Castigo ruso contra Saltivka, zona cero de Jarkov
Bombardeos continuos. Unos pocos vecinos resisten bajo tierra en este distrito que Rusia ataca sin tregua
mikel ayestaran
Enviado especial. Jarkov
Viernes, 6 de mayo 2022, 00:13
Rusia insiste en sus comunicados oficiales que su «operación especial» se centra en el Donbás, pero desde el 24 de febrero sus tropas no se olvidan un solo día de Járkov. La segunda ciudad de Ucrania recibe ataques diarios y el distrito de Saltivka, en la parte noreste, es el principal objetivo de la artillería rusa. Es el punto más cercano a una línea del frente que está a muy pocos kilómetros y es también una especie de zona fantasma que antes de la guerra albergaba a más de 500.000 vecinos y ahora apenas cuenta con unos cientos. «Nos hemos acostumbrado, después de dos meses las explosiones se han convertido en una parte más de nuestras vidas, ¿qué podemos hacer?», se pregunta Sergei, único vecino de todo su bloque de viviendas que resiste la guerra porque «esta mi casa y no pienso abandonarla, voy a reparar los daños y la tendré lista para el día de la victoria, ese día regresarán mi mujer e hijos del lugar seguro al que se han marchado».
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Sergei camina en compañía de su perro por las largas avenidas de corte soviético de esta zona dormitorio plagada de parques y árboles. Destrucción y explosiones conviven en macabro equilibrio en este distrito en el que los búnkeres son hogar para los supervivientes. Naciones Unidas eleva a 530 los civiles muertos en Járkov y, según la municipalidad, 2.100 edificios han resultado dañados, la mayor parte Saltivka, que en dos meses ya se podría considerar una de las zonas de Europa más castigada por bombardeos desde la Segunda Guerra Mundial. Los ataques son tan continuos que ya no suenan las sirenas porque aquí la alerta es permanente.
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Olga Ivanovna ha cambiado su trabajo como agente inmobiliaria por el de organizadora del búnker de su edificio donde ahora duermen treinta vecinos. Los edificios levantados en la época de la URSS cuentan con refugios en el subsuelo, los suelos son de arena y hay que agacharse para no lastimarse con el entramado de tuberías. En este búnker una estampita de San Miguel vela por la seguridad de los presentes y cuentan también con una pequeña biblioteca.
«Lo peor fueron los primeros días, cuando todo era nuevo para nosotros. No sabíamos lo que iba a durar y había ataques de pánico. Con el paso de los días salió mucha gente y quienes nos quedamos hemos ido formando toda una familia, estamos unidos, nos apoyamos y queremos estar aquí hasta el final porque esta es nuestra ciudad, nuestra patria», apunta Olga, en cuya agenda figuran ahora los teléfonos de todos sus vecinos. Mantiene contacto con todos ellos y se organizan para que no falte de nada en un distrito en el que ya no recuerdan lo que es tener electricidad o agua corriente. Podrían ir a otros barrios de la ciudad, montarse en un tren rumbo a la parte occidental del país, viajar a Europa… pero eligen quedarse.
Acostumbrados a explosiones
Mientras toma notas una fuerte explosión hace retumbar el suelo. El proyectil ha impactado muy cerca y pronto un enorme humo gris se eleva al cielo. Ni se inmuta. «Nos hemos acostumbrado», afirma, ocupada con la preparación de la comida en la cocina colectiva operativa en la parte exterior del búnker.
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Aquí la vida no ha cambiado tras el anuncio del ministerio de Defensa sobre la liberación de diez aldeas del extrarradio de Járkov que estaban en manos del enemigo. La contraofensiva ucraniana parece haber obligado a retrasar sus posiciones a los rusos, pero los ataques contra Saltivka se mantienen. Eso no varía. «Quiero agradecer a Occidente toda la ayuda humanitaria que nos envía y la buena acogida a nuestros refugiados, pero sobre todo agradezco el envío de armas a nuestras tropas porque esa es la clave para resistir y vencer esta guerra», opina Olga, acompañada de Ludmila y su mascota, un Yorkshire tocado con una pequeña coleta.
Sorprende el volumen y la cantidad de detonaciones y sorprende aún más la naturalidad con la que estos supervivientes digieren cada uno de los ataques. El ser humano se acostumbra a todo, a la guerra también. Saltivka es el ejemplo.
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