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Levantado en grueso hormigón y granito, a menos de 10 kilómetros de Salamanca se alza todavía uno de los escasísimos búnkeres de construcción nazi que se conservan en España. Uno de esos refugios para tiempos de guerra que ahora vuelven a la actualidad por culpa de las tensiones en el frente de Ucrania. Sin embargo, hoy tiene más de testigo de la historia que de función defensiva y reclama un sitio entre el patrimonio arquitectónico de la provincia como un ejemplo militar casi único.
Su figura sorprende al verlo. Al pie de una pequeña loma se erige como un compacto tanque inmóvil. Forma un grupo con un curioso palomar cuadrangular y de esquinas redondeadas que poco tiene que ver con la clásica construcción castellana. Y aunque ambos están catalogados como de interés por el ayuntamiento del municipio donde se asientan, carecen de figura de protección legal que ayudaría a la conservación del palomar y el refugio, protagonista de un pedazo de la historia.
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Técnicamente, se trata de un edificio defensivo con planta en 'U', recubierto con sillares de granito. Su estructura es de potente hormigón. Se encuentra en sorprendente buen estado, preservado por la familia que habita la finca desde los tiempos en que fue construido para cumplir una importante función: proteger en caso de necesidad a un alto rango militar del Tercer Reich.
El búnker se encuentra a muy poca distancia del municipio de Salamanca, dentro del término de Carbajosa. Es una zona habitual de rutas en bicicleta, pero en general es bastante desconocido. Es de propiedad privada y se encuentra en una finca con prohibición de paso. Para la visita, pedimos permiso a sus actuales dueños y nos confirman que la propiedad lleva en manos de la misma familia salmantina desde que se construyó y utilizó originariamente.
Si desde fuera impone, al entrar, nos recibe un espacio que sorprende por lo angosto. Un pasillo lo recorre de lado a lado haciendo varios giros. Su diseño es de función protectora: el grosor de las paredes es lo que importa y supera con creces al ancho del acceso.
Al adentrarnos, la oscuridad es total. Cuesta recorrerlo a pesar de que son sólo unos pocos metros. Transitando por un laberinto en miniatura con dos esquinas que salen de lo imposible, accedemos a una pequeña cámara de poco más de un metro de fondo, por algo más de dos de alto y 4-5 de ancho. Aquí se encuentra la única comodidad del refugio: un banco corrido en el que es inevitable sentarse y pensar en sus antiguos ocupantes, uno de los cuales era una personalidad de la Alemania nazi: el general Wilhelm Von Fauper.
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Desde el Palacio Episcopal, a nueve kilómetros de distancia, Franco viaja con frecuencia a este paraje de Pelagarcía para visitar a un invitado que tenía una gran importancia: el embajador de Hitler en España.
Según la documentación existente, este búnker fue utilizado por el general Von Fauper, embajador del 'führer' ante Franco y jefe de la Legión Cóndor, la aviación del ejército alemán. La Alemania nazi no intervino oficialmente en la Guerra Civil española, pero Hitler envió como ayuda personal a Franco a esta fuerza área. Y la elección de Von Fauper no fue casual. Militar y diplomático, era conocedor del mundo hispano, dirigió en varias ocasiones el Instituto Ibero-Americano de Berlín y colaboró en la proganda nazi en lengua española.
Durante su estancia en España, el régimen alemán eligió este lugar de Salamanca para instalar una delegación encabezado por Von Fauper. ¿Por qué aquí? El búnker se encuentra en una finca privada en el término municipal de Carbajosa de la Sagrada, lugar de batallas como la de los Arapiles. A punto de empezar la Guerra Civil, el golpista Franco pone en Salamanca su gobierno: convenía estar cerca de él.
Adrián Hernández tiene 90 años y ya estaba allí cuando llegaron los alemanes. Fue en los albores del conflicto bélico interno, cuado él tenía tres años y su abuelo vivía aquí de rentero. Él su famlia todavía son propietarios de la tierra y del búnker. Recuerda que el contigente alemán «estuvo en la finca durante tres años» y que la delegación la formaban «soldados nazis y una pareja de la Guardia Civil».
Al dueño de la finca, Luis Zúñiga, le pilló el inicio del conflicto en Barcelona, pero no puso reparos. Cuando llegaron sus integrantes, la delegación alemana construyó uno de los edificios de la alquería que todavía siguen en pie y, al principio, levantaron un pequeño refugio «con sacos de arena». Un bombardeo en la misma finca les animó a levantar el búnker. Estuvo en uso hasta que Von Fauper fue relevado a finales de 1937.
Adrián Hernández
Propietario de la finca
«Montaron una emisora en esa antena», dice señalando el edificio, «les tenemos que agradecer que trajeron la luz eléctrica a la finca, que no tenía». Recuerda que los alemanes se hicieron cargo de todo, incluso de los sueldos de los dos empleados de la finca, «que cobraban 4 pesetas exactamente», y que la vigilancia era permanente. Rememora una noche que un familiar se adentró en coche de noche hasta la finca y fue recibido con fuego de ametralladora.
«Yo creo que vinieron a probar sus armas y para intentar convencer a Franco para que consiguiera que los países latinoamericanos entraran en la guerra del lado alemán», aventura.
El imponente refugio es testigo de su estancia y resiste al paso del tiempo, ya con algún achaque. La construcción está catalogada por el ayuntamiento, pero no protegida, una declaración BIC obligaría a enseñarlo y a una conservació exigente. De momento, los Hernández intentan que el paso de curiosos no perturbe su día a día.
Cuando acabó la guerra, finca y búnker fueron entregados por Franco aun destacado socio del Real Madrid que se desprendió pronto de ella. Adrián y su familia lograron su propiedad.
Para Adrián, conservar este pedazo de historia en la finca donde creció y todavía acude a diario es un orgullo. El búnker lleva en la vida de su familia desde que aquel general alemán, al que una vez intentaron volver a localizar, decidió poner aquí su cuartel general. Von Fauper se suició en 1945 cuando las tropas soviéticas entraron en Berlín, pero el eco de su figura sobrevive muchos años después en este insólito lugar del campo charro.
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