El profesor de Salamanca capaz de montar películas sin usar una cámara
Alberto Cabrera Bernal combina cine, sonido y montaje físico para crear obras fuera del relato convencional. Es docente en la USAL y parte del circuito internacional de cine de vanguardia
M.J. Carmona
Domingo, 10 de agosto 2025, 18:13
Sobre el suelo hay una maleta abierta, con varias bobinas de película cuidadosamente enrolladas y etiquetadas en sus cajas. Encima de la mesa, un proyector de 16 mm espera su turno, como si también fuera parte del relato. Cuando se enciende, el traqueteo del mecanismo llena la sala con un sonido casi hipnótico, y sobre la pared aparece un fogonazo de luz: comienza el 'loop'.
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Alberto Cabrera Bernal (Madrid, 1976) no se considera exactamente un director de cine. Lo suyo es otro lenguaje, uno que mezcla película, tijeras, sonido, estructura y tiempo. Se mueve en los márgenes del audiovisual, allí donde el cine no siempre cuenta historias, sino que se convierte en objeto, ritmo o incluso escultura. Lo suyo es hacer cine «con los posos del café»: con lo mínimo. Y desde hace cuatro años también es profesor invitado en máster de Bellas Artes en la facultad de Salamanca: «Creo que esas cosas que para mí son importantes, me gusta descubrírselas a los demás, intentando hacer buena divulgación y con cierto sentido de la responsabilidad».
«Siempre me ha interesado más el medio que el relato», explica. Su camino empezó desde la literatura -publicó un libro de poesía en sus veintitantos-, pero fue el collage lo que le llevó al cine. Reunía imágenes, materiales de archivo, restos, y un día entendió que el paso siguiente era el montaje. «Del collage al montage», resume. Empezó a trabajar con imágenes encontradas, primero con tijeras, luego sobre película. Sus primeras pruebas en Super 8 fueron, de forma intuitiva, cine sin haberlo llamado todavía así.
Desde entonces, Cabrera ha desarrollado una forma de creación basada en la manipulación directa del soporte. La película no es solo lo que se proyecta: es un objeto. Lo toca, lo corta, lo empalma, lo ordena por fotogramas. «Cada perforación en 16 mm es un fotograma. Si cuento 26, sé que hay un segundo. Relaciono lo espacial con lo temporal», dice mientras muestra una tira de película con la precisión de un carpintero.
Sus obras no se construyen con cámara, sino con patrones. Repite secuencias, fogonazos de luz, estructuras métricas. «Trabajo la estructura de la película como el esqueleto de un edificio. Luego vendría amueblarlo». El resultado son piezas que él mismo define como circulares, sin principio ni fin claro, como mantras visuales. «Tengo la sensación de que no he hecho otra cosa que cine circular».
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Sonido, nuevas tecnologías y archivo
El sonido es otro de los elementos esenciales en su trabajo. «A veces siento que hago piezas musicales. Si quitamos la imagen, sigue habiendo una estructura sonora que funciona por sí sola». Habla de cadencias, de ritmo, de una especie de placer mental al encontrar un patrón que le interesa y repetirlo. De nuevo, todo parte del oído, más que de la vista: «Hacemos cine de oído», asegura.
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Aunque muchas de sus películas están hechas en 16 mm, también trabaja en vídeo o incluso en formatos digitales. No es una cuestión de nostalgia, sino de relación con el soporte. En un mundo donde todo parece desactualizarse a gran velocidad, él reivindica la estabilidad técnica de la película: «Nadie sabe si dentro de 50 años se podrá abrir un disco duro. Pero una película, bien conservada, se seguirá proyectando dentro de 100 o 200 años».
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Cabrera compra metraje en mercados de segunda mano, sobre todo a coleccionistas americanos y canadienses. Su archivo incluye desde películas domésticas familiares hasta reducciones de clásicos del cine a formato 16 mm, como Psicosis o Tiburón. «Antes de la llegada del vídeo a casa, era muy normal tener proyectores de Super 8. Todo eso ahora es archivo, y ahí hay una memoria visual infinita».
Hacer películas al alcance de todos
Rechaza la idea de que el cine de vanguardia sea algo inaccesible. «Esto no es para una élite. Cualquiera puede acercarse si se lo explicas bien. Hace falta pedagogía». Lo dice también como docente: enseña cine y se toma en serio la transmisión del oficio. «Sería una lástima que alguien que ha trabajado toda su vida con las manos no comparta ese conocimiento. Yo intento hacerlo con sentido de la responsabilidad. Dar clase me ha obligado a aprender más sobre mí mismo, a estudiar el cine con una aproximación que de otra forma no habría hecho».
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En clase, insiste en que el cine de vanguardia no es un conjunto de «probaturas». Al contrario: es un cine que ha pensado muy bien su medio. Lo compara con otras artes: «Si cambiamos el lienzo por la película, seguimos pintando. Solo que luego proyectamos. Pero la operación es la misma». Por eso cree que este tipo de prácticas ha calado con más naturalidad en estudiantes de Bellas Artes que en los de escuelas de cine tradicionales.
Sus películas se han mostrado en festivales y centros de distintos países. Pero Alberto evita caer en la postal exótica: «¿Has estado en Japón? Sí, pero la pregunta es en qué espacio. También hay lugares anodinos en Boston y sitios extraordinarios en Teruel». Cree que en España hay una red creciente -cita Documenta Madrid, el Festival Punto de Vista o el (S8) de A Coruña- pero también una gran carencia en ciudades como Salamanca, donde echa en falta espacios artísticos en general: galerías, programación estable y puntos de encuentro entre artistas.
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Un proyector y mucho recorrido
Aun así, defiende que el cine tiene muchos caminos. «El cine no solo pasa por la industria. Está la ficción, el documental, el cine de vanguardia, el ensayo fílmico, el cine performativo… Es una mesa gigante llena de patas». En ese mapa amplio, Cabrera ha hecho de su oficio una mezcla entre cine, arquitectura, música y escultura. Una forma de creación que nace desde lo más simple: las manos, el corte, el ritmo.
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