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El Mossad ha demostrado dos veces en los últimos días su letal eficacia en territorio extranjero con el asesinato en Beirut del dirigente de Hezbolá, Fouad Shukur, y la eliminación en Teherán del líder de Hamás, Ismail Haniyeh. Aunque Israel solo ha reconocido su implicación en el primer ataque, nadie duda de que sus servicios de Inteligencia están detrás de ambas ejecuciones, un peligroso hecho que vuelve a dejar la región al borde de la guerra total. Desde Líbano, la milicia ha amenazado con intensificar sus operaciones contra el país hebreo, mientras que Irán ha avanzado otro ataque en represalia «por matar a un querido invitado» en su casa.
Los dos dirigentes islamistas fueron eliminados en sendos ataques aéreos de gran precisión. Según la agencia de noticias libanesa, Shukur murió en una operación llevada a cabo el martes con un dron que lanzó tres proyectiles contra el edificio en el que se encontraba el dirigente de Hezbolá, matando también a otros cinco civiles y provocando más de 70 heridos. Son daños colaterales terribles, pero reducidos para la elevada densidad de población del barrio de Haret Hreik.
En Teherán, los misiles se lanzaron pocas horas después, antes del amanecer del miércoles, aprovechando que Haniyeh había acudido a la jura del cargo del nuevo presidente iraní, Masoud Pezeshkian. El abrazo que se dieron es la última fotografía que se ha difundido del palestino, responsable del brazo político de Hamás. Los israelíes hicieron volar la vivienda en la que se hospedaba, matando también a uno de sus guardaespaldas. Y es precisamente sobre su equipo de seguridad donde recaen las sospechas de haber filtrado la ubicación al Mossad, uno de los servicios de espionaje más poderosos del mundo.
Estos asesinatos selectivos fuera de Israel y Palestina son ya marca de la casa, operaciones de una precisión quirúrgica imprescindible para evitar que el conflicto escale en exceso y que no serían posibles sin la gran capacidad del Mossad para infiltrarse en las filas de sus enemigos. De hecho, el de Shukur es la segunda ejecución sumaria de Israel en Beirut este año, ya que en enero acabó de forma similar con otro líder de Hamás, Saleh Arouri.
Pero la lista de víctimas es larga. Muy larga. Y se remonta mucho tiempo. De hecho, el primer nombre se escribe poco después de la fundación del Estado de Israel, en 1948. Es el del sueco Folke Bernadotte, negociador de Naciones Unidas para tratar de solucionar el conflicto provocado por esa proclamación. Muchos ven su asesinato como el embrión de lo que luego se ha convertido en procedimiento habitual, aunque a este conde no lo mató el Mossad sino miembros del grupo extremista hebreo Lehi camuflados de soldados que acabaron ametrallándolo. En su día, Israel condenó el atentado, pero su autor intelectual, Yitzhak Shamir, acabó convirtiéndose en primer ministro tres décadas después.
Desde aquella 'eliminación' se han sucedido todo tipo de asesinatos. Algunos más rocambolescos que otros, pero todos estratégicos. Entre los más sorprendentes se encuentra el del científico alemán Heinz Krug. Había trabajado en el programa de misiles de los nazis y en 1962 estaba al servicio de los egipcios, que ya habían librado dos guerras con Israel. Para evitar que en una tercera El Cairo tuviese armas más temibles -cargadas con material radiactivo-, Tel Aviv puso en marcha la Operación Damocles, para la que contrató a uno de los hombres de confianza de Adolf Hitler, Otto Skorzeny, una controvertida figura del nazismo que residió y falleció en España.
Irán ha sido el escenario favorito de estas ejecuciones, que se han centrado a menudo en descabezar el programa nuclear militar del país. Y una de las más peliculeras fue la de su científico nuclear jefe, Mohsen Fakhrizadeh, cuya vida acabó en 2020 con una ráfaga de 15 balas disparada por una ametralladora belga que estaba montada en el brazo robótico de un coche aparcado y que fue activada de forma remota. Después se supo que había sido enviada por piezas a Irán, montada en el país, y operada sin necesidad de que hubiese ningún operativo sobre el terreno y sin causar ninguna víctima colateral. Es más, toda la operación se gestionó desde fuera del territorio persa y apenas duró un minuto.
Es un buen reflejo de la estrategia del Mossad tras la Segunda Intifada con la que arrancó el siglo: eliminar a una persona prominente de las filas enemigas utilizando inteligencia de gran calidad y tecnología punta. Son decenas, cientos según diferentes fuentes. Y, últimamente, la mayoría cae víctima de un misil. Muestra de ello es el ataque contra un edificio adyacente a la Embajada de Irán en Damasco, la capital de Siria, en cuyo interior fallecieron dos generales y cinco otros oficiales de alto cargo de la Guardia Revolucionaria.
Eso sí, el Mossad no es infalible. También ha habido ocasiones en las que ha fallado: en 1975, por ejemplo, un joven marroquí fue confundido con uno de los terroristas que provocaron la masacre olímpica de Munich 1972 -la mayoría fueron eliminados en este tipo de operaciones- y acribillado a balazos en Noruega por operativos del Mossad.
También ha sufrido fracasos humillantes, como el de 1997, cuando intentó asesinar al entonces líder de Hamás Khaled Mashaal. La operación se llevó a cabo en Amán, Jordania, y requería envenenar al activista. Consiguieron ese objetivo, pero los dos miembros del Mossad fueron capturados e Israel se vio forzada a enviar el antídoto para recuperarlos. Curiosamente, en aquel momento Benjamin Netanyahu ocupaba el cargo de primer ministro en el que vuelve a estar ahora.
Todo esto lleva a muchos a preguntarse si esta forma de actuar que a menudo se tacha de terrorismo de Estado es lícita. En su ensayo 'Elección fatal: la política de asesinatos selectivos de Israel', el académico Steven R. David ya se cuestionaba en 2002 si la estrategia sirve para reducir los ataques palestinos, si no son una violación de la legislación internacional y algo inmoral para una democracia y, sobre todo, «si responden a los intereses nacionales de Israel». A juzgar por los atentados del pasado 7 de octubre y la coyuntura actual, su efecto es cuando menos discutible.
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