En primera línea contra los incendios: así operan los hidroaviones del Ejército en Salamanca
Desde la base de Matacán, el Teniente Díaz Guerra explica las partes de un hidroavión y el procedimiento a seguir ante un aviso de incendio
Suena la alarma. 60 minutos para planificar, coger las cosas, revisar, despegar y llegar a destino. En la base aérea de Matacán, cada minuto cuenta cuando el aviso de incendio llega. Allí, el Ejército del Aire opera algunos de los medios más potentes contra el fuego: los hidroaviones CL-415 y CL-215. Su misión es clara: cargar miles de litros de agua en segundos y descargarla con precisión sobre las llamas.
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La flota
Según afirma el teniente Díaz Guerra del 43 grupo, los CL-415, conocidos como serie 31, 32, 33 y 34, representan la versión moderna de estos aviones, equipados con turbinas que ofrecen más fiabilidad y menos averías que los antiguos modelos de pistón. Por debajo de la serie 30 se encuentran los CL-215.
El modelo 34 pertenece a la versión CL-215 turbo, una remodelación de los antiguos aviones de pistón, pero con motores más potentes. A diferencia de los CL-415, los turbo tienen cabinas con instrumentos analógicos en lugar de pantallas digitales, lo que reduce el riesgo de fallos electrónicos, aunque también es menos ergonómico.
Otra gran diferencia está en la capacidad de descarga: los CL-415 cuentan con cuatro compuertas (dos por lado) que permiten lanzar los 6.000 litros de agua de una vez o de forma escalonada, lo que les da mayor versatilidad. Los CL-215 turbo, en cambio, solo disponen de una compuerta por lado.
Ambos modelos pueden llenar sus depósitos en tan solo 10-12 segundos, gracias a unas tomas de agua con rejilla protectora que evitan la entrada de ramas u objetos. En Salamanca, los principales puntos de carga son los embalses de Almendra, Santa Teresa, Navamuño (Béjar), Baños, Bemposta-Fermoselle (en la frontera con Portugal) y, en menor medida, Villagonzalo (Alba de Tormes) e Irueña (río Águeda).
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Operaciones coordinadas desde el aire y tierra
Los pilotos no deciden por sí mismos dónde lanzar el agua. Siguen las indicaciones del jefe de operaciones aéreas, que asigna la zona de descarga. Una vez sobre el terreno, evalúan si las condiciones de visibilidad, el humo, la dirección del viento o la orografía permiten la maniobra.
Ante una situación extrema de incendios como la que ha habido este verano, en Matacán operan aviones llegados de diferentes partes de España, enviados por el Ministerio para la Transición Ecológica, e incluso internacionales.
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Jornadas largas y exigentes
Un día de trabajo puede incluir hasta nueve horas de vuelo, divididas en dos periodos de cuatro horas y media. Antes de despegar, el equipo realiza una revisión exhaustiva: combustible, sistemas, hélices, tren de aterrizaje, cristales limpios, y la comunicación obligatoria con el centro de operaciones en Madrid.
Cada avión cuenta con dos pilotos y un técnico de interior, una configuración que España ha adoptado y que ha contribuido a reducir incidentes. «Seis ojos y tres mentes ven y piensan más que cuatro», afirman desde la unidad. El técnico de vuelo se encarga de comprobar el sistema de agua, los depósitos, los indicadores y todos los elementos mecánicos.
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En el avión van, sentado a la izquierda, el comandante de la aeronave, responsable último de las decisiones, y, a la derecha, el segundo piloto. El método de trabajo es meticuloso: llegan a las 7:30 de la mañana para que a las 8 los aviones estén listos, con revisiones completas. Desde ese momento, y hasta la puesta de sol, permanecen en alerta, a la espera de la llamada del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico de España (MITECO). Cuando llega el aviso, reciben las coordenadas, el número y nombre del coordinador y la localización del incendio. En el cuadrante revisan la zona a la que deben acudir y las áreas de carga de agua, calculando trayecto, combustible y otros factores. Con el plan hecho, junto al mecánico de vuelo, realizan una inspección exterior e interior, ponen en marcha los motores y despegan.
Seguridad y equipo personal
En el edificio administrativo está la zona de EPV (Equipo de Protección de Vuelo), donde se guardan los cascos, chalecos salvavidas con bombona de CO₂ para emergencias y pequeñas botellas de oxígeno que permiten respirar bajo el agua. El chaleco puede activarse manualmente o, en algunos modelos, al contacto con el agua.
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En caso de fallo en el arranque, el sistema puede indicar un «abort to start» para prevenir daños. Ante averías más graves, como problemas en los motores o en el sistema de agua, se comunica inmediatamente a los jefes para evaluar la situación.
Planificación al milímetro
En la sala de operaciones, un mapa con coordenadas y escalas permite calcular distancias y tiempos de llegada, así como conocer las características geográficas del área. Una tablet complementa la información con mapas digitales, procedimientos de emergencia, manual de zonas de carga y limitaciones. Sin embargo, las condiciones atmosféricas, especialmente el humo y el viento, pueden obligar a replantear la ruta en cuestión de minutos.
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Oficio de riesgo y precisión
Los hidroaviones, aunque parecen rígidos, son flexibles y resisten el aire convectivo que genera un incendio fuerte, capaz de sacudirlos con violencia. El CL-215 turbo incluso cuenta con una escotilla delantera y un ancla para amarrar en puertos o boyas. En algunos casos, el Ministerio ordena añadir espuma a los depósitos para reforzar la eficacia del agua en incendios de gran magnitud.
El trabajo de los «apagafuegos» de Matacán combina disciplina militar, pericia técnica y resistencia física. Su eficacia depende de que todo esté pensado al milímetro: desde el momento en que suena la alarma, hasta que los 6.000 litros de agua caen sobre las llamas, en el punto exacto y en el momento preciso.
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