió a Smyslov como «la verdad en el ajedrez».

Como un ecógrafo o un radiólogo, Smyslov había desarrollado un instinto visual, una extraña mirada traslúcida

Vasili Smyslov se proclamó campeón del mundo el 27 de abril de 1957, en Moscú, tras vencer a Mijail Botvinnik, al que admiraba desde que era un niño, desde aquella visita con su padre al Museo de Bellas Artes. Vasili había tenido una primera oportunidad, en 1954, también contra Botvinnik, pero la serie de partidas terminó con el marcador empatado y el patriarca, a igualdad de puntos, conservó la corona. En la segunda ocasión, Smyslov alcanzó la gloria. Sin embargo, un año y once días después de proclamarse campeón, volvió a perder contra Botvinnik, de nuevo Botvinnik, siempre Botvinnik, quien recuperó un título que parecía pertenecerle.

Un golpe de suerte

El reinado de Smyslov fue conciso como un rayo, pero su carrera deportiva aún mantendría, durante mucho tiempo, el fulgor de un luminoso relámpago. En 1983, con 62 años, Smyslov jugó los cuartos de final del Torneo de Candidatos contra el alemán Robert Hübner. Después de las partidas reglamentarias, se llegó a un empate. Y, tras otras cuatro partidas de desempate, el marcador reflejó un resultado de siete a siete. Así las cosas, Smyslov y Hübner se jugaron el pase a la ruleta en el famoso casino de Velden, en Austria, donde se celebraba la contienda. El trato fue el siguiente: si salía un número rojo, ganaba Smyslov; si salía negro, Hübner.

De acuerdo con esos términos, se hizo girar la cabeza de la rueda. Giró y giró hasta que la bola que daba vueltas por la pista se detuvo en la casilla del número cero (verde), como si el azar no quisiera tomar parte en una decisión tan importante. Imagino el cruce de miradas entre Smyslov y Hübner, el sudor destilando por las espaldas, el hediondo olor a prolactina. En el segundo giro de ruleta, la bola descansó sobre la casilla del número tres (rojo). Esta escena desmontaría, quizás desde lo absurdo, aquello de que la suerte no existe en el ajedrez. Ya en semifinales, Smyslov fue eliminado por un joven de carácter volcánico que venía dispuesto a cambiar la historia del ajedrez, Gari Kaspárov, pero ese ya es otro relato.

El nuestro termina aquí, en este golpe de buena suerte, en el recuerdo de las maravillosas partidas de Smyslov, obras de arte de las que hay que alejarse, sí, alejarse para dar un paso atrás, para tomar perspectiva y disfrutar de la verdadera belleza, como quien contempla los colores de un cuadro de Alfred Sisley y descubre que, detrás de cada pincelada, habitaba el afán creativo de un genio.

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