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Libreros fue la calle de los impresores. Cuna de librerías, de sabiduría, en la que Fray Luis de León preside imponente desde el Patio de Escuelas. Donde los comercios y los estudiantes se han reunido a lo largo de los años, desde que la imprenta llegó a Salamanca, en el siglo XV, y de la mano de Nebrija. En ella se asentaron los primeros talleres tipográficos, y la Universidad reinaba y sigue reinando entre fachadas que acogieron las primeras compras y ventas de apuntes de la ciudad.
Entre los vestigios de lo que un día fue, la librería anticuaria de La Galatea da homenaje al nombre de la calle. Al menos, hasta el próximo Sábado Santo, 30 de marzo, cuando su propietaria, Begoña Ripoll, cerrará las puertas del local tras haber recibido un aviso por desalojo al venderse el edificio donde está ubicada la librería.
Así lo anunció a principios del mes en el blog del negocio, en una entrada titulada «La Pascua triste», siguiendo el nombre de la novela de Gonzalo Torrente Ballester. En ella, explicaba cómo recibió la carta de desalojo «donde se me comunicaba oficialmente que el precioso edificio donde está mi Galatea ha sido vendido y que, todo muy legal, por supuesto, debía desocuparlo en apenas dos meses», según informa Alba Familiar para la agencia ICAL.
Una noticia que obligaba a retirar «de golpe» unos fondos compuestos por miles de libros, tanto antiguos como modernos, así como discos de vinilo, carteles, grabados o hasta cromos. «La vida es solo lo que pasa mientras una librera anticuaria vive feliz rodeada de libros. Hace apenas un mes estaba comprando una nueva biblioteca y metiendo cajas en la calle Libreros», escribía la propietaria, ante la incertidumbre de qué vendrá después.
El texto invitaba a una despedida cálida, después de 28 años ejerciendo la profesión, la mitad de ellos entre los muros de Libreros. Una oferta que ha sido acogida por salmantinos y visitantes, según explicó Begoña Ripoll a Ical, reconociendo estar «muy contenta» al ver que «la gente está respondiendo fantásticamente», con un cariño que le han llegado desde lugares como Madrid, Gerona o Alicante, de parte de clientes habituales que decidieron despedirse del espacio que ocupa la librería.
Un adiós que también está calando en las redes sociales, donde a través del hashtag '#UnaFotoEnLaGalatea' clientes antiguos, nuevos, amigos, vecinos o curiosos pueden despedirse con una instantánea del local que cerrará sus puertas la próxima semana. Un lugar donde reposan libros incunables del siglo XV, olor a lignina, tesoros del siglo XX como un ejemplar de Polifemo y Galatea, firmado por su antiguo dueño, Luis Cernuda, u otro de la primera edición de Vientos del Pueblo de Miguel Hernández, que tan solo tardó tres horas en venderse.
El cierre de La Galatea supone el adiós de las librerías en la calle Libreros. La desaparición del último rincón que homenajeaba el nombre de lo que en su día fue. Pero no es la primera vez que Libreros se queda sin los negocios que dieron su nombre. «Ni será la última», afirma el director de Ediciones Universidad de Salamanca, Jacobo Sanz Hermida. «Asistimos a un fenómeno que se está dando en todas las ciudades», explica a Ical, ante la proliferación de pisos turísticos o negocios hosteleros que ocupan cada vez más espacios históricos.
«Cualquier cierre de cualquier librería, da igual que sea una como La Galatea, que trabaja en el doble sentido del libro anticuario y del libro de segunda mano, no es bueno», continúa, lastimándose del cese de una de las labores de este tipo de negocios: dar una segunda vida a los libros. «Una librería como La Galatea ha jugado un papel importante en la difusión de ese tipo de obras que vuelven a tener un lector, vuelve a tener un propietario y, a su vez, ese lector o propietario hará que pase a manos de un tercero», dentro de su función de «grandes mediadores culturales», donde Salamanca pierde con el cierre.
Aún con todo, Sanz Hermida rompe una lanza por estos negocios físicos frente al mundo digital, basándose en los datos del último barómetro de los hábitos de lectura en España, donde pese a que los libros digitales van subiendo cada año, apenas llegan al 6,7 por ciento de la producción y el consumo. «En un mundo plenamente digitalizado, seguimos siendo papel», matiza.
El director de Ediciones Usal ensalza también el papel de las librerías anticuarias y de segunda mano en cuanto al almacenaje y la revitalización de los libros, ya que, según explica, el ritmo de vida «nómada» de los jóvenes, a diferencia de hace 40 años, provoca que «el libro no siempre te acompañe, y sea un bien de utilización, pero también reciclable».
Salamanca ha sido, a lo largo de la historia, ciudad literaria. Casa de autores y escenario de novelas. Ahora, Sanz Hermida aboga por la necesidad de políticas nacionales para recuperar el prestigio editorial que tuvo con el grupo Anaya o Germán Sánchez Ruipérez. «Es verdad que Salamanca tuvo un renacer del mundo del libro en la década de los 50, pero el mundo cultural catalán o madrileño, por desgracia, nos fagocitan», admite el director.
Además, destaca la importancia de que exista un interés ciudadano por el mundo del libro que no tiene «claro» que posean los cerca de 40.000 estudiantes que ocupan las aulas de la capital del Tormes. «Da pena decirlo, y a lo mejor uno se tira piedras contra su tejado, pero uno lo ve en las aulas, los estudiantes cada vez leen menos. El sistema, el tipo de vida, posiblemente las exigencias también de los sistemas educativos que van de mal en peor, hacen que el mundo del libro esté cada día más marginado», señala, para terminar afirmando que, si «eso lo compara uno con el ámbito de la restauración, de los bares y discotecas», se da cuenta de que a la sociedad ya le interesan otras cosas.
«No voy a decir que el libro esté muerto», matiza, frente a unos datos que «no son muy positivos, porque se habla de que un tercio de la población no lee absolutamente nada». «Quizá el problema que tenemos es que queremos que la lectura, el mundo del libro, sea un mundo generalista. Y la lectura es elitista, por definición, porque leer supone un esfuerzo. Es verdad que el que lee le gusta, disfruta con la lectura, pero la lectura es un esfuerzo y por desgracia el mundo visual lo ha acaparado», sentencia.
«Yo no entiendo un maratón de leer diez libros seguidos pero sí se ven diez capítulos de una serie en un día. Eso dice que el mundo audiovisual contra el que hay que pelear es muy complicado», termina, hablando de una barrera contra la que hay que ser «muy fuerte», mientras desaparecen espacios como La Galatea, dedicados a dar una segunda vida a unos libros cuyo futuro, a partir del próximo 30 de marzo, será incierto.
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