El marido muerto, el hijo mayor herido y el suegro desaparecido
Alla Krotkikh refleja el drama de los miles de madres y esposas de militares ucranianos fallecidos y heridos, que luchan por sacar adelante una familia
Zigor Aldama
Enviado especial. Kiev
Jueves, 21 de abril 2022, 00:04
Savely Krotkikh cumple este jueves diez años y ha pedido un regalo muy especial: visitar la tumba de su padre, Igor Krotkikh, un militar que falleció hace exactamente un mes en la cruenta batalla de Irpín. Su madre, Alla Krotkikh, le ha concedido el deseo, y los dos llevan flores al cementerio de este pueblo satélite de la capital ucraniana, Kiev. Del horizonte llega el rugido de las excavadoras que están comiéndole espacio al monte para que los enterradores puedan continuar cavando tumbas. Su actividad es una de las pocas que no cesa en Ucrania.
Las hileras de enterramientos desde que comenzó la invasión rusa, el pasado 24 de febrero, superan con creces las dedicadas a una década en tiempos de paz. No en vano, las autoridades afirman que ya se han retirado 269 cadáveres en esta localidad de unos 69.000 habitantes. Y aún hay desaparecidos. Uno de ellos es, precisamente, el padre de Igor. «Lo vimos por última vez el 20 de marzo, cuando fuimos a prepararle comida. Es una persona mayor, nació en 1939, y se resistió a evacuar la ciudad. Continuaba viviendo en mi casa, que ha quedado parcialmente destruida. Pero allí no lo hemos encontrado», cuenta Alla con entereza obligada, porque Savely no para de llorar y necesita la fortaleza de su madre.
El cuerpo de Igor, nacido en 1975, no descansa con el de los civiles. Comparte con otros soldados caídos en combate un espacio delimitado por banderas nacionales. Las lápidas demuestran que los primeros murieron en 2014, durante la anexión rusa de Crimea. Varios más fallecieron combatiendo en la guerra que desde hace ocho años asola el Donbás, la región oriental rusoparlante en la que actualmente se centra la ofensiva de Vladimir Putin. Y su número se ve ahora empequeñecido por el de quienes han perecido en las últimas semanas. Ya hay varias tumbas cavadas para los que vendrán en los próximos días.
LAS CLAVES:
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Drama. Igor Krotkikh falleció en brazos de su hijo Vladislav, de 21 años, que recibió tres disparos mientras protegía su cuerpo
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Fallecidos. Las excavadores comen el terreno al monte para poder ampliar el cementerio en Irpín
«Desde el primer día, Igor defendió Irpín junto con su hermano Yurii y mi hijo mayor Vladislav. El 16 de marzo se produjo un combate terrible que se alargó durante cinco días en los que lograron resistir mientras esperaban los refuerzos que no llegaban. No se rindieron nunca. El día 21 Igor recibió dos disparos en el corazón. Estaban en una trinchera en el suelo y los rusos ametrallaron desde pisos altos», recuerda Alla, cuyo drama va mucho más allá de haber quedado viuda.
«Un milagro»
Porque Igor murió en brazos de su hijo mayor, Vladislav Krotkikh. Y este joven, de solo 21 años, recibió tres disparos y sufrió heridas de metralla cuando trataba de proteger el cuerpo de su padre. El hermano de Igor, Yurii Krotkikh, estaba con ellos y también resultó herido por fuego de mortero. «Al principio los llevaron al Hospital Número 7 y luego los trasladaron al Hospital del Instituto Shalímov, donde llevan ya un mes. No pensé que iban a salvarles, pero se ha obrado un milagro. A mi hijo le han sacado dos balas del estómago, pero tiene trozos de otra alojada en el pulmón y no la pueden sacar porque hay riesgo de que se muera», comenta Alla.
Del bolsillo interior de la chaqueta saca una pequeña bolsa hermética de plástico en la que guarda las dos balas que tenía alojadas Vladislav. Una es del calibre 7,62, probablemente de un Kalashnikov AK-47, y un experto militar consultado por este diario señala que la otra puede ser una bala de pistola de 22 milímetros. Se han convertido en un amuleto para ella. «El médico nos ha dicho que mi hijo tuvo suerte: podría haber muerto porque algunas esquirlas estaban muy cerca de la arteria. Se podría haber desangrado», explica. Eso sí, Vladislav sufrirá secuelas de por vida debido al proyectil en su pulmón. Su tío ha tenido mejor suerte, y espera recuperarse en unas semanas.
En cualquier caso, a Alla le preocupa más el trauma psicológico. «Mi marido y yo le pedimos a Vladislav que no combatiese, pero fue su decisión. »Cómo vamos a vivir si destruyen nuestro país«, me dijo. Nunca se había enfrentado a algo tan terrible y sigue en 'shock'. Le está costando aceptar la situación, y lo entiendo porque no quiero ni imaginarme cómo tuvo que ser. Al principio rechazaba la asistencia de los psicólogos, pero ahora parece que avanza poco a poco», relata mientras Savely se agarra con fuerza a su pierna.
La situación física y mental de Vladislav retrasó el funeral de su padre. «En primer lugar, no pudieron rescatar el cuerpo de Igor hasta diez días después de su muerte por la intensidad de los combates. Y luego lo preservaron en la morgue porque Vladislav no estaba preparado para asistir al funeral y quisimos esperarle. Al final lo enterramos el 11 de abril y nuestro hijo mayor fue en silla de ruedas. Ha perdido 20 kilos y aún tiene que pasar por diferentes operaciones», cuenta su madre, que ahora se enfrenta a otro gran escollo: el económico.
Alla es agente de policía. Pero su sueldo no es suficiente para mantener a dos hijos sola. Y, además, en su casa no puede vivir. Porque, como sucede en gran parte de Irpín, un pueblo desolado, las puertas y las ventanas están reventadas y hay grandes boquetes en las paredes. «El Gobierno nos ha prometido una ayuda económica, pero aún no hemos recibido nada», afirma Alla.
Sin ideologías políticas
Por eso, de momento viven todos juntos en la habitación del hospital en la que tratan a Vladislav. «Estoy muy agradecida porque nos han acogido allí. Los compañeros del Cuerpo me han ayudado mucho e incluso hemos recibido el cariño y la ayuda de muchos desconocidos. Incluso en esta situación hay algo bueno. Estamos todos unidos, independientemente de la ideología política», resalta Alla, a quien le emocionó un café que alguien le envió con una nota: 'Para la madre de un héroe'.
Ahora, la familia quiere que una calle de Irpín lleve el nombre de Igor, o su apellido. «El alcalde estuvo en el funeral y pareció aceptar la idea. Vladislav reclama que le otorguen una medalla al mérito, y yo también quiero que se la den a mi hijo y a Yurii como muestra de respeto», sentencia la madre, que no esconde su orgullo: «Queremos darle las gracias por haberse sacrificado para salvar la ciudad. Gracias a hombres como mi marido nosotros seguimos vivos».
Pero, como les sucede a miles de mujeres por todo el país, y también a las víctimas de muchos otros conflictos bélicos, ahora Alla va a tener que sacar adelante a la familia con recursos limitados. Ella tiene la ventaja que proporciona un empleo, pero, en una sociedad patriarcal como la ucraniana, reconoce que no será fácil. A pesar de todo, se encoge de hombros con una resignación cada vez más extendida por un país devastado que, eso sí, confía plenamente en la victoria de David contra Goliat y rechaza de pleno una capitulación que podría salvar decenas de miles de vidas.
Odisea en busca de la diálisis
Nadia Mazun, una administrativa de clase acomodada y 34 años de edad, habría huido de Kiev cuando comenzó una guerra que nunca creyó posible, pero la enfermedad de su madre se lo impidió. Los riñones no le funcionan y tiene que someterse a diálisis tres veces a la semana. «Planeamos ir a España y consultamos las posibilidades de que continuase con el tratamiento en Alicante o Bilbao, pero vimos que no era factible realizar un viaje tan largo en plena guerra y temíamos que la burocracia retrasara su acceso a la diálisis», recuerda.
Vivió las tres primeras semanas de la invasión con sus padres en un pueblo cercano a Bucha e Irpín, destruidos por los combates. «Nos escondíamos en el sótano de los vecinos, porque nuestra casa no tiene uno», cuenta. Pero la situación se hizo crítica para la madre y tuvieron que mudarse a una localidad del sur, cercana a Hungría, para conectarla a la máquina que la mantiene con vida.
Nadia ha gastado gran parte de sus ahorros en alquilar apartamento allí, pero ha logrado su objetivo: aunque su salud se ha deteriorado, su madre aún está viva gracias a la ayuda humanitaria europea que abasteció a los hospitales del sur. «La gente se ha aprovechado y ha aumentado los precios de los alquileres en las zonas seguras de 300 a 1.000 dólares. Es una vergüenza», recrimina.
La familia ya ha regresado a Kiev porque se ha retomado el programa de diálisis. Pero no es así en otros hospitales del resto del país. «Muchos enfermos crónicos pueden morir por falta de atención», afirma Nadia. Y un doctor que prefiere mantenerse en el anonimato lo confirma. «Cada vez tenemos más medicamentos, pero aún faltan muchas cosas. La logística es complicada», afirma. Como sucedió con la covid, la falta de asistencia sumará muchos muertos a la guerra en Ucrania.