«A la metamorfosis femenina le acompañan una censura y puritanismo sorprendentes»
Pascal Quignard, autor de culto de las letras francesas, recibe hoy el Premio Formentor, dotado con 50.000 euros
Pascal Quignard lleva una vida de ermitaño. Tenido por un escritor de culto, abandonó París y su trabajo en la editorial Gallimard en 1994 para vivir en una casa de campo, cerca de Sens, a 160 kilómetros de París, donde lee, escribe y toca el piano. Los instrumentos de cuerda los ha aparcado por culpa de la artrosis. En Sens vive con su mujer, en un retiro estricto, un monacato solo interrumpido por la compañía de sus dos gatos, «mucho mejores que los hombres». A Quignard, estudioso del erotismo alegre de los griegos, sentimiento que se trasformó en una melancolía angustiada en la Roma imperial, no le agrada la evolución del deseo sexual femenino. «La metamorfosis femenina ha venido acompañada de la liberación, pero también de una censura y puritanismo sorprendentes». Palabras que sin dudas le acarrearán críticas, algo que Quignard le trae sin cuidado porque vive apartado del ruido mediático.
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Según el escritor, la libertad profunda que comportó la sexualidad en la época romana y cristiana, tuvo su contrapunto en los afanes censores de EE UU, que apostó por proteger a la infancia. «En el camino se ha perdido la idea revolucionaria de que el amor y el sexo no tengan ningún objeto».
En el temperamento del prosista hay reminiscencias del autismo que sufrió de niño. Quignard, que hoy recibe el Premio Formentor en Canfranc (Huesca), no tiene muchas esperanzas puestas en el avance de la humanidad. «No hay progreso político. El laúd es un instrumento sublime, que se dejó por motivos religiosos y solo duró 150 años. He tocado la viola, pero se prescindió de ella de repente durante la Revolución francesa porque se veía como un instrumento aristocrático. Luego llegó el piano y pasó lo mismo. Acabamos abandonando cosas maravillosas, fantásticas. Con el paso del tiempo no avanzamos, prescindimos de cosas completamente bellas».
En su apartamiento del mundo, Quignard lee a Chuang-tse y los taoístas, escucha música de manera infatigable y disfruta de la soledad y de su adorado Montaigne. Escribe de la amistad, la traición, el amor, la lealtad, la desesperación, el dolor... Sus personajes, desterrados y condenados al mundo de las sombras por una sociedad adocenada, están acechados por las emociones intensas. Este imaginario le ha hecho merecer el título de escritor de culto, algo que no rechaza del todo el autor de 'El salón de Wurtemberg' (1986) y 'Todas las mañanas del mundo', adaptada al cine por Alain Courneau y protagonizada por Gérard Depardieu, una película que no defraudó expectativas.
«Soy una persona letrada y erudita. Los escritores que más me han importado han hecho de su escritura una vía mística. Me he retirado a orillas de un río porque es allí donde vivió Mallarmé y donde murió su hermana. Al principio me ayudó en la escritura un gran poeta, Paul Celan», sentencia el escritor, que admira a san Juan de la Cruz y su 'Noche oscura del alma'.
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La lectura, escondite y refugio
Quignard encontró pronto en la escritura un refugio y un escondrijo. «Aprendí a leer de forma muy precoz porque representaba la posibilidad de separarme de mis hermanos y la familia, la lectura era mi escondite. Soy una persona pasiva, y la lectura es pasiva, lo cual es maravilloso. La lectura nos permite sentirnos invadidos, no sabemos qué va a ocurrir en el libro que estamos leyendo, puede ser algo traumático o algo que nos calme. Es una experiencia más profunda y menos voluntaria que la escritura; la lectura no está hecha para todo el mundo».
La entrega del galardón, dotado con 50.000 euros, tiene lugar en Canfranc (Huesca). Quignard recoge el testigo de la escritora rusa Liudmila Ulítskaya, ganadora del año pasado. Para el escritor francés, los reconocimientos literarios son «un lujo adicional, algo no buscado». Él necesita escribir como el pan de cada día. «Siempre escribo dos por horas por la mañana antes del alba, es mi forma de recapitular lo que estoy viviendo. A partir de la diez mi jornada termina y empieza el momento de la lectura, los amigos, la música y la soledad. Es una vida fantástica».
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«Con el paso del tiempo no avanzamos, prescindimos de cosas completamente bellas».
Nacido en el seno de una familia de músicos y especialistas en literaturas clásicas, sus intereses por la literatura no tardaron en aflorar. En 1968 estudió filosofía en Nanterre y en 2002 ganó el Gouncourt con 'Las sombras errantes', no sin los reparos del español Jorge Semprún.
Su estilo, que define como «barroco», escapa a las clasificaciones, toda vez que aúna relato, ensayo, aforismo, historia, filosofía y poesía. Eso sí, su literatura está ausente de cualquier atisbo fe humor. «Hay un arte que no comprendo, todo lo que es irónico y caricaturesco. Admiro muchísimo al poeta Chrétien de Troyes, el mayor escritor francés. Cervantes se burló mucho de él. Y a mí no me gusta la burla. Soy un escritor grave, serio». También repudia a Flaubert porque critica a sus personajes y a los novelistas que perpetran «profanaciones».
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Personajes «escurridizos»
El novelista, que dice comprender el sufrimiento de los niños autistas, un mal que él también padeció en la infancia, entiende perfectamente que nieguen el lenguaje. «No quieren utilizarlo porque les parece un trampa. Ven la sociedad como algo peligroso, lo cual es verdad».
Según el jurado que le concede el premio, su obra está poblada de personajes «escurridizos y complejos, densos y evanescentes y articulan las profundidades psicológicas más sutiles de la personalidad humana». Algo de esa complejidad comparte Quignard, catalogado con un raro de las letras. Apasionado de la traducción, le interesan más lenguas muertas, como el latín, que las vivas. «Cuando uno tiene unos padres que no le quieren mucho, se los salta y busca a los abuelos y bisabuelos. Lo mismo pasa con las lenguas. Partiendo del francés que aprendí de labios de mis padres, salto, en un movimiento vertical, a los idiomas anteriores, el latín, el griego y el sánscrito». Por eso Quignard vivr obsesionado por el origen de las palabras, que estima poseedoras de un misterio que trata de descifrar. Antes de emplear una, se remite a su etimología. «La naturaleza está antes que el lenguaje», sentencia.
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Para Basilio Baltasar, presidente del jurado, el escritor ha «rehabilitado el sentido primordial de la literatura». Su obra, como su vida, está atravesada por la música. No en balde, redescubrió para el gran el gran público la viola de gamba, el violista de Luis XIV Marin Marais y su misterioso maestro Sainte Colombe gracias a su novela 'Todas las mañanas del mundo'. El escritor es gran amigo de Jordi Savall, con quien organiza dos conciertos al año.
La entrega del Premio Formentor, que se celebra esta noche, precede a la celebración de las Conversaciones Literarias de Formentor, que se celebrarán este fin de semana con el lema 'Cíborgs, androides y humanoides. Ciencia, paciencia y deficiencia', un encuentro que desde 2008 reúne a escritores, editores, críticos y público.
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