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Jorge Freire, en una cafetería madrileña. Virginia Carrasco
«En nuestro tiempo cunde el resabio socarrón, el humor negro y el cinismo»

Jorge Freire

Filósofo
«En nuestro tiempo cunde el resabio socarrón, el humor negro y el cinismo»

El escritor y filósofo repasa cuatro casos de escritores desarraigados: Wodehouse, José Bergamín, Blasco Ibáñez y Edith Wharton

Miércoles, 6 de noviembre 2024, 01:27

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Wodehouse, maestro del humor británico, acabó como un apestado y un tonto útil de los nazis. José Bergamín, uno de los mejores poetas del siglo XX, buscó el calor y reconocimiento que le negaban los cenáculos literarios de su época en Herri Batasuna. Blasco Ibáñez, inmensamente rico, vio como su éxito corría parejo a su agotamiento creativo. Edith Warthon, feminista sin saberlo, hizo de su hogar el fortín en el que exiliarse. Son cuatro ejemplos de escritores desarraigados y que nadaron a contracorriente. El filósofo y escritor Jorge Freire (Madrid, 1985) disecciona la vida de estos creadores en 'Los extrañados' (Libros del Asteroide). Fueron gentes fuera de lugar, incomprendidas y solas como «teselas que no encajan en un mosaico».

–¿Es común a todos estos escritores el apostar por afinidades políticas extemporáneas?

–El carácter intempestivo de estos personajes les hizo, efectivamente, apostar por alineamientos que, a veces, iban a contracorriente. Lo más extremo no es el republicanismo radical de Blasco Ibáñez, ni el conservadurismo de Edith Wharton, ni las posturas controvertidas de Bergamín, sino la apoliticidad de Wodehouse en medio de una guerra mundial y su capacidad de mantenerse inasequible a los acontecimientos y las grandes batallas. Él estaba completamente centrado en sus novelas, ajeno al hecho de que los panzers estuvieran en las Ardenas y hubieran rebasado la línea Maginot.

–Todos ellos son se sienten incómodos, se afanan en buscar el calor que no les proporciona la gente más cercana. 

–La clave no está en lo político ni en lo ideológico, sino en lo puramente personal. A José Bergamín, personaje denostadísimo como pocos y que, a mi parecer, es el gran aforista del siglo XX y uno de los mejores poetas de la centuria, se le deja fuera de todos los cenáculos culturales. La 'intelligentsia' española no le acepta y es orillado del canon. Pero unas pocas personas en el País Vasco, pertenecientes a la izquierda abertzale, la dan su apoyo y reconocimiento.

–Ya en la Guerra Civil destacó por ideas controvertidas.

–Es hijo de ese cristianismo social que, según él, representaba la Iglesia vasca. Su diagnóstico de que la Transición es una trampa, una especie de franquismo borbónico, se corresponde mucho con lo que años después denunció Podemos. En cierto sentido, su impugnación del consenso de la Transición se anticipó a cierta retórica que siempre ha existido en España de forma más o menos subterránea.

«Jauría de sarcasmos»

–¿Son escritores olvidados?

–Wodehouse fue leído en los 80 y desde entonces ya no se le hizo caso. Su tipo de humor ha envejecido mal, aunque es el humor que yo defiendo. En nuestro tiempo cunde el resabio socarrón, el sarcasmo, el humor negro, el cinismo. Wenceslao Fernández Flores, uno de mis ídolos, sostenía que hay una risa que es como una jauría de sarcasmos, en alusión a Quevedo, del que decía que fue un niño que nació cabreado, con el ceño funcido. En la literatura española, argumentaba, no hay humor, sino mal humor.

–¿Qué es lo que lleva a Blasco Ibáñez, un escritor de 'best-sellers' de la época, sentirse incomprendido y mandar erigir en California un trasunto de Valencia?

–Blasco Ibáñez fue uno de los mejores escritores del siglo XX, una especie de rey Midas que convertía en oro todo lo que tocaba. Pero no solo de lingotes vive el hombre. Vivía rodeado de riquezas, pero su talento se había secado. Dos factores jugaron en su contra: era muy panfletario y estaba acechado por la evidia.

–A Edith Wharton la presenta como paradigma del exilio hogareño. 

–Se confinó en un exilio doméstico. Es una feminista que no es consciente de su condición, que habla mal de las feministas, a quienes ve como viragos y fanfarronas. Encarna una emancipación de la mujer muy a su pesar. Es una mujer muy conservadora y en cierto sentido rancia. No entiende el mundo, los hechos que acontecen a su alrededor le parecen alienígenas. Cuando llega el New Deal se imagina que es algo poco menos que soviético. Solo abjura de Hitler y Mussolini porque le parecen tipos groseros. Es una de las primeras mujeres que se profesionaliza como escritora y sin embargo está sometida al dominio de un marido saturnal, voltario, cambiante, violento. En lugar de emanciparse de su casa lo que hace es edificar un fortín en ella.

–¿Cómo influye la guerra en sus vidas?

–La Primera Guerra Mundial fue determinante para los cuatro. Por esas fechas no solo se derrumbó el imperio austrohúngaro, sino que también lo hicieron las grandes certezas. Las naciones se pusieron en entredicho y se generalizó la idea del intelectual desarraigado, expatriado.

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