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Aurelio Díez junto a su mujer Coro en la joyería Radi de la calle Wences Moreno. José Manuel García
Negocios de toda la vida

El joyero artesanal de Salamanca con más de sesenta años de experiencia: «No quiero jubilarme»

Radi Joyeros, en la calle Wences Moreno, lleva más de medio siglo dedicándose a las reparaciones y a la venta de joyería en oro y en plata

Laura Linacero

Salamanca

Lunes, 3 de noviembre 2025, 14:20

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La artesanía como un don. Aurelio apenas tenía catorce años y ya manejaba entre sus manos piezas de gran valor. Lo define como su «ilusión» y es que con la inocencia de un niño ya sentía que el trabajo artesanal le acompañaría siempre. Y no se equivocaba. Antes de introducirse -ya precozmente- en este sector, probó como mecánico. «Me gustaba pero un amigo de mi abuelo me enseñó el oficio de joyero y me decidí por eso», narra. Desde entonces, hasta ahora con setenta y siete años.

Más de seis décadas dedicado a la joyería. «Trabajando para otros se ganaba poco, así que me establecí por mi cuenta», recuerda Aurelio. Hace más de cuarenta años que abrió Radi Joyeros en la calle Wences Moreno -a la que ha visto cambiar de nombre y de aspecto- para crear, transformar y reparar la joyería de oro y plata. De hecho, fue el primer comercio que se instaló en esta vía. «Ahora ya cada vez quedamos menos joyeros artesanales, hay joyerías pero esta profesión se va perdiendo», analiza Aurelio.

Le pillamos con el soldador, dedicado a uno de los muchos trabajos que le llegan. ¿Cómo se va a jubilar? Si en el taller en la parte trasera de la tienda continúa encontrando retos que le hacen amar aún más el trabajo que decidió cuando era solo un niño. «Mi mujer me dice que me jubile pero yo no quiero, a mi esto me da vida», asegura. Y en el lado contrario a Coro, su mujer, están los clientes, que le piden que no lo haga nunca. «Me dicen: '¿Qué vamos a hacer cuando te jubiles?'», comenta Aurelio. Por suerte para ellos, no entra en sus planes.

Tiene la suerte de completar las horas de su día con sus dos pasiones. Por la mañana, la joyería y, por la tarde, su finca. «Casi me da más trabajo eso que la joyería», ríe. Pero son las dos cosas que le hacen feliz, y piensa disfrutarlas hasta el último momento. «Pienso llegar hasta los 110 años por lo menos», comenta.

Encargos de lo más especiales

En más de medio siglo dentro de la profesión, han pasado por sus manos piezas de todo tipo. Hay algunas con las que todavía se pone nervioso: por su valor, por su historia o por su importancia sentimental. Y esos encargos en los que respira hondo antes de trabajarlos son sus favoritos. «Me gustan los retos», aclara. Aquellos trabajos en los que se trata con diamantes, esmeraldas u otras piedras preciosas, la presión se multiplica. «Son muy delicados porque valen mucho dinero y hay que tener mucho cuidado», comenta Aurelio.

Y hay otras que, aunque no sea por su valor económico, suma su valor personal. «La joyería es sentimental. Por eso los abuelos compran a los nietos, porque el oro y la plata es sentimental así que cuando se rompe, se arregla», detalla el joyero. Y esa es la magia que hace con sus manos: devolver recuerdos y recuperar emociones. Es ese agradecimiento al entregar algo más que una joya lo que justifica las súplicas de sus clientes por que no se jubile. Y es esa satisfacción lo que hace que ni se lo plantee.

El orden de su desorden

Aurelio pasa las mañanas sentado en ese pequeño taburete, con las gafas para soldar puestas y recogiendo los encargos que perfectamente ordenados guarda en los sobres. Es un taller de trabajo, y como tal, tiene un desorden -del que su mujer le reprende- y que para él está completamente organizado. En él, continúa trabajando con los valores que le enseñaron y que ha tratado de mantener durante estas décadas. «La joyería moderna es una 'patata', no es como la de antes», comenta. Y Aurelio es de los de conservar lo mejor de los buenos tiempos. «Yo no trabajo con un gramo, tiene que ser a partir mínimo de dos porque si no es muy fino y las piezas que hago son de calidad», añade. Y no hace falta que lo diga él, los años de trabajo le avalan.

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