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Alba Guerra
Martes, 20 de mayo 2025, 14:08
En el corazón del Valle del Sangusín, donde los días comienzan con niebla y el sol se cuela tímidamente entre los robles y encinas, late una historia que huele a campo y sabe a resistencia. Es aquí, en Los Santos, un pequeño pueblo salmantino que no llega a los 300 habitantes, donde Mónica y Roberto decidieron quedarse. Pero no solo quedarse: construir.
Su proyecto, Sorillo Miel Artesanal, es mucho más que una empresa de miel. Es una forma de vida. Una apuesta por el medio rural, por el respeto al entorno, por el tiempo lento de la naturaleza y por la dignidad de un trabajo que conecta con lo esencial. Aquí no hay prisa. Solo colmenas, flores, abejas, silencios. Y miel, por supuesto. Una miel que no pasa por filtros industriales ni pierde su aroma en procesos masivos.
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Todo empezó por un hobbie de Roberto. Cuando decidió comprar con algunas colmenas de su anterior trabajo. La curiosidad de su circulo más cercano fue lo que realmente les lanzó a mostrar los procesos en redes. Quieren que la gente entienda que la vida en el pueblo y en el campo no es algo del pasado, que sin ella, no se podría sustentar la sociedad.
Dos jóvenes, menores de 30 años que deciden quedarse en el pueblo y revindicar que también existen a través de una visión que se transforma en acción en cada frasco de miel que producen: de encina, de mil flores, de retama, de bosque… Y también en creaciones más innovadoras como la miel con pistachos, nueces o incluso trufa negra. Cada una cuenta una historia distinta, con aromas que hablan del territorio: dehesas con ganado extensivo, flores de montaña, árboles centenarios, y un clima duro que fortalece.
Ahora no solo están Roberto y Mónica, al equipo también se ha unido Estefanía, experta en Marketing Digital, que dejó todo atrás en Madrid, para volver donde siempre ha sido feliz, el pueblo. Allí, no solo trabaja con Sorillo, sino que también tiene se ha animado a emprender con su propio negocio, La Tia Antonia. Y por último, la reciente y fugaz incorporación de Yeray, un estudiante en prácticas que decidió que el mejor lugar para aprender era en el Valle de Sangusín.
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Más allá de la producción, Sorillo es un espacio de aprendizaje ya que frecen experiencias inmersivas donde cualquier visitante puede ponerse un traje de apicultor, acercarse a las colmenas, descubrir cómo trabajan las abejas y degustar los distintos tipos de miel en plena naturaleza. «No solo queremos vender un producto. Queremos que la gente entienda lo que hay detrás, que se conecte con este entorno, que valore», dice Roberto.
Las experiencias incluyen catas, un paseo por el valle y visitas a la ganadería de vacuno que también gestionan. Aquí todo está conectado, los pastos que aprovechan las vacas son los mismos donde polinizan abejas, y los cerdos aprovechan las bellotas de las encinas. Exprimiendo así al máximo todos los recursos cuidando del entorno. Pertenecen a la comunidad Slow Food, que busca precios justos para productos de alta calidad. Este movimiento no sólo conecta agricultores con consumidores, sino también crear comunidad con profesionales de otras disciplinas.
Desde sus redes sociales (@sorillomielartesanal) comparten con cercanía imágenes de las abejas en plena faena, del valle envuelto en niebla o de los tarros de miel recién envasados. Pero más allá de lo visual, transmiten algo difícil de contar: una forma de estar en el mundo.
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