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Tomás González, autor de 'Primero estaba el mar'. Camilo Rozo
«Debía escribir para sobrevivir al dolor»

«Debía escribir para sobrevivir al dolor»

Reeditan en España 'Primero estaba el mar', ópera prima del escritor colombiano Tomás González, venerado por la Premio Nobel Elfriede Jelinek

Martes, 24 de septiembre 2024

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Tomás González (Medellín, 1950) estudió Filosofía antes de convertirse en camarero en un club nocturno de Bogotá que entonces se llamaba 'El goce pagano'. Él se resiste a hablar de ello: arrastra una fama de hombre tímido y taciturno que se muestra remido a participar en la mascarada mediática. Cree que sus libros se deben defender solos. Escritor poco conocido, incluso en su país, ha cosechado sin embargo los elogios de la Premio Nobel de Literatura Elfriede Jelinek, que lo considera un «escritor muy puro, alguien con el potencial de convertirse en un clásico de la literatura latinoamericana». La editorial Sexto Piso está recuperando su obra y acaba de publicar la novela con la que debutó en 1983, 'Primero estaba el mar'. Antes de entregarla a la imprenta en Colombia se afincó en Miami, donde desempeñó oficios varios, desde ayudante de imprenta hasta montador de llantas de bicicletas.

Entre sus libros destacan novelas como 'Para antes del olvido' (1987), con la que ganó el Premio Plaza y Janés de Novela, o 'Abraham ante bandidos' (2010), así como el conjunto de relatos 'La espinosa belleza del mundo' (2019) y el poemario 'Manglares' (2019).

'Primero estaba el mar' cuenta la historia de una pareja que decide terminar con su vida bohemia y caótica y empezar de nuevo en un rincón perdido en la costa: una pequeña casa enclavada entre la orilla del mar y la selva. La novela cuajó a raíz de un acontecimiento real, el asesinato de su hermano Juan en Urabá. «A pesar de la angustia que me produjo su muerte, me di cuenta de que tenía una historia que ya estaba completa y yo tenía que escribir, entre otras cosas para sobrevivir al dolor», asegura González.

Pese a que la novela indaga en dolores que a veces le resultaban insoportables, González no trató el asunto como un hecho periodístico. «Intuí que era mejor no intentar hacer literatura literaria, sino dejar que la poesía de los hechos se expresara con toda su fuerza allí donde estaba, esto es, en los mismos hechos. Pero no es un trabajo periodístico».

El texto, trufado de aires de tragedia, traza un pulso entre la vida y la muerte. Con palabras sobrias, alejadas de toda pirotécnica verbal, infrecuentes en un novelista primerizo, 'Primero estaba el mar' describe los avatares de una pareja que en su huida de la ciudad acaba atrapada por otras cadenas, las que impone la propia naturaleza. «A la decisión de vivir en libertad y de manera sencilla se interpuso precisamente la naturaleza desbordada del sitio, la insuficiencia de plata y la naturaleza de ellos mismos. La novela cuenta esa historia, sin establecer verdades generales».

Vida espartana

Si bien en la novela el autor ha escapado de los vestigios autobiográficos, hay algunos rasgos que emparentan las vidas de los personajes con los afanes de los hombres que las inspiraron. Después de dos décadas viviendo en EE UU, González regresó a Colombia para afincarse en una zona rural, El Peñol, en el municipio de Guatapé (Antioquia), donde vive con su mujer y su perra Mara.

Allí permanece ajeno a los tinglados de las grandes ferias literarias. «Mi hermano Juan y yo éramos jóvenes durante las décadas de los sesenta y setenta. Cuando Juan murió, a los 36 años, yo tenía 27. Como muchos jóvenes de la época, estábamos por el regreso de la tribu humana a una vida armoniosa, natural. Estoy aún por lo mismo y trato de lograrlo en mi vida tanto como me sea posible».

«Sigo escribiendo sobre los mismos asuntos: la muerte, el nacimiento, la magia creativa...»

Los años transcurridos de aquel lejano 1983 en que se presentó en la arena editorial no han cambiado demasiado su literatura. «Sigo escribiendo sobre los mismos inagotables asuntos. La muerte, el nacimiento, la magia creativa del primate humano, y su disposición para la exploración y la aventura, en las que tantas veces deja el pellejo».

En la novela, la abrumadora presencia del mar y la lluvia desatada condicionan la vida de la pareja. El paisaje, que era bello e idílico, se vuelve inhóspito por la forma de la pareja de relacionarse con el entorno. «El mar ha simbolizado desde siempre la eternidad del movimiento. El mar mismo no es eterno, el movimiento lo es», concluye el escritor.

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