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Los primeros evacuados de la acería de Mariúpol llegan a Zaporiyia. EFE

Zaporiyia, punto de huida de la ocupación

Refugio. 250.000 personas han pasado ya por la primera ciudad que encuentran los desplazados tras huir de la zona que controla el Ejército de Moscú en el este de Ucrania

mikel ayestaran

Enviado especial. Zaporiyia

Miércoles, 4 de mayo 2022, 21:55

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Cientos de personas esperan su turno con paciencia a las puertas del Kozak Palats, el principal centro de exposiciones de Zaporiyia. Esta ciudad del sureste de Ucrania se ha convertido en una especie de capital para los desplazados que escapan de las zonas bajo control ruso. «En estos dos meses de guerra hemos recibido a 250.000 personas y las necesidades son enormes. La administración militar hace lo que puede, pero atendemos a gente que lo ha perdido todo, ha salido de casa con lo puesto y necesita comida, abrigo, refugio…», explica Viacheslav, responsable de la gestión de un servicio atendido por voluntarios. En el recinto encuentran ropa, comida, juguetes, consultas médicas y lo necesario para hacer frente a los primeros días.

Entre las decenas de trabajadores está María, estudiante de Relaciones Internacionales que asegura que «mucha más gente se animaría a salir si los rusos respetaran los corredores. No lo hacen y no hay rutas seguras para los civiles». Las vías de escape son complicadas y los acuerdos, como el que posibilitó la reciente salida de civiles de la planta metalúrgica de Azovstal, en Mariúpol, son puntuales.

El frente está a unos 60 kilómetros al sur y los rusos controlan la mayor parte de una provincia, en la que, entre otras medidas, tratan de implantar el rublo como moneda en lugar de la grivna. La mayor parte de los recién llegados están de paso y desde aquí parten hacia otros puntos de Ucrania o a Europa, con Polonia como destino número uno.

Unos pocos se quedan y el dormitorio de la Facultad de Medicina se ha convertido en el hogar improvisado para 412 personas. Comparten ahora el campus con los cientos de estudiantes que no pueden volver a sus casas porque han quedado en territorio ocupado. La guerra ha obligado a regresar a las clases online y ha vaciado las aulas, pero ha traído a los desplazados «y creemos que por mucho tiempo. Hay que estar preparados para una guerra larga», lamenta Natalia, una de las responsables.

Los niños corren por los largos pasillos con cuidado de no llevarse por delante los tenderetes donde se seca la ropa. En cada habitación antes dormían cuatro estudiantes. Ahora se adaptan a las necesidades de cada familia. Ludmila Vladinobodna está sola. Escapó hace un mes de los combates en la aldea en la que vivía en las proximidades de Donetsk. «Me marché con lo puesto, no tuve tiempo de nada. El fuego de artillería era intenso, varías casas estaban en llamas y salí corriendo», explica sin poder contener la emoción. Solo salvó un icono de la Virgen María y una foto de su sesenta cumpleaños, donde aparece en el centro de sus hijos y nietos. «Aquí vuelvo a sentirme un ser humano, pero esto es una solución temporal. Lo único que deseo es la paz, que pare esta guerra de una vez», hace una pausa eterna para coger aire y rompe a llorar. «Dios mío, ¿qué hemos hecho para merecer esto?», se pregunta agarrando con fuerza el icono.

Salieron con lo puesto

En la habitación siguiente viven Diana, de 15 años, y su abuela Eulogia. Escaparon de Mariúpol hace dos semanas. Fue «una salida muy peligrosa, entre disparos y explosiones, pero no podíamos seguir en nuestra casa un minuto más», recuerda Diana, estudiante de Fotografía que ahora sueña con ir a Varsovia a seguir con su educación. También salieron con lo puesto, viven gracias a la ayuda que reciben y la abuela cuenta también con la atención médica que le brinda la universidad. A sus 15 años, Diana habla con una serenidad y seriedad que silencia la pequeña habitación, piensa que no se pueden «confiar porque la guerra está muy cerca y los rusos pueden avanzar». «Nuestro gran temor es que lancen una ofensiva y conviertan Zaporiyia en una nueva Mariúpol, por eso creo que debemos salir de aquí en cuanto podamos», afirma.

En el pasillo huele al borsch, la tradicional sopa de remolacha, que hierve en una gran cazuela de la cocina compartida. Nicolás Marchenko vigila el caldo rojizo con un ojo y con el otro está atento al móvil, por si llegase algún mensaje de su hija, que vive en Singapur. Después de una década en Argentina, Nicolás decidió regresar a su hogar, una pequeña aldea a 100 kilómetros de Zaporiyia, y la guerra le ha sorprendido. «Lo peor de todo es la incertidumbre. No hay manera de saber qué nos puede pasar en el próximo segundo, es inútil hacer planes. Después de toda una vida a miles de kilómetros de mi tierra, no quiero irme, pienso esperar a que esto se calme para volver y ver si mi casa sigue en pie», asegura.

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Zaporiyia, punto de huida de la ocupación