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El imponente palacio Potala, emblema de Lhasa y el Tíbet, se ilumina al atardecer como un parque temático. M. Lorenci
Tíbet

El techo del mundo muda de piel entre mantras y microchips

China quiere mostrar las milenarias maravillas de la puerta del cielo a los visitantes que desdeñan otros países / Con un pie en el siglo XXII y otro en el medievo, el vasto territorio alterna paisajes fabulosos con templos milenarios y modernas infraestructuras

Miguel Lorenci

Lhasa (Tíbet)

Sábado, 16 de agosto 2025

A casi 5.000 metros de altitud, en la ribera del sagrado lago Yamdrok, Dolma Lingpa ofrece fotografiarla con su cabra de níveo pelo. Con la piel curtida y como la corteza de un olivo centenario, vestida con el traje tradicional tibetano, la campesina pide 20 yuanes por la foto. De su cinturón pende una cartulina para pagar con un código QR de WeChat, la aplicación 'mágica' para hacer casi todo en China. Es la prueba de que el Tíbet, la puerta del cielo, la tierra del sol, el viento, el agua y las portentosas cumbres, mantiene un pie en el medievo y otro rozando el siglo XXII.

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En el corazón de esta legendaria región de majestuosas montañas, en el techo del mundo, la cobertura 5G no falla. En la meseta más alta del planeta, donde las plegarias tibetanas flotan en el viento y las cumbres rozan el cielo, el milenario pasado convive con la modernidad. Entre monasterios, microchips y coches eléctricos, el Tíbet cambia a velocidad de vértigo.

Monjes tecnificados y con zapatillas 'Nike' en el Monasterio de Gongkar Chö. Un Yak 'customizado' para turistas en el sagrado lago Yamdrok, y una campesina que ofrece fotografiar a su cabrita por 20 yuanes y solo cobra con el QR que pende de su cintura M. Lorenci

A unos 200 kilómetros del sagrado lago del escorpión, en el milenario monasterio de Gongkar Chö, Kelsang Chouepel, su abad, consulta entre mantra y mantra su móvil de última generación. Bajo su túnica asoman unas modernas deportivas. Con sus pintonas 'zapas' Nike recorre el complejo del siglo VIII con un grupo de agentes de viaje de todo el mundo explicando la llegada del budismo a la planicie tibetana hace unos dos milenios.

Si Tintín regresara hoy al Tíbet se quedaría patidifuso. Como Heinrich Herer, autor de 'Siete años en le Tíbet'. Las túnicas granate y azafrán de los monjes, sus cánticos y cenobios son casi lo único que no ha cambiado. Las estribaciones de los Himalayas, que hace nada se atravesaban a lomos de yak y caballerías por pedregosos desfiladeros, las cruzan hoy flamantes autovías de peaje y vías férreas que desafían a la orografía con viaductos y túneles de más de 20 kilómetros.

Con 3,7 millones de habitantes, el 80% campesinos, el Tíbet cuenta con ocho aeropuertos y atesora casi 60 enclaves Patrimonio de la Humanidad en sus 1,3 millones de kilómetros cuadrados: tres veces España. En sus cumbres, glaciares imponentes como el de Karol-La, y en la planicies las maravillas naturales se alternan con cientos de monasterios budistas de cúpulas doradas y flameantes banderas de oración.

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Sus hospitalarias gentes, de 56 etnias de ricas tradiciones, forman un caleidoscoipio espiritual y cultual único. Reciben al visitante con una franca sonrisa y anudando a sus cuellos un 'khata', el fular blanco de la gratitud y la amistad. Su tasa de suicidio es de la más bajas del mundo.

El 'Katha' que se ofrece a los visitantes como símbolo de amistad y gratitud. Agasajo a los turistas ante el lago Yamdrok y dos campesinas ante el glacial de Karol-La, a más de 5.000 metros de altitud. M.L.

El milenario Tíbet asalta el futuro y muda de piel entre mantras y microchips, como toda China. Un país que quiere atraer a los turistas que en Europa desdeñan Países Bajos o Francia y contra los que se batalla en Cataluña o Canarias. Para lograrlo está dispuesta a tirar la casa por la ventana sin complejos.

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La feria FamTrip reunió en junio en Pekín miles de agentes y profesionales del turismo de los cinco continentes. Una delegación viajó luego por la vasta meseta del Tíbet en un convoy con una decena de modernos autobuses escoltados por las autoridades chinas. Las matrículas empiezan por ocho, número de la suerte para los chinos, y en el parabrisas de cada bus la efigie de Xi Jimping y la bandera china.

Un crío con su triciclo ante un cartel político ante las calles en Lhasa. La imagen de Xi Jinping en los autobuses, y una presentación en la feria FamTrip de Pekin. M.L.

No se necesita visado para viajar a China, pero sí un permiso especial para recorrer el Tíbet -y un certificado medico para los mayores de 60-. Será siempre en compañía de un guía oficial, ya sea un viajero solitario o un grupo. La sorpresa está garantizada. Imprescindible contar con aplicaciones como We Chat o Ali Pay en el móvil y una VPN, tarjeta de telefonía virtual, que permita acceder a WhatspApp, Instagram, Facebook, Youtube o Google Maps, todas vetadas en China.

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Se frota los ojos Julio González Quijano, veterano en los viajes por el techo del planeta, capaz de hablar un tibetano fluido que pasma y agrada a campesinos y funcionarios locales y que da fe del cambio radical. Y es que más allá del paso al Everest, Qomolangma en tibetano, que atrae a montañeros de todo el globo, Tíbet deslumbra por su paisaje y paisanaje, su historia y el contraste entre su milenario pasado y su presente hiperdigitalizado.

Entre la devoción y el hormigón

La primera puerta hacia el cielo es Lhasa. Capital de la región autónoma, su flamante aeropuerto de Gonggar, con poco más de un año, está a 50 minutos, atravesando fértiles valles con caudalosos ríos jalonados de placas solares por doquier bajo montañas desérticas. Desde Gonggar se vuela a Katmandú en 40 minutos y a Pekín en cuatro horas.

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Epicentros de Lhasa son el palacio Potala y el templo de Jokhang. Es una ciudad vibrante y cambiante de límpidos cielos y enormes avenidas pespunteada por las nevadas estribaciones de los Himalayas y el río Lhasa. La rodea hoy un océano de grúas que renuevan y urbanizan la faz de la meseta más alta del mundo con bloques de viviendas y centros comerciales de acero y vidrio.

El palacio Potala al atardecer. Un enorme cartel político con todos los mandatarios chinos de Mao a Xi Jinping en la explanada bajo el palacio, y tres monjes contemplando la Lhasa moderna desde un mirado del la fachada posterior del Potala. M.L.

Su centro histórico lo corona el imponente Palacio de Potala que el Dalái Lama abandonó en 1959. Jamás ha regresado a lo que considera un territorio ocupado y anexionado por China en 1950 con el nombre de Xizán o Xizang. Exiliado en la India, su imagen está prohibida en el Tíbet. Otros hitos de Lhasa son el templo de Jokhang, fundado por Songtsen Gampo, el primer rey budista y unificador del territorio en el siglo VII, y el Palacio de Verano (Norbulingkha o Jardín de Tesoro).

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Cerebro al ralentí

A esta altitud, 3.643 metros, del sol hace hervir los sesos y el mal de altura hace estragos en algunos visitantes. Los tibetanos se protegen de la potente radiación solar con parasoles, máscaras y viseras como plazas de toros. Las víctimas del mal de altura consumen oxígeno en pequeñas bombonas o aerosoles. Quien no lo padezca verá aún como su cuerpo y su cerebro funcionan al ralentí.

Cuando cae la tarde, masas de turistas chinos se acercan a la inmensa explanada a los pies del Potala. Majestuosa mole de adobe y ladrillo en la colina Marpo Ri con su laberinto de escaleras iluminadas en una sinfonía de colores para delirio de miles de fotógrafos, tiene un algo de parque temático. Construido en 1649 por el quinto Dalái Lama y Patrimonio de la Humanidad desde 1994, el gigantesco edificio blanco y rojo fue sede del gobierno tibetano. Con 13 alturas, alberga más de mil habitaciones, decenas de miles de estatuas y apenas 80 monjes. Se pueden visitar los aposentos de Dalái Lama, sus salas de estar y las capillas de oración.

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El alma de la vieja Lhasa es el barrio de Barkhor y la plaza Dhurbar, ante el milenario monasterio del Jokhang, corazón del Tíbet espiritual, el más sagrado del budismo tibetano y con el Buda más venerado: una estatua de metro y medio de Buda con 12 años flanquedo por la efigie de Songtsen Gampo, fundador del imperio tibetano al casarse con sus dos mujeres budistas (una nepalí y otra china). Introductor del budismo en el Tíbet , fue constructor del complejo, Patrimonio de la Humanidad desde 2000, que sería lo que el Vaticano al catolicismo.

Una joven influencer posa ante unos molinillos de oración en las inmediaciones de Jokhang. Una mujer con su hijo a la espalada en la plaza Dhurbar, en el e barrio de Barkhor. Peregrinos postrados y orando ante la fachada del sagrado complejo de Jokhang. M.L.

En su entorno los peregrinos se arrastran, literalmente, entre una marea humana que hace girar sus molinillos de oraciones, 'mani', -siempre en sentido de las agujas del reloj- circunvalando el complejo en una 'kora' de casi un kilómetro que se prolonga durante todo el día. Acaban postrándose antes de penetrar en el templo y rendir tributo al Jowo, el joven Buda esculpido en tiempos de Siddhartha Gautama, entre intensos efluvios de incienso y el penetrante olor de las velas de manteca de yak que se ofrendan en los pebeteros de sus infinitas capillas. En la terraza brillan los símbolos más conocidos de Lhasa: dos cervatillos dorados que escoltan la Rueda de la Vida.

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Los creyentes tibetanos, que repiten el compasivo mantra «om mani padme um» ('La joya está en el loto') pasan una a una las 108 cuentas de sus 'yapa mala' (rosarios). Se mezclan con los turistas, la mayoría chinos, que compran el el zoco que circunda el templo. Influencers con trajes típicos tibetanos posan para sus redes sociales y se cruzan con devotas ancianas encorvadas que peregrinan desde sus aldeas.

Shigatse, la segunda ciudad del Tíbet, a 3.800 metros de altitud, alberga otra joya, el inmenso santuario budista de Tashi Lhunpo, a los pies de la montaña de Nyima. Lo fundó en el siglo XV el primer Dalái Lama y es la actual sede de los Panchen Lama, segunda autoridad religiosa de la escuela Gelupa del budismo tibetano.

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Conmueve la visita a este enorme complejo amurallado con decenas de edificios que llegó albergar 4.000 monjes y acoge al Buda Futuro. Con más de 28 metros de alto -uno de los mayores y mas valiosos del mundo-, se elaboró con más de dos toneladas de oro y cientos piedras preciosas. Tashi Lhunpo es hoy un centro de estudio de filosofía tántrica que deja una huella imborrable como hito del Tíbet, territorio oficialmente ateo, como China, pero de profunda raigambre religiosa.

Peregrinos y monjes en el inmenso santuario budista de Tashi Lhunpo, a los pies de la montaña de Nyima. M. L.

Otra joya es el palacio-castillo de Yumbulakang o Yumbu Lha Khang, el primer edificio construido en Tíbet según la tradición budista, por Nyatri Tsenpo (el primer rey tibetano) en el siglo II antes de Cristo. Corona una colina de cien metros sobre el valle del río Yarlung Tsangpo, a 3.700 metros de altura. Fue residencia de verano del rey tibetano y ahora monasterio de la orden Gelupa. Casi derruido en la Revolución Cultural, se reconstruyó en 1983. Emblema del Tíbet lo circundan miles de banderas de oración ondeando al viento. Cada color representa un elemento de la cosmología tibetana: azul para el cielo, blanco para el agua, rojo para el fuego, verde para el aire y amarillo para la tierra.

Banderas de oración y una peregrina con su rosario y su móvil en el palacio-castillo de Yumbulakang o Yumbu Lha Khang, el primer edificio construido en Tíbet según la tradición budista. M. L.

Hoy es posible alojarse en lujosos hoteles y en los estatales 'glampings', sofisticados campings con bungalows a la última, con pantallas de plasma, wifi de alta velocidad, sanitarios completos y climatización. Tíbet es un modelo de desarrollo donde opera el eficiente capitalismo socialista, de férreo control estatal, con deslumbrantes logros en coches eléctricos, chips, inteligencia artificial, infraestructuras o vergeles de cultivo hidropónico que han llevado frutas y verduras al país de la carne seca y la mantequilla rancia de yak, 'ghee' con la que se prepara el té agrio.

Del pollino la carromato eléctrico

Fascina el contraste entre tradición y tecnología. Los hoteles de lujo -más de un centenar- cuentan oxígeno en su climatización, camareros robotizados para el servicio de habitaciones y retretes inteligentes. Pero en las aldeas la bosta de yak se amontona ante las casas para defenderse del implacable frío invernal junto a vehículos eléctricos de última generación. Del pollino al carromato eléctrico, el salto ha sido colosal.

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Como en toda China, el patriotismo impregna cada rincón. En la explanada del palacio Potala hay una gigantesca imagen de Xi Jinping y sus antecesores: Hu Jintao, Jiang Zemin, Deng Xiaoping y Mao Zedong. El 28 de marzo es para el gobierno el día de 'Los Siervos Liberados del Tíbet', hoy acomodados a la prodigalidad de Pekín, que abona el vasto territorio con el maná de autovías, carreteras, bloques de viviendas y hoteles de lujo, como el Hilton de Shigatse o el Sangri-La de Lhasa, para disfrute del floreciente turismo.

El Partido Comunista es omnipresente en el Tíbet. Hay cumbres de 4.000 metros coronadas con el diagrama 'Viva la patria' que se ilumina cada noche. La presencia policial es permanente.

La furia independentista ha cedido y los monjes no se queman a lo bonzo, a pesar de tímidas protestas de oenegés y algunos gobiernos. Nadie da un paso en el Tíbet sin que lo sepa Pekín. El Gran Hermano existe, y en esta Chin digitalizada se hace presente en las miríadas de cámaras desplegadas por todas partes, capaces de reconocer un rostro entre millones. El presidente Chino, se rumora, podría acudir al aniversario de la 'Liberación' en septiembre.

Un campesino en una caballería en la ribera del sagrado lago Yamdrock. Motocarros eléctricos en las calles de Shigatse. Clientes tibetanos en restaurante popular de Lhasa, en el barrio de Barkhor, donde se consume te con 'ghee', matequilla de yak. M. L.

El pueblo llano cambió las bicicletas maoistas por las motos eléctricas que inundan las avenidas de Pekín o Lhasa y se alternan con 'audis' 'mercedes' o 'porsches' y decenas de marcas de coches eléctricos desconocidas en Europa. El ruido de los motores de combustión casi ha desaparecido y la contaminación parece historia.

Los críos comparten moto con sus abuelos y abarrotan centros comerciales de corte occidental de Lhasa, donde han llegado McDonald y KFC. En los atestados restaurantes tradicionales los parroquianos se atiborran de té con mantequilla salada y fuman sin parar.

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Viajeros menos espirituales y más frikis de la montaña pueden enfilar en bus o coche la Carretera de la Amistad que, camino de Katmandú, discurre a más de 4.000 metros de altitud hasta el campo base del Everest, a 5.200 metros y distinto del nepalí, para divisar la cima del mundo a 8.488 metros de altura y disfrutar en plenitud de la telúrica magia del Tíbet. La mejor época es de julio a septiembre.

El logo de We Chat, una aplicación que permite pagar y hacer caso todo en China. R.C.

Una llave maestra en código QR

El código QR es hoy la llave maestra para penetrar en tecnificada China de hoy. Con él se paga en tiendas, transportes, restaurantes u hoteles. Otra prueba del salto tecnológico chino. El uso masivo del móvil ha desarrollado este sistema de encriptación que hace obligatorio para el viajero bajarse al móvil potentes aplicaciones como Alipay y WeChat, que funciona en España.

Además de pagar, el QR permite a verificar la identidad de usuario, acceder a sus redes sociales e informarse. Con todo, el visitante deberá llevar siempre su pasaporte a mano, exigido, con reconocimiento facial incluido, al entrar en la Ciudad Prohibida pequinesa, en el Potala de Lhasa o en la muy vigilada plaza del Jokhang. Las aplicaciones móviles permiten comprar las entrada a la imponente Muralla China o al Templo del Cielo en Pekín.

Para salvar las descomunales distancias pequinesas lo mejor es desplazarse en un DiDi, equivalente chino de Cabify o Uber de precio muy razonable. La app está integrada Alipay, que a través de la IA permite traducir la voz al chino para comunicarse con recepcionistas, conductores o vendedores o policías. Estas aplicaciones permiten contratar una indispensable e-sim, una tarjeta de teléfono secundaria y electrónica con datos para navegar sin pagar fortunas por las abusivas tarifas de roaming. Una tarjeta para 15 días con dos gigas de datos costará poco más de un euro al día.

La tecnificación no ha acabado con el regateo, imprescindible en mercados como el de Hongqiao, cercano al Templo del Cielo. Cerrada la cifra, el vendedor facilitará el pago con QR mostrando el código del comercio escaneable desde la app con la pantalla del móvil o escaneando él mismo el código que genera la app del viajero.

El escaneo de códigos QR es el método de pago utilizado por el 95,7% de los usuarios chinos de pagos móviles. El uso de tarjetas y efectivo parecen cosas del pasado.

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