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Voluntarios en una actividad medioambiental, junto al Puente Romano de Salamanca. ÁLEX LÓPEZ
Más efectos de la COVID en Salamanca

Asociaciones y colectivos responsabilizan a la pandemia del descenso de participación en sus iniciativas

Socyl considera que una buena educación desde la infancia es la mejor vacuna para conseguir personas que sigan siendo comprometidas y no se dejen arrastrar por el individualismo imperante

Ana Carlos

Salamanca

Sábado, 25 de febrero 2023, 21:00

En los últimos tiempos hay una frase que se repite como un mantra. Asociaciones, colectivos de todo tipo, responsables de iniciativas solidarias, programadores de actividades y otros sectores de la sociedad en general aseguran que no están al cien por cien. No hacen tanto como les gustaría. No llegan a los niveles que alcanzaron en otros momentos. Tienen incluso que cancelar cursos, excursiones, y otras propuestas. Es casi imposible intentar hacer un reportaje hablando con cualquier organización en Salamanca y no escuchar en algún momento: «Desde el parón de la pandemia nos cuesta arrancar».

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¿Son tan fuertes los efectos colaterales del coronavirus? ¿Es la resaca de la COVID y los confinamientos la verdadera responsable de esta especie de pereza existencial que parece reducir nuestra implicación, participación y asistencia a toda clase de iniciativas? ¿Qué nos ha pasado?

Para tratar de aportar luz sobre todas estas incógnitas recurrimos a la Asociación Profesional de Sociología de Castilla y León, SOCYL. Israel Gómez y Natalia Arcajo han participado en los últimos años en estudios relacionados con este asunto. Uno de ellos, sobre el voluntariado del Ayuntamiento de Salamanca y las entidades que tienen voluntarios. Otro para Cáritas sobre los mayores y su cambio de rutinas desde la pandemia. También un estudio sobre la juventud desde esta misma perspectiva.

La conclusión es que una de las principales consecuencias de la pandemia, efectivamente, es este descenso en la participación. Aunque no es homogéneo en todos los grupos de edad. Los jóvenes son los que más se han recuperado en este tiempo. Pero se ha perdido la implicación. Si ya era difícil antes, ahora cuesta todavía más enganchar. Se invierte menos tiempo y energía.

En las personas más mayores se ha producido un mayor cambio de rutinas. Muchas manifiestan que para ellas la percepción del paso del tiempo no ha sido tan rápida como para el resto y ahora cuesta salir de la inercia de dos largos años sin actividad. En este caso ha pesado el miedo al contagio, inducido por las familias en gran medida. Y todavía sigue condicionando sus vidas. Si antes hacían excursiones y viajes en autobuses compartidos, ahora muchos se resisten a usar esos medios de transporte. A los organizadores les cuesta más llenar plazas.

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No todo es consecuencia del COVID

Pero es fácil echarle la culpa al cha-cha-chá, como en la canción. Es una tentación reducir demasiado un problema cuya semilla viene de más atrás. Hace mucho ya que la sociedad cada vez es más individualista, que no conocemos a nuestros vecinos y que realmente nos importan poco. Cada vez preferimos más una pantalla a relacionarnos cara a cara.

Además, la participación a veces puede ser tediosa, dura y exige un esfuerzo constante. Quien ha estado en primera línea en una AMPA, una asociación vecinal, un grupo parroquial o cualquier otra organización lo sabe. Hay que estar dispuesto a trabajar y negociar con personas que no te caen bien. Hay que renunciar a tiempo libre propio sin una compensación económica.

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En los últimos 20 años han desaparecido muchas asociaciones en Salamanca, sobre todo juveniles. Y los colectivos de todo tipo tienen menos socios. Incluso en los barrios con más tradición vecinal se nota la tendencia. El envejecimiento de la población y la migración de los más jóvenes no ayudan.

Las iniciativas que han sido encabezadas por un líder carismático (como puede ser el párroco Antonio Romo o algunas presidentas vecinales como Tina Martín y Pepita Mena, entre otros muchos ejemplos) tienen grandes dificultades para tener a alguien al frente. El relevo generacional pasa por momentos complicados. Y a las asociaciones de zonas nuevas les cuesta arrancar. No hay ese sentimiento de pertenencia ni esa tradición.

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La pandemia no ha hecho más que pisar el acelerador de una tendencia que ya había empezado. A ver ahora qué hacemos para pisar el freno y conducir hacia un horizonte diferente.

UNA EXCEPCIÓN Y UNA EXPLICACIÓN PARA ELLO

Natalia Arcajo apunta una excepción. El movimiento Scout. Allí no han bajado los niveles de participación. No se ha notado el efecto COVID. Siguen tan activos como siempre. ¿Y cuál es la razón? Todo apunta a la educación. Los participantes se implican desde pequeños, sin darse cuenta aprenden a hacerlo, a trabajar a través de la autogestión. Se sienten identificados como grupo. Y de entre ellos nacen muchos perfiles que después se mantienen activos y en otros ámbitos durante toda la vida. Podría ser toda una cantera para el asociacionismo. Habría que reproducir muchos de sus valores educativos para incrementar la participación en la sociedad.

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Porque seguimos siendo solidarios y participando, pero nos movemos por impulsos momentáneos y optamos por actividades concretas sin más responsabilidad. También como asistentes, cada vez nos quedamos más en casa o en cosas que no requieren mucho esfuerzo. Se nota hasta en las parroquias: incluso acude menos gente a las misas.

Israel Gómez vuelve a incidir en la importancia de la educación para favorecer la participación colectiva y en la adaptación de las formas de participación a la nueva realidad. Porque no está todo perdido. Antes de la pandemia los estudiantes de secundaria estaban muy movilizados y dispuestos a implicarse en acciones para reivindicar políticas efectivas contra el cambio climático. A pesar de que en general se criticaba que era un grupo de edad poco participativo, demostraron que si se sentían concernidos estaban dispuestos a manifestarse y llevar a cabo acciones organizadas.

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Ahora se han frenado, pero hay que darles facilidades. Ofrecerles acciones formativas, espacios para participar y liberarles del exceso de burocracia que se exige hoy en día a las asociaciones. La chispa puede volver a prender en ellos y en otros sectores de la sociedad.

Los sociólogos afirman que, pese a que los datos no sean optimistas, no hay que caer en la desesperanza. De hecho, hay todavía muchas personas implicadas, participativas y que están haciendo las cosas muy bien. Hay que darle valor a eso. También hay que reiterar que la participación ciudadana no es remunerada y requiere compromiso. Cada acción que se desarrolla es un éxito que hay que reconocer en esta sociedad del individualismo.

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El reto está en educar a la sociedad para la participación de forma real y efectiva. Desde las políticas europeas se marca la necesidad de participar de forma cotidiana para acometer las transformaciones sociales que son necesarias para afrontar las crisis actuales, como la del cambio climático. Pero en la práctica en Salamanca toda clase de asociaciones y colectivos, desde FEVESA a Fridays For Future, por ejemplo, critican que las consultas que les hacen son para cubrir el expediente y que en realidad no se toman en cuenta sus aportaciones ni se les mantiene implicados en todo el proceso. A lo mejor la educación tiene que empezar por los que están arriba, para que crean en el valor de lo se puede alcanzar entre todos.

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