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Salamanca vive una madrugada de Jueves Santo a finales de octubre
La talla más antigua de la Semana Santa recorre las calles más históricas de la capital charra como cierre dorado a los actos de su quinto centenario en una procesión marcada por la solemnidad, la música y los primeros fríos otoñales
No era noche de Miércoles Santo, pero como si lo fuese. No lo era por las fechas y las horas, pero por el ambiente, las emociones, los nervios e, incluso, la temperatura, sí lo era. El recién estrenado cambio de hora, y la bajada del termómetro, cerraban la noche y ponían esa nota de frío siempre presente en la salida de la Real Cofradía Penitencial del Cristo Yacente de la Misericordia y el Cristo de la Agonía Redentora, esta vez cambiando la puerta de Ramos por la del Obispo. No hubo promesa de silencio del alcalde, pero sí se hizo el silencio cuando, al igual que en los primeros compases del Jueves Santo, un tañir de campanas anunciaba la apertura de puertas y el inicio de la procesión, un cortejo que cambió los altos capirotes blancos y las suelas de esparto por el traje oscuro.
Otra diferencia respecto a la Semana Santa fue la Sección Musical de la cofradía, que en esta ocasión esperaba fuera la salida de su titular, dejando en el armario el hábito blanco y rojo y luciendo el uniforme de gala. Por delante de la agrupación fueron desfilando la representación de las diferentes hermandades y cofradías, así los jóvenes y los veteranos del Yacente. Una tarde-noche para compartir entre generaciones. Y, al fin, llegó la Agonía Redentora. Tras estar en la Catedral Vieja la tarde del sábado entre sus músicos, pasó a estar entre todos los salmantinos. Por primera vez, el crucificado salía de la Catedral bajó los sones del Himno Nacional, que sustituyó a la marcha «Llorando a mares por Él», que se interpretaría justo después.
Se iniciaba un recorrido extraordinario, histórico y cargado de simbolismo, por calles y entre piedras que llegaron a Salamanca mucho después que el cristo. Una de los puntos más curiosos era la salida, produciéndose por donde habitualmente regresa. Uno de los más esperados se produciría poco después, girando hacia la calle Serranos, generando una de las postales de la tarde con las torres de la Clerecía de fondo, y bajando por la calle Cervantes, donde la talla, por la estrechez, se hacía más imponente.
Una vez dejadas atrás las calles inéditas, la Agonía Redentora se encaminaba hacia su calle, la calle Compañía. Desde las escaleras de la «Ponti» se escuchaba a lo lejos las últimas notas de la marcha «Volver», y el cristo volvió. Iniciaba su ascenso de regreso a casa, adivinándose en la esquina junto al palacio de Monterrey. Una estampa tan típica como única, afeada por la situación de los contenedores en la calle, que no se habían retirado para la ocasión. Le restaron belleza en lo visual, pero no en lo emocional, ya que todos los hermanos, especialmente las jóvenes que cargaban el cristo, lo vivieron con el mismo sentimiento de cada Jueves Santo.
Y no sería el único obstáculo a superar. La temprana colocación del alumbrado navideño obligó a un pequeño desvío respecto al recorrido establecido. El cristo salió en su habitual paso procesional, sobre su conocido monte de claveles, y la altura hacía imposible el pasar por una Rúa con las luces de Navidad ya puestas. La procesión se desvió por plaza de San Isidro y Francisco Vitoria para llegar a la plaza de Anaya. Las Ministras de los Enfermos tuvieron que conformarse con ver al crucificado en la lejanía.
Sin más sobresaltos, apenas dos horas y media después, el cristo cinco veces centenario dio su última mirada de Agonía y Misericordia antes de volver a su hogar, donde espera ya la llegada de la primavera
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