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Ciervas en una zona afectada por los incendios de la sierra de la Culebra. J. Talegón

La vida tras las cenizas: cómo afectan los incendios a la fauna en Salamanca

Tras los incendios de este verano que devoraron más de 11.000 hectáreas de superficie forestal, la provincia no sólo ha perdido paisaje sino también insectos, anfibios, murciélagos y otras especies imprescindibles para reconstruir poco a poco el equilibrio perdido

Ana Carlos

Salamanca

Lunes, 15 de septiembre 2025, 08:11

El impacto de un incendio no termina cuando se extinguen las llamas. Siempre pensamos en las pérdidas económicas, en el arbolado perdido, pero los daños en los ecosistemas van más allá. Hasta lo más pequeño importa. Si no hay insectos que descompongan la materia orgánica, el suelo tarda más en regenerarse y también son necesarios como base de la alimentación de otras especies; si las cenizas contaminan ríos y arroyos, desaparecen anfibios y peces; si se pierden refugios de murciélagos, el control natural de plagas se resiente.

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Cada ser vivo tiene su papel y la ausencia de uno repercute en muchos más. Lo ocurrido en Salamanca este verano es un recordatorio de que la naturaleza funciona como una cadena: romper un eslabón compromete al conjunto.

Una huída forzada y muchas muertes invisibles

Los incendios obligan a la fauna a abandonar su hogar. «Existe una pérdida de cobertura -matorrales y árboles- que obliga a la mayor parte de las especies a abandonar -temporalmente, durante años o definitivamente- las zonas quemadas», explica el biólogo Javier Talegón, experto en gestión y conservación de fauna. Aves forestales, mamíferos medianos y grandes se ven obligados a marcharse para escapar de las llamas mientras anfibios y reptiles, con menos capacidad de huida, sufren una mortalidad devastadora.

Miles de animales mueren calcinados o asfixiados. En verano, además, abundan juveniles y crías incapaces de escapar. «Son impactos demoledores, porque muchos nidos y camadas se pierden por completo», resume Talegón. Por suerte, por las fechas de los incendios de este verano en la provincia, muchos de los cachorros y pollos de aves (salvo segundas puestas) ya tenían capacidad para huir. En cualquier caso, en su territorio se quedan sin refugio ni alimento, y eso es un problema importante.

El investigador Luis Robles añade que incluso los que logran huir se enfrentan a un panorama hostil: «Un zorro que se desplaza puede toparse con otro que ya ocupa ese territorio y, al defenderlo, acabar muerto. Otras especies mueren atropelladas en su huida o caen presa de depredadores».

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Los más olvidados son los insectos. «Sus desplazamientos son muy cortos, prácticamente mueren todos. Igual que reptiles y anfibios», subraya Robles. Y sin ellos, se resiente toda la cadena trófica.

El riesgo en los ríos: cenizas y especies amenazadas

Las consecuencias no se limitan a lo que arde. Si las lluvias otoñales son intensas, las cenizas pueden arrastrarse hasta ríos y arroyos. «El agua se contamina y especies ya amenazadas como el desmán ibérico, muy sensible a la calidad del agua, pueden sufrir un colapso», advierte Fernando Silla, profesor de Biología Animal en la Universidad de Salamanca.

El catedrático Miguel Lizana recuerda que los invertebrados acuáticos son la base de la alimentación de peces, anfibios y pequeños mamíferos: si desaparecen, se resiente toda la cadena. Y sin aguas limpias no hay desmán, ni salamandras, ni tritones, ni náyades.

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En los incendios de Sanabria y Monsagro de hace unos años se propuso un seguimiento de insectos y herpetos, pero no se consideró prioritario. Sin estudios sobre estos grupos, solo asumimos que desaparecen, cuando en realidad son claves para la recuperación.

En el río Águeda y la Sierra de Francia había desmán ibérico hasta hace poco más de 15 años. También quedan en zonas de Gredos en Cáceres y Ávila, con incendios como los de Plasencia se han podido ver afectadas las poblaciones que había en esas zonas. «Si es una especie muy tocada esto puede ser el golpe definitivo. Además del desmán hay otras especies que están en la misma situación como el musgaño (que es como la musaraña, pero semiacuático), pero nadie lo ha estudiado», sentencia.

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Murciélagos sin refugio y aves sin árboles

En las zonas de La Alberca y la Sierra de Francia, donde los incendios de este verano han golpeado fuerte, hay colonias importantes de murciélagos forestales. El investigador Luis Hernández Tabernero alerta: «Muchos mueren dentro de los refugios, quemados o asfixiados. Y las especies que sobreviven necesitan bosques maduros que ahora han desaparecido».

Las aves forestales también sufren pérdidas enormes. Muchas especies que dependen de masas arbóreas no podrán regresar en décadas: «Hasta dentro de 20 o 30 años no volverán, porque no tendrán sitio donde anidar», explica Robles.

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Mientras, especies más generalistas, como las urracas o los jabalíes, recolonizan antes los espacios quemados, pero esa homogeneización reduce la biodiversidad.

El debate sobre alimentar a la fauna tras un incendio

¿Hay que dar comida a los animales? En distintas provincias, algunos colectivos de toda índole, desde cazadores a animalistas, se han apresurado a hacerlo. Sobre si esto es conveniente o no, no hay consenso.

«Dar alimento es un parche y, en cualquier caso, debería coordinarse desde la administración», sostiene Silla. Robles es aún más crítico: «Dar de comer a ciervos y corzos es inútil, porque son los que menos lo necesitan. Con las primeras lluvias el suelo everdece enseguida y nace un pasto que les gusta mucho. El problema lo tienen otras especies, como las que habitan en el matorral o pequeños pájaros».

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Lizana, por su parte, considera que puede ser bueno alimentar a los grandes mamíferos, como el ciervo o el corzo, para que no se produzca una mortalidad alta. Si esta se produce afectará también al lobo, que si no tiene esas presas salvajes buscará otras. «A lo mejor esa ayuda de urgencia tiene que durar un año, al menos hasta la época de cría. El problema una vez más es ¿quién lo paga?», reflexiona.

Un paisaje inflamable

Más allá de la fauna, el modelo forestal está en cuestión. En Salamanca, como en muchas provincias, las repoblaciones masivas de pino resinero desde los años 50 han creado un paisaje inflamable. «Son auténticas bombas de relojería. Los pinares densos acumulan biomasa y propagan el fuego con facilidad», explica Silla.

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Talegón y Lizana coinciden en que habría que apostar por quercíneas —robles, encinas, alcornoques—, menos inflamables y más resistentes. Pero plantar no siempre es la respuesta: «En algunos lugares conviene dejar que la vegetación se recupere sola, evitando que los pinares colonicen todo el espacio», apunta Silla, que reconoce que hay que valorar caso por caso para determinar lo mejor para cada espacio en concreto.

¿Montes sucios? Más bien montes sin uso

Tras cada incendio vuelve la misma polémica: ¿los montes se queman porque están «sucios»? Para Robles, es un error de concepto: «Que haya matorral no significa que el monte esté sucio. El matorral es hábitat de muchas especies. No podemos pretender convertir España en un jardín con césped bajo los árboles».

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Lo que falta, según él, es uso humano sostenible: ganado extensivo, huertas alrededor de los pueblos, aprovechamiento del monte como se hacía antes. «No se trata de meter miles de personas a desbrozar, sino de recuperar un equilibrio. Que haya ganado, cultivos, gente en los pueblos. Eso mantenía controlado el contorno y evitaba que el monte se metiera en las casas. No era limpieza, era uso», advierte. El problema es que no hay muchas personas dispuestas a tener ese estilo de vida.

Qué se puede hacer tras el fuego

Más allá de dejar actuar a la naturaleza, los expertos coinciden en que la recuperación puede y debe facilitarse con medidas concretas. Desde colocar presas de madera o piedra en arroyos y laderas para frenar el arrastre de suelo y evitar que las cenizas contaminen los ríos, hasta limitar la caza en los montes afectados durante las primeras temporadas para que las poblaciones de fauna silvestre se recompongan.

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También señalan la importancia de evitar repoblaciones masivas de pino resinero, apostar por quercíneas más resistentes al fuego y mantener brigadas de vigilancia y prevención todo el año. Son actuaciones que no garantizan una recuperación inmediata, pero sí ayudan a que el equilibrio natural se restablezca con más rapidez y menos pérdidas.

El cambio climático, un factor decisivo

Si algo subrayan todos los expertos es que el cambio climático multiplica el riesgo. Incendios más frecuentes, más intensos y en superficies más extensas. «El aumento de las temperaturas hace que cada vez sean peores. Es un factor más de presión sobre la fauna», recalca Silla.

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Talegón insiste en la necesidad de invertir en prevención: brigadas forestales, gestión forestal activa, limitación de plantaciones de especies pirófitas (es decir, que tienen adaptaciones específicas al fuego o que se benefician de él para reproducirse, crecer o dispersarse) y endurecimiento de las penas contra pirómanos.

La necesidad de un pacto de Estado

El catedrático Miguel Lizana lamenta las acusaciones entre partidos y administraciones tras los incendios. «Estoy convencido de que ningún político quiere que se quemen nuestros montes», afirma, pero si convertimos el fuego en un motivo de discusión seguiremos sin avanzar. Generar desconfianza frente a las instituciones no es algo positivo.

«Hace falta un pacto de Estado que fije líneas de prevención, gestión forestal y respuesta a largo plazo. El cambio climático hará que los incendios sean cada vez más frecuentes y más graves, y solo con planificación y consenso podremos reducir sus efectos», defiende.

Esperanza y paciencia

El proceso de recuperación es lento. «Las hierbas rebrotan en días, los arbustos en años y los bosques en décadas», recuerda Robles. Pero la vida vuelve. Con tiempo, con paciencia y con gestión adecuada, las especies regresan.

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La esperanza está en que cada incendio sirva para aprender y corregir errores. Que la tragedia no se repita en los mismos lugares. Que la próxima vez estemos mejor preparados.

En Salamanca, la naturaleza vuelve a escribir sobre cenizas. Pero necesita que la acompañemos en ese camino: desde el insecto más diminuto hasta el gran mamífero, todos forman parte de un engranaje que solo funciona si nadie falta.

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