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«Lo recuerdo a la perfección. Estábamos en la cama y yo hablaba por WhatsApp con mi mejor amigo. Él vio algo que no le gustó. Me empezó a gritar y me levantó la mano. Creo que no midió y acabó dándome un golpe en la cara. Ese día dormí en casa de mis padres».
Es el punto y final a la relación de violencia de género que Vega -nombre ficticio- mantuvo durante dos años. Es el principio de una nueva vida. Su segunda oportunidad.
Tenía 20. Prefiere mantener su nombre en el anonimato, por «miedo, por vergüenza, por culpa». Es una de las muchas historias que todavía marcan la realidad machista de nuestro país. Hoy, 25 de noviembre, es una de las pocas que se atreve a pronunciar en voz alta lo vivido, a llamar por su nombre a ciertas situaciones antes imposible si quiera de recordar. Es durante la conversación cuando por primera vez reconoce que más allá de que su novio le agrediera verbalmente, controlase su vida y le levantara la mano, un día le dio un golpe en la cara.
Conoció a su ex pareja en las fiestas de su pueblo. «Me parecía guapísimo. Era vergonzoso al principio. Hablamos. Me agregó a Facebook y todo fue fácil y rodado», recuerda. Era atento, cariñoso y pronto conoció a su familia. Crecían como pareja, al mismo tiempo que la verdadera personalidad de él se dejaba ver.
El primer comentario llegó por la noche y en relación a su vestimenta. «Yo iba a salir con mis amigas y él estaba trabajando, así que quise darle una sorpresa. Me vio y me preguntó que si podía ir más corta. Mi respuesta fue que sí, pero a partir de ese momento comencé a interiorizar sus opiniones como algo normal. No quería que me pusiera bikinis. Me compraba él los bañadores. Nunca llegué a dejar de ponerme algo por él, a pesar de que eso significara una discusión constante», continúa.
La ropa llegó a ser una obsesión. Vega recuerda como de vacaciones, andando por el paseo marítimo y ella llevando un vestido ajustado, pasó un grupo de chicos a su lado. Él la agarro fuerte rodeándola por detrás para que ellos no pudieran verla. Ocurrió delante de mucha gente.
«Sabía jugar sus cartas». Vega sigue su historia. No hacen falta preguntas. «Recuerdo estar en un momento de falta de seguridad y confianza, de baja autoestima. Se aprovechó. Entiéndeme, sabía que me quería, pero me quería mal».
Desde esas primeras palabras hasta la violencia física, su maltratador consiguió apartarla de sus amigas y de su familia. «No me di cuenta. Apenas estaba en casa. No quedaba con mi grupo... el aislamiento duró alrededor de un año. De hecho, hay amistades que nunca volví a recuperar. Me nubló. Consiguió lo que quería sin yo darme cuenta. Fui consciente de todo el día que me levantó la mano. Hubo amigas que me escucharon y me abrazaron, otras no me lo perdonaron», relata.
Su modus operandi era sigilioso, sútil por momentos. «Él no me decía que no saliera de fiesta. Él me decía que se encontraba mal, que estaba cansado, que me quedara con él... y yo cedía. Cuando no lo hacía, estaba incómoda. Me llamaba continuamente, me mandaba mensajes sin cesar... Por norma general, cuando él salía yo aprovechaba para salir, pero sabiendo en todo momento dónde estaba yo».
De las palabras pasó a la acción. No solo con ella, también era así con su madre. Era así con las mujeres por el solo hecho de ser mujeres. «Volvía de trabajar, habíamos quedado en casa de su madre y no le tenía preparada la comida. Perdió el control. No te imaginas cómo se puso. Sentí miedo. Puñetazos a su alrededor, a la puerta... recuerdo irme a mi casa tiritando. Pensé que si se lo hacía a su madre me lo podía hacer a mí. Creo que ahí empecé a darme cuenta de lo que pasaba, a despertar. Sé que si hubiera seguido no sería la mujer que soy hoy».
Semanas después le levantó la mano. Y fue valiente. Acabó con la relación. Soportó el acoso telefónico posterior. Contesto con negativa a las dudas. Tenía claro que tenía que seguir hacia adelante. Hasta aquí. Se acabó. Se dijo a sí misma.
«Por temor, por miedo, no pude quedar con él para dejarle. Le mandé un mensaje. Se volvió un poco 'loco'. Me mandaba mensajes al principio continuamente, 'tienes que volver conmigo, 'te necesito', 'perdóname', 'no lo volveré a hacer'.... Es cierto que dudé, pero logré entrar en razón y no me lo permití a mí misma. Tuve dos ángeles de la guarda, una amiga y mi actual pareja. Cuando le conocí pensé que quería una persona así en mi vida, que me apoyara, que me quisiera, que no me controlara». Llora mientras lo cuenta.
Las lágrimas no son de pena, son de emoción, de alegría de felicidad. De un sentimiento de culpa a un sentimiento de creer no merecer algo bueno. «Sigo sintiéndome culpable por haber provocado esa situación. De no haber dicho que 'no' antes. Mi familia no lo llegó a entender, de hecho, no pude decirles lo que había pasado. Sigo sintiendo miedo cuando me lo encuentro por la calle, aunque siempre me lo he encontrado cuando iba acompañada«, reconoce.
Acompañada del hombre, con el que comparte su vida: «Tuve la suerte de conocerle, de dar con él. Aunque la gente de mi alrededor viera que había algo mal, yo contaba hasta donde yo quería. Y él me hizo ver la vida de otra manera -vuelve a llorar. Es lo que yo nunca pensé que podía tener a mi lado. Es bondad, cariño, apoyo incondicional... Es un hombre de verdad. Puedo estar tranquila. Estoy orgullosa de haber logrado estar con alguien como él».
Fin.
Superviviente.
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