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Wang nunca olvidará el pasado lunes. Fue entonces cuando se encontró la puerta de entrada a su edificio cerrada con cadenas. Por fuera. «Habían detectado un caso positivo y aplicaron ese protocolo. Da igual que el infectado sea asintomático y esté bien. Los vecinos nos quejamos y algunos extranjeros incluso contactaron con sus consulados, así que al final entraron en razón y sustituyeron la cadena por un precinto de papel. Nos han dicho que estaremos en cuarentena al menos hasta el día 11, pero no sabemos si se alargará más y el problema es que no podemos pedir comida a domicilio», cuenta, preocupada porque ya escasea hasta el agua potable.
La suya es la historia de muchos en Shanghái. Los contagios por la variante ómicron se dispararon en la capital económica de China a finales del mes pasado, pasaron de varias decenas a cientos, y de ahí a miles y decenas de miles, y alcanzaron números que no se habían visto ni en Wuhan. De hecho, Shanghái ha sumado en menos de un mes más contagios que toda China en los últimos dos años.
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En esta coyuntura, los dirigentes tomaron el pasado día 27 una medida que no habían implementado nunca antes en la ciudad: encerrar a todos sus habitantes en dos tandas. Primero, el día 28, confinaron la zona de Pudong, la que está al este del río Huangpu; luego, el 1 de abril, les llegó el turno a los habitantes de Puxi, la mitad oeste de la ciudad.
Fei lleva confinado desde mucho antes. Concretamente, desde el 8 de marzo. «Un hombre de mi bloque, que había tenido con contacto con un contagiado, se hizo una PCR y dio positivo. Por eso nos aplicaron la política 2+12, o sea, 14 días encerrados. Sin previo aviso y sin poder salir a comprar nada», relata este joven cocinero residente en la zona de Pudong. Desafortunadamente, su cuarentena se alargó y empalmó con la de toda la ciudad.
Fue entonces cuando las condiciones se deterioraron considerablemente. «Al principio, hasta podíamos pedir McDonald's porque el resto de la ciudad seguía funcionando», recuerda. Fei hizo acopio, pero no todos fueron igual de previsores y ahora es casi imposible adquirir comida. «Nos dejan comprar a domicilio, pero solo entre las 6 y las 8.30 de la mañana, y las aplicaciones colapsan», cuenta.
Y muchos denuncian que el Gobierno no distribuye la suficiente. Fei envía una fotografía con la bolsa de plástico que recibió: un manojo de verduras, un paquete de salchichas y otro de fideos, y una lata de Spam, un sucedáneo cárnico. «Con esto no se puede aguantar una semana», critica. Además, ofrece un dato relevante:«Día que no trabajo, día que no cobro».
El descontento se está extendiendo rápidamente. Muchos ciudadanos temen pasar hambre. «Lo peor es que no sabemos cuánto durará el confinamiento, porque se extiende más y más. Nos hacen tests a diario, y nos dicen que todo depende de los resultados», añade Fei, en cuyo barrio se vivió una de las muchas rebeliones ciudadanas cuyos vídeos circulan por las redes sociales. Él también denuncia que a los ciudadanos de Puxi les han dado patatas, zanahorias y hasta calabacines. «Pudong es gente obrera y de fuera, en Puxi están todos los ricos», analiza decepcionado.
Lo que menos teme ahora la población de Shanghái son los efectos del virus. «Lo que nos preocupa es que nos lleven a uno de los centros de cuarentena, donde las condiciones son horribles. Y que nos separen de nuestros hijos», asevera Chen, una joven del distrito de Jing'an que subraya un dato relevante: «Solo han muerto dos personas por Covid este año, y la gran mayoría de los contagiados son asintomáticos».
Junto con la falta de alimentos, «que es incomprensible porque incluso en Wuhan la gente tuvo qué comer al inicio de la pandemia», esos dos son los aspectos más controvertidos de una gestión que deja muchas sombras. Diferentes vídeos muestran cientos de camillas para contagiados en uno de los recintos feriales, sin apenas distancia entre sí y con un solo váter disponible. Otros recogen el momento en el que las autoridades sacan a la fuerza a gente de sus casas para llevarlos a infraestruc- turas de otras provincias. «Que esto suceda en Shanghái es increíble», sentencia Chen.
Los extranjeros residentes en la megalópolis tampoco dan crédito. «Hay mucho hastío. E incertidumbre sobre la deriva que puede adquirir la situación si no da un giro radical», afirma Asier Bideguren, un joven vasco que también destaca la repercusión económica notable. «A corto plazo, es una situación asumible. A largo, las consecuencias serían nefastas».
Miguel Ángel de la Torre, padre de una niña de cuatro años, tiene otra preocupación adicional: su mujer dará a luz a la segunda el próximo jueves, día para el que tiene programada una cesárea. «Te puedes imaginar nuestro nivel de ansiedad. Además, estamos rezando para que nuestra hija no se contagie y nos separen», añade, subrayando que ni siquiera sabe cómo lograrán llegar al hospital en esta situación, con todo el transporte público parado. «El comité de barrio solo puede tramitar un permiso especial para movernos por él, pero no para ir al hospital», explica.
Esta tensión se ha convertido en un pesado lastre emocional. Pablo confiesa que está «flojo de comida y de ánimo». Lo último, porque no ve luz al final del túnel después de dos años de pandemia. «Esta experiencia me ha quitado las pocas ganas que me quedaban de quedarme en China», afirma. Y no es el único, ni mucho menos: un grupo de WeChat llamado 'Pa'no volver' aglutina ya a 150 españoles que buscan la manera de abandonar el país.
Los chinos no tienen dónde ir. «Mi salud mental se está resintiendo», reconoce Lin, administrativa en una multinacional. «Hace un par de días, una amiga me contó que una abuela se había suicidado en su bloque. Al final van a morir más personas por este tipo de consecuencias», agrega, señalando también el caso de una enfermera que no recibió atención en su propio hospital porque Urgencias había cerrado. En el ciberespacio chino circulan también numerosos vídeos de personas ahorcadas o saltando por la ventana de pisos altos, aunque es difícil determinar el impacto que el coronavirus tiene en su decisión de quitarse la vida. «Está siendo muy duro, y las críticas contra el Gobierno preocupan», cuenta un médico del Hospital de Ruijin que pide mantenerse en el anonimato por miedo a represalias.
«Esta es la variante bumerán», bromea otro extranjero, en referencia al inesperado retorno del coronavirus a China, un país que ha sabido controlar la pandemia como ningún otro gracias a su estrategia 'Cero Covid'. No obstante, después de haber dificultado las investigaciones para descubrir su origen, el SARS-CoV-2 golpea de nuevo al gigante asiático, que busca siempre en el extranjero el origen de los brotes: aunque en un inicio aseguró que los paquetes postales eran seguros –cuando el resto del mundo temía comprar productos chinos–, ahora cree que pueden suponer una vía de contagio; lo mismo sucede con la comida congelada importada, y el último culpable señalado por la prensa oficial está en la ropa importada de Corea del Sur. Todo para explicar que el virus haya continuado circulando por el país.
Además, que la ciudad más avanzada de China esté sobrepasada con un número de casos relativamente bajo si se compara con los de Occidente y necesite la ayuda de 20.000 médicos procedentes de otras provincias, así como del Ejército, deja al descubierto las carencias de un sistema que parecía más robusto.
«El problema está en que una parte significativa de las personas de más de 60 años no se ha vacunado o no tiene la pauta completa. Sin las tres dosis, la vacuna china es menos efectiva que las de ARN mensajero, y podría provocar un colapso de la sanidad. Si extrapoláramos las cifras de España a China, los muertos se contarían por cientos de miles», argumenta el doctor.
Salud mental Hay temor a que el lastre anímico del confinamiento dispare la depresión y los suicidios.
Evitar males mayores «Si se extrapolaran a China cifras como las de España, tendríamos cientos de miles de muertos».
21.122 Son los casos diarios ha llegado a registrar esta semana Shanghái, un récord a nivel nacional.
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