Dentro de un convento de clausura en Salamanca: los cuatro continentes reunidos en un pequeño pueblo que rezan por el mundo
En el Monasterio de Santo Toribio de Liébana en Vitigudino conviven 15 monjas de cuatro continentes diferentes. Rezan porque lo que les une a ellas mueva el mundo. ¿Cómo acabaron en un pequeño pueblo de la provincia charra? ¿Cómo es la vida de las monjas de clausura?
Fue todo un honor. Un aprendizaje. Fue un descubrimiento. Una mirada basada en la escucha del que quiere conocer lo diferente para poder contarlo. Fue una vuelta al pasado, a la infancia. Una reflexión sobre el presente y un deseo para el futuro. La visita al Convento de las Monjas Agustinas Recoletas de Vitigudino es para contarla. Desde la manera de anunciar tu llegada, pasando por la apertura de puertas de un monasterio de clausura, hasta la despedida entre sonrisas y buenos deseos.
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Desde dentro
El convento de monjas de clausura de Vitigudino
El tirar de una cadena que conecta un lado con el otro de la misma pared anuncia nuestra llegada. Un ojo a través de una pequeña rendija acompañado de la voz de una de las monjas nos hace saber que conocen nuestra presencia y esperamos pacientes en el locutorio, una sala con asientos en la que las mujeres reciben visitas. Eso sí, hay dos rejas de por medio. Las monjas de clausura no pueden salir nunca del convento salvo excepciones, tampoco nadie puede entrar. Todo un honor.
Una cortina nos impide ver más allá, pero en seguida es recogida por la madre superiora, Gema (34 años) nacida en Tanzania, y Berta de Perú. Su acogida es ejemplo del amor que profesa el evangelio por el que están allí y dedican su vida a orar. Nos dicen que pasemos y las grandes puertas que conducen al monasterio se abren. Las 15 monjas están preparadas para la foto. Una foto que dice mucho.
Las hay mayores y jóvenes, la más pequeña tiene 27 años, y la más mayor 93; las hay españolas -la última entró hace 69 años-, pero también de otras partes del mundo; China, Perú, Guatemala o Tanzania; las hay más risueñas y otras son más serias o simplemente muestran vergüenza ante unos intrusos que osan desvelar una jornada cargada de labores, discernimiento personal y entrega a Dios. Pasando el jardín se divisa un enorme huerto y justo a nuestra derecha una canasta de baloncesto. ¿Qué hacen estas monjas que todavía no sabemos?
Todo natural de la zona ha ido a visitarlas en algún momento; los conocidos 'recortes' han sido y son la merienda preferida por muchos, las sábanas eran remendadas a la luz de las velas por las devotas y aunque las modernidades también han traspasado estas paredes de piedra, todavía tejen a mano camisones íntimos de mujer para una fábrica de León y confeccionan pantalones y uniformes de apicultor para una empresa de Zamora.
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Asia, África, América y Europa en Vitigudino
Un convento sin fronteras
«Aquí todas somos hermanas. Somos una familia. No importa el país del que procedas, tu color de piel o el idioma que hables, da igual si eres alta, baja, guapa o fea. Aquí nos une el amor. No hay fronteras». Es su carta de bienvenida.
De las 15 monjas que en estos momentos conviven en Vitigudino; cinco son españolas, seis procedentes de Tanzania y el resto son originarias de Guatemala, Perú, Venezuela y China, el país de la última de las monjas en profesar sus votos. Un ejemplo de unión entre países que perfectamente podría servir de ejemplo a la sociedad actual. Han probado los distintos platos típicos de cada uno de los países, aprenden español, pero también saben hasta decir palabras en chino. Todas coinciden en su aprendizaje gracias a la variedad cultural. Así lo viven, una a una.
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Sor María Alejandra lleva 20 años en Vitigudino, es de Venezuela. Tiene apuntado todo lo que quiere decir, por si acaso se le olvida algo. «Siento que yo no tomé la decisión de venir hasta aquí, fue Él el que quiso que yo viniera y fuera monja. Fue en una peregrinación cuando me di cuenta de mi verdadera vocación, tenía 24 años y no tenía pensado salir de mi país, pero llegué a Vitigudino y aquí estoy muy feliz».
Asegura que también existen momentos malos, pero que su vida está dedicada a la contemplación. Además, en sus trabajos personales se dedica a enseñar español al resto de sus hermanas y ejercer como enfermera, ya que está graduada, cuidando de las más mayores.
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Horario de una jornada
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06:30 h. Despertar y toque de campanas
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06:45 h. Rezo del laudes y el oficio de lectura
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07:00 h. Oración personal y rezo del rosario y tercia
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08:00 h. Desayuno
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09:00 h. Labores personales.
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12:45 h. Oración de la Sexta
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13:45 h. Comida
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14:15 h. Descanso
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15:00 h. Oración de la Nona
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16:00 h. Ensayo de cantos
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16:30 h. Lectura espiritual. Una de ellas lee y el resto hacen labores
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17:30 h. Trabajo individual
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18:30 h. Oración personal y vísperas
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19:30 h. Misa
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21:00 h. Cena y recreo
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22:00 h. Oración y descanso
«No sé si lo haré bien». Isabel Bartolomé Martín es de Valderrodrigo y comienza a leer sus apuntes. «Es que soy muy vieja». Pero lo hace más que bien. «Soy hija de labradores y desde pequeña sentí la decisión de ser monja. Llevo 69 años aquí y estoy contentísima, feliz, dichosa de vivir entregada a Dios y encantada de ayudar a todo el mundo a través de oraciones y sacrificios». Fue la última española en entrar al convento.
«Durante mucho tiempo no entró nadie después de mí y apareció Berta de Perú, la entrada del resto lo vivo como una gracia de Dios. Estoy contentísima. Esto es internacional, mi enriquecimiento personal gracias a ellas ha aumentado y verlas felices y contentas a mí también me hace feliz -no deja de repetirlo-», señala, antes de apuntar la gran cantidad de labores que hace: cuida un gran huerto (esa misma mañana recogió las cebollas), hace combinaciones tejidas a mano, lava y plancha ropa de la sacristía... «hay muchas veces que no me da el tiempo para tanto, como a cualquier ama de casa», ríe.
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Pero Isabel tiene una espinita clavada, quiere que alguna española ingrese en el convento. ¿Cómo se consigue eso? «Que prueben y luego ya... si quieren pueden quedarse. Como dice el evangelio 'venid y veréis'», responde.
Sor Viviana tiene solo 27 años y lleva dos en Vitigudino. «Aquí estoy muy feliz, la verdad», comienza. Su vocación comenzó de la curiosidad, cuando le llamó la atención la forma de actuar y vestir de un fraile amigo de su familia: «Para mí es algo precioso porque estás dando los mejores años de tu vida al Señor. A mí esto no me duele. Sé que soy inmadura todavía y gracias a mis hermanas sigo adelante. Es muy difícil ser joven y dedicarse a la vida contemplativa. Aunque joven me siento muy madre de las almas de los demás».
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Sobre la mezcla de culturas: «A mí me ha ayudado mucho conocer el resto de culturas de mis hermanas. Siempre quise conocer África y ahora mis hermanas me cuentan sus tradiciones. Vivir aquí con ellas es genial».
Sor Gema. Es la nueva madre superiora. Tiene 34 años y llegó a Vitigudino cuando acababa de cumplir 20. Es de Tanzania y su sonrisa es contagiosa. «Soy felicísima aquí», comienza, «recibí la llamada de Dios a los 10 años y con 20 llegué aquí. No fue fácil porque cuando llegué aquí no sabía nada de español ni conocía a nadie, pero pedí consejo y me ayudaron, entre todas nos ayudamos. Vivimos muy bien, vivimos enamoradas de Jesucristo y como Él es amor, tenemos amor entre nosotras y hacia el resto».
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También es enfermera por lo que cuida a las hermanas que más lo necesitan, además de gestionar sus deberes como la 'madre' del grupo. «Soy la mamá de 14 hijas».
Sor Berta. Lo mejor para el final. Tenía su vida en Perú. Estudió Economía y trabajaba en Correos. Pero su vida cambió de la noche a la mañana. «Un padre me dijo que yo servía para la vida contemplantiva, pero no sabía ni lo que era. Probé y supe que esto era para mí. Así que renuncié a todo. Fui la primera extranjera en venir y llevo 25 años. Cuando el Señor llama nos deja elegir. Yo le dije que sí, pero pensaba que era no. De hecho, estaba tan contenta que una hermana mía quiso probar, quiso vivir mi felicidad, pero cuando vino dijo que no era para ella», cuenta.
¿Y qué opina de el rechazo a la inmigración por parte de la sociedad? «Todos somos hijos de Dios, nosotras no vemos ni raza ni color, no hay fronteras, caminamos todas juntas. Esta es una realidad, somos hermanas, con diferentes gustos y culturas, de distintos países, pero nos llevamos bien y nos enriquecemos de distintas maneras, entre ellas la gastronomía, lo que más me ha gustado... el jamón de Vitigudino (risas). También he aprendido algo de chino».
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Y es que Sor María Zhang YueChun, que no se atreve todavía a hablar, es una monja china que llegó sin saber nada de español: «Solo sabía decir que era feliz. Nos comunicábamos por señas y ahora sigue hablando, aunque muchas no la entendamos. El Señor conoce todos los idiomas y el amor. Eso es lo que decía nuestro padre Agustín llevarnos de Dios y de su amor para poder darlo a los hermanos».
«Desde aquí nos da pena que haya personas que se vean obligadas a salir de sus países por las guerras y por necesidad y que haya países que pongan tantas trabas. Nuestra misión es pedir por todas estas necesidades«, concluye.
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