Carme Chaparro
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Carme Chaparro
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En 'Castigo', su última novela publicada, se cuenta como «Nines despierta una mañana esperando el regalo de cumpleaños de su hijo de seis años, pero lo que recibe es su oreja en una caja con un lazo...». Hace años, Carme Chaparro (Barcelona, 1973), periodista de reconocida trayectoria y novelista de éxito –Premio Primavera de Novela 2017 por 'No soy un monstruo'–, recibió amenazas de un acosador en las que le anunciaba que serían sus hijas las que recibirían en el colegio cajas conteniendo la lengua y la cabeza de su madre. 'Castigo' es el quinto 'thriller' de la autora, el segundo de la serie protagonizada por el forense Santiago Munárriz y la periodista Berta Gigliani. Ya está escribiendo una nueva entrega, de la que por el momento sólo tiene listo el final. «Creo que será un bombazo», dice. La entrevista se lleva a cabo en compañía de su perro Bitter; sí, por Bitter Kas, la bebida preferida por su abuela, primero, y por su madre, después, que no falta en ninguna celebración navideña.
–La niña que fue.
–Bastante solidaria, con facilidad para la tristeza y muy, muy, muy curiosa.
–La curiosidad.
–Leía todo lo que caía en mis manos, tengo muy claro que los libros me salvaron la vida.
–El pueblo.
–El pueblo de mi padre tenía mil habitantes y estaba en medio del campo. Curiosamente, cuando íbamos allí sí que tenía una pandilla, amigos del alma, y experimentaba una sensación de libertad que agradecía.
–¿Por qué la tristeza?
–Creo que es algo genético. A mí también me resulta curioso, porque he sido afortunada, he tenido una vida preciosa, llena de momentos únicos. No encuentro una respuesta, pero sí sé que le debo a mi pareja, que es totalmente opuesto a mí en cuanto al sentimiento de tristeza, que me haya enseñado a vivir el presente, a disfrutar de lo que tengo en cada momento, a estar atenta al aquí y ahora.
–¿En qué no piensa ya?
–No pienso en lo que no pudo ser, no pienso en lo que va a venir... Estoy en el presente, disfruto de los pequeños detalles, doy las gracias cada mañana por el milagro que supone estar viva.
–Sabe usted que desprende vitalidad, a veces arrolladora.
–Es mi forma de estar en el mundo: hacer muchas cosas con entusiasmo... Creo que, en parte, es un escudo, un escudo que llevo para que no se vea la pequeña niña triste que hay en mi interior. Una niña triste que creo que asoma en mis libros.
–Sus personajes.
–Hay muchos que son como esa pequeña niña de la que le hablo. Cuando escribo, me voy conociendo y empiezo a reflexionar sobre qué hay de esto que he escrito en mí, y sobre qué tiene este personaje de mí...; es una terapia maravillosa.
–¿Qué descubrió?
–La vida es complicada y debemos intentar no hacerla más complicada todavía. Comprobé lo importante que es trabajar en lo que te gusta, tener una familia maravillosa, y amigas y amigos que te sostengan cuando estés a punto de descarrilar. ¡Que me quede como estoy, ojalá!
–La pesadilla del acosador.
–Puedo temer a lo rápida que va mi cabeza a veces, a mi propia imaginación, a mi velocidad mental, pero no soy una persona que le tenga especial miedo a los palos que te pueda dar la vida. Pero la historia de acoso duró diez años. Lo sabía todo sobre mí, me acosaba desde cientos de perfiles falsos, las amenazas eran terribles; me decía que mis hijas recibirían en el colegio una caja con mi lengua dentro, y otra caja con mi cabeza...; quieres denunciarlo y nadie te hace caso, me decían que se trataba de amenazas en internet y que no pasaría nada. Tuve que esperar a sufrir un intento de agresión física para que me hicieran caso. Fue en Valencia, tuve que salir corriendo...; entonces sí le condenaron (a dos años de cárcel conmutable con una pena de dos años de alejamiento).
–Ha vuelto...
–El otro día volvió a escribir un comentario en mi Instagram amenazándome de muerte. Hacía años que no sabía de él, casi desde que lo condenaron, pero ahí está otra vez la amenaza de muerte, otra vez vuelve a las andadas. Estuve a punto de hacer pública su foto y la sentencia... Hay muchas mujeres en las redes sociales que están sufriendo este tipo de situaciones tan inaceptables.
–¿Qué llegó a hacer?
–Estuve un tiempo sin salir a pasear a mi hija recién nacida porque pensaba que este tipo podría aparecer por la espalda en cualquier momento. Cuando hice la promoción de mi primera novela, después del intento de agresión física, estuve viajando todo el tiempo con un guardaespaldas armado. Este chico es de Chiva, y cada vez que voy a Valencia sí que hablo con los organizadores de cualquier evento para que se tomen precauciones. El acosador tiene un hermano gemelo, y los dos están condenados por acoso y violencia contra las mujeres.
–¿Qué se ha propuesto?
–No puedo permitir que el acoso que he vivido me robe más tiempo de mi vida, que es finita, porque lo que este señor está haciendo es, de alguna manera, robarme la vida. Igual no me agrede físicamente, pero está dañando parte del tiempo que me queda por vivir, por aprovechar y por disfrutar.
–La premenopausia.
–¿A cuántas mujeres ha oído hablar de eso? Está normalizado, por ejemplo, que el hombre a partir de cierta edad pueda tener problemas de erección, pero los cambios que experimenta el cuerpo de la mujer es un tema del que se prefiere no hablar. No lo hablamos ni siquiera en nuestros guetos, porque al final las mujeres tenemos guetos.
–¿Qué guetos?
–Tenemos guetos literarios; es decir, no conozco a hombres que escriban libros sólo para hombres, pero sí hay mujeres que escriben sólo para mujeres. Y tenemos publicaciones sólo para nosotras... Ahora empezamos un poco a perder la vergüenza y a hablar con naturalidad de lo que nos pasa, y creo que esto tiene que ver también con un movimiento, que intenta acabar con el tabú que sigue rodeando al fin de la menstruación, que han empezado grandes actrices de Estados Unidos. Cuando yo hablo de ello, hay quien me dice que por qué lo hago, que eso no me beneficia. Como eres premenopáusica, como ya no eres fértil, parece que ya no sirves para la sociedad. Pero yo lo que defiendo es que hay que vivir cada etapa de la vida con naturalidad y poder hablar y aceptar sus singularidades.
–El cambio físico.
–Cuando volví a televisión, después de estar un par de años detrás de las cámaras, el cambio corporal que había experimentado era evidente. De repente, tu cuerpo engorda y se transforma, y ya no podemos quedarnos como congeladas, en la década de los 40 años, con el cuerpo y la cara que teníamos. Y entonces iniciamos una lucha incesante por intentar parar el reloj, pero eso es imposible. Creo que hará falta mucho tiempo para que las mujeres empecemos a aceptar nuestros cuerpos tal y como son, y tal y como evolucionan, para que ya no intentemos quedarnos conservadas en ámbar cuando llegamos a cierta etapa de nuestra vida.
–Los hombres.
–Tengo muchísimos amigos. ¿Recuerda cuando antes le hablaba de la pandilla del pueblo?
–Claro.
–Pues en la pandilla del pueblo eran todos chicos menos una amiga y yo. Mi relación con los hombres es maravillosa. Yo he llegado tarde al descubrimiento de las amigas mujeres. ¿Sabe qué he escuchado muchas veces a lo largo de mi vida?
–¿Qué?
–Que las mujeres traicionan, que de las mujeres no te fíes. Es increíble la imagen que se ha forjado de nosotras.
–¿Qué tipo de feminista es usted?
–Una que no está en contra de los hombres, y que al mismo tiempo se sabe distinta a ellos. Yo lo que quiero como feminista es que mujeres y hombres tengamos las mismas oportunidades, y que entre todos, mujeres y hombres, hagamos la mejor sociedad posible. Los hombres con su manera de hacer las cosas y las mujeres con la nuestra. Esto no va de mujeres contra hombres, esto va de tener las mismas oportunidades todos.
–¿Qué sigue pasando?
–Seguimos teniendo mucho miedo cuando vamos solas por la calle a determinadas horas. Mire el caso este del hombre que está siendo juzgado en Francia, un caso que si lo leyésemos en una novela hasta nos parecería excesivo. Durante casi diez años estuvo drogando a su mujer para que la violaran otros hombres, y ya están siendo juzgados más de 50. Son hombres normales..., con profesiones normales..., con vidas normales... A veces se nos tacha de exageradas cuando decimos que tenemos miedo a ir por la calle solas de noche, pero no lo somos, y ese temor lo sentimos todas.
–¿Dejará de leer a Alice Munro tras conocerse su perverso comportamiento con su hija? Ya hay voces muy conocidas que han reconocido que les costará volver a sus libros.
–Tú admiras a determinado creador, sea hombre o mujer, porque tu arte te conmueve y te llega al corazón. Lo que creo es que cuando conoces cosas terribles que un determinado creador pudo hacer en su vida, tu experiencia con su obra cambia aunque no quieras. Lo intolerable tiene un peso. Ahora estamos asistiendo a una especie de corriente que pretende, creo que equivocadamente, borrar el pasado que no nos gusta.
–El pasado.
–Está ahí para que lo recordemos y aprendamos de él. Yo he coreado a voz en grito la canción esta de Loquillo (y los Trogloditas) que dice «que no la encuentre jamás o sé que la mataré» ('La mataré', 1987). ¿Por qué tenemos que censurar esa canción? Nos recuerda que en esos tiempos, en los 80 y en los 90, la cantábamos a voz en grito, mientras decenas de mujeres morían asesinadas por sus parejas... Las cosas hay que ponerlas en su contexto, y saber lo que ocurrió y por qué ocurrieron las cosas, y aprender de lo que no se hizo bien.
–Y a nuestro país, ¿qué le hace falta?
–Que nos digamos los unos a los otros que nos queremos, y que lo vamos a sacar adelante entre todos. Y para eso hay que hablar, para eso hay que dejar de lado los egos...; me preocupa mucho el dato que hemos conocido de que más del 20% de jóvenes hombres dicen que en determinadas circunstancias estarían bien los regímenes autoritarios. ¿Qué está pasando?, ¿cómo les hemos educado? Tenemos uno de los países más bonitos del mundo, con las personas más maravillosas del mundo y los mejores paisajes del mundo concentrados en una pequeña península, en dos archipiélagos y en dos ciudades autónomas. Tenemos buen humor, buen clima..., tengamos también el buen juicio de sentarnos y hablar de cómo hacer entre todos el mejor país posible.
–Sus hijas (tienen 13 y 11 años).
–No paro de decirles que las quiero, las quiero, las quiero. Lo hago todos los días, y me acuesto con ellas en sus camas y les doy besos; y me asombra que la mayor, que ya es adolescente, me lo permita y me diga que ella también me quiere mucho (sonríe).
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