De Ángel Rufino a Mariquelo: la transformación para continuar la tradición de Salamanca que da gracias a Dios
Acompañamos a Ángel Rufino en su preparación a la subida de la catedral para, como cada 31 de octubre, agradecer que el terremoto de Lisboa no provocase ningún fallecimiento en Salamanca
Es un año más pero nunca es un año más. Ya son treinta y ocho las mañanas que empiezan con un nudo en el estómago porque uno nunca se acostumbra a subir a lo alto de la catedral a continuar una tradición centenaria. Se abrocha la camisa perfectamente bordada, se ajusta el cinturón, se prepara la bandolera y se abrocha con cuidado el chaleco. En su traje de charro lleva mucha historia, personal y de Salamanca.
El cuero se lo prepara «Jesús, el guarnicionero», porta con orgullo el pin de paracaidista -perteneció a la brigada paracaidística del ejército español- y «con poderío» se coloca el sombrero -hecho a mano por Miguel Mangas- que le transforma definitivamente en Mariquelo. Se despoja así de todo lo que le relaciona con Ángel Rufino cualquier otro día porque el 31 de octubre no es un día cualquiera. «Un charro no puede llevar adornos que no sean charros», le recuerda su mujer mientras le sostiene el reloj. Falta lo más importante para completar al personaje que ya es parte de la historia de Salamanca: el tamboril y la gaita.
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Ataviado de todo lo que le convierte en Mariquelo recorre unos pocos metros hasta donde tiene a los caballos que le han acompañado a la subida a la Catedral: 'Lucero' y 'Cominos'. Al acercarse a la valla que cerca el terreno, la más veterana se adelanta también. 'Bailadora', la yegua que durante 25 años ha conducido al Mariquelo hasta la Catedral el 31 de octubre. Ahora, «prejubilada», cedió el testigo a sus compañeros para sostener en sus lomos al encargado de tocar el cielo de Salamanca.
La tradición le eligió a él
En
1985 Ángel Rufino recupera la tradición
seguida por la familia Los Mariquelo hasta 1976
Corría el año 1985 y Ángel Rufino decidió retomar la tradición que había iniciado la familia de Los Mariquelos: dar gracias a Dios porque el terremoto de Lisboa de 1755, que incluso inclinó levemente la torre, no hubiera producido ninguna víctima mortal. Varias generaciones de esta familia mantuvieron la costumbre hasta 1976, cuando subió el último miembro. Años más tarde, sería Ángel quien, con apenas 22 años, se decidió a reanudar el legado. ¿Pero, por qué decidió recuperar esta práctica?
En realidad, no queda claro si fue él quién lo eligió o fue la vida quién lo eligió a él. Con tan sólo dos años ya dio un susto a sus padres colgado de un tejado. De niño, subía a la catedral y se colgaba de las campanas para balancearse. Y decidió formar parte de la brigada paracaidista del ejército español. Está claro que las alturas y él han ido siempre de la mano. Con un leve recuerdo de haber visto subir a alguien por la catedral con apenas seis años y una bolsa de castañas en la mano, empezó a interesarse por las tradiciones. Y la subida a la Catedral le conquistó.
Nunca una sensación tan intensa como la de estar tan cerca del vacío. Ni siquiera él puede describir lo que sintió ese primer año. Alentado por un amigo que le acompañaba, se animó a subir hasta la veleta y enganchó por primera vez la gaita y la porra. Al día siguiente, los medios de comunicación anunciaban que la tradición había vuelto y en ese mismo instante, Ángel Rufino fue consciente de que continuaría la saga de Los Mariquelo, con otra sangre pero con la misma valentía.
Desde ese anuncio ha cambiado mucho la ascensión a la Catedral. Ángel Rufino subía hasta la Torre de Campanas y se colocaba encima de la veleta de hierro donde interpretaba varias composiciones del cancionero tradicional. Todo ello, sin ningún tipo de medida de seguridad. Sin embargo, con el paso de los años el protocolo fue cada vez más estricto hasta que en 2009 el Cabildo de la Catedral de Salamanca prohibió que subiera hasta la veleta: «La vida humana vale más que todos los espectáculos», espetaba entonces.
A partir de ese momento las limitaciones fueron cada vez más inflexibles y hoy en día, es en la campana 'María de la O' donde toca la charrada y apela a la solidaridad de los ciudadanos -esta vez, lo hará por los enfermos de piel de mariposa, Alzheimer y a los afectados por ictus-. Sube por las estrechas escaleras de caracol con la gaita charra y el tamboril acuestas. En cada descansillo, un breve reposo para seguir ascendiendo. Ya no es la adrenalina de entonces. Ya no mira al cielo pidiendo que el viento no sople demasiado fuerte, que el granizo no impacte en su rostro, que la lluvia no deje la superficie resbaladiza o que el frío no entorpezca sus manos al subir.
Ya no. Pero todavía sí. Todavía sube con ilusión las más de 200 escaleras que separan la tierra del cielo. Todavía agradece que aquel terremoto no causara daños personales en Salamanca. Todavía siente la admiración de las decenas de personas que desde abajo, le ven asomarse por el reloj de la catedral. Y todavía confía en que no sea el último año, «si Dios quiere, con poderío y salero».