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Guionistas se manifiestan en las calles de Manhattan. Efe/EPA
Millonarios con yate y guionistas con hipoteca

Millonarios con yate y guionistas con hipoteca

La industria del cine y las series secunda a los escritores en una huelga que representa a toda la economía de la precariedad

Mercedes Gallego

Nueva York

Sábado, 6 de mayo 2023, 16:44

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De costa a costa, hay una batalla en marcha por el alma de EE UU. No es la que dice encarnar Joe Biden para ganar las elecciones, ya le gustaría al presidente cabalgar el ejército de sindicatos que en tres días ha parado la producción de Hollywood, desde Nueva York a Los Ángeles.

La primera huelga de guionistas que se declara en 15 años no solo ha secado la tinta de los 11.500 miembros del poderoso sindicato Writers Guild of America (WGA). También ha frenado a los productores, los actores, los músicos y hasta los conductores de camiones que estos días se tropiezan con los manifestantes armados de pancartas y megáfonos. «Nadie quiere señalarse cruzando una línea de piquete», sonríe triunfante Lowell Peterson, director ejecutivo del sindicato en la Costa Este. «Todos estamos en el mismo barco». En ese momento, frente a los estudios de la calle 26 Oeste de Manhattan donde se rueda la serie 'Billions', no hay una línea de piquete, sino dos, extendidas a lo largo de toda la acera. La víspera eran cuatro, pese a la lluvia y las inclemencias del invierno residual que azota Nueva York estos días.

'Residual' es una de las palabras clave de la huelga. La reconversión del cine y la televisión a las pequeñas pantallas de los ordenadores o el plasma de salón han convertido al streaming en la plataforma por la que ya no hay que pagar a los guionistas por reposiciones o derechos de ultramar. Las películas y las series se alojan en la nube todo lo que haga falta sin que nadie se sienta obligado a darles cuentas de descargas ni poner fin a la temporada. Sin reestrenos no hay beneficios «residuales», que antes se pagaban con cada reposición. «Da igual que lo que escribas sea un gran éxito o no lo vea nadie, a nosotros nos pagan igual de mal», cuenta Paul Sado, un guionista que forma parte de cinco sindicatos distintos. «¿Y qué diferencia hay entre 'residuos' y royalties?», se le pregunta. «Nada, viene a ser lo mismo», ataja.

«¡No se pueden pagar cacahuetes por escribir Billones!», reza una de las pancartas a la entrada de los estudios donde se intenta desesperadamente cerrar la serie de más éxito en Showtime, 'Billions', inspirada en la lucha de un fiscal de Manhattan contra los delitos de cuello blanco. La víspera tuvo que intervenir la policía para que dos camiones entrasen en los hangares del set, pero la mayoría prefirieron darse la vuelta. Lo hicieron tocando el claxon frenéticamente, en apoyo de los manifestantes entusiasmados por la fuerza de su protesta.

Afiliados al sindicato de guionistas WGA se manifiestan en Nueva York el pasado 2 de mayo.
Afiliados al sindicato de guionistas WGA se manifiestan en Nueva York el pasado 2 de mayo. Efe/EPA

En las oficinas del sindicato de la calle Hudson, donde se organiza la batalla cada mañana entre rotuladores, bagels y salmón ahumado, el entusiasmo es contagioso. A sus 20 años, Molly Rae se considera aún una «aspirante a guionista de comedias», aunque su año en Nueva York ya le ha reportado muchas satisfacciones. «Protesto para poder cobrar mañana», explica, «de lo contrario no tendré carrera a la que aspirar».

Desde sus sueños de adolescente en Colorado, la glamurosa industria del cine y la televisión parecía mucho más brillante y prometedora de lo que se ha demostrado entre los rascacielos. En estos días de codearse con los veteranos guionistas que la han precedido, no da crédito de sus miserias. Sarah Montana escribía una película o más al año por 45.000 dólares, en una ciudad en la que se necesitan 100.000 para vivir, y solo su afiliación al sindicato le ha permitido llegar hasta los 65.000. Con eso no puede vivir en Manhattan, ni siquiera en Brooklyn o Queens, sino en Jersey City, al otro lado del río.

«Parece que esta es una profesión glamurosa porque la gente ve a las celebrities en la alfombra roja y piensa que todos los que trabajamos detrás estamos a su nivel, pero a mis 36 años ni siquiera puedo aspirar a comprarme una casa». «Los millonarios se pagan un yate, los guionistas una hipoteca», reza otra de las pancartas. Ella, ni la hipoteca, aunque con el sindicato ha conseguido algo que la madre de Molly pide desesperadamente para su hija: un plan de seguro médico, en un país sin sanidad pública.

«No me lo puedo creer», asume aún la advenediza. «Si hoy en día todas las conversaciones empiezan con '¿Y tú, que show ves?'?», rememora. «¿Cómo es posible que la gente que los escribe esté tan mal pagada?». Las demandas que les han llevado a la huelga suponen menos del 2% de los beneficios que tienen los estudios, siempre según el sindicato.

Las oficinas de Netflix en Hollywood (Los Ángeles), rodeadas de huelguistas el pasado viernes 5 de mayo.
Las oficinas de Netflix en Hollywood (Los Ángeles), rodeadas de huelguistas el pasado viernes 5 de mayo. AFP

Hace diez años el 33% de los guionistas cobraba el salario mínimo pactado. Ese porcentaje ha subido ya al 49%, según los datos de WGA. Si uno incluye la inflación, el salario ha bajado un 14% en solo cinco años, pero la realidad es todavía peor: en esta última década en que su trabajo ha saltado al streaming, los ingresos de los guionistas han caído un 23%, mientras sus vidas se reducen cada vez más a esas «minihabitaciones» en las que los estudios explotan a unos cuantos. «Mi espalda y mi cuello necesitan mejor seguro médico», reclama una de las pancartas.

Las «mini habitaciones» son cada vez más virtuales y reducidas. Se acabó el trabajo creativo. Los guionistas a menudo ni siquiera van al set o ven bajar la claqueta. Con frecuencia sus proyectos no llegan a tomar forma. Los estudios los deshumanizan para minimizar su relación empresarial y su compensación económica. Detrás mueren los sueños y la musa, en el solitario laberinto de la economía 'gig' o de la precariedad, «que quieren extender a todo», advierte Montana.

A todo lo que no sean los ejecutivos de los grandes estudios, que siguen cobrando bonos multimillonarios, aunque insistan en que el streaming todavía no deja beneficios (8.37 millones de dólares para el consejero delegado de Disney el año pasado). Las series han cambiado, los contratos no. Son más cortas, tienen menos capítulos, pero aún atan a muchos guionistas a una exclusividad que no les permite compatibilizar su trabajo con otras series, a pesar de que cobran menos por capítulo.

«¿Crees que alguno de nosotros quiere estar aquí protestando bajo la lluvia?», pregunta retóricamente Sado. «No, uno quiere estar en casa con su familia y dedicarse a crear, pero esta es una batalla por nuestra existencia». Hace quince años aguantaron cien días para reclamar los derechos de estar en internet. Hacía solo dos que YouTube había nacido y ya se veía venir la tendencia. Ahora hay que atar el galope de la Inteligencia Artificial, que amenaza con inspirarse en sus trabajos para escribir otros nuevos. «Le pedí a ChatGPT que me escribiera una pancarta y era un mierda», decía otro eslogan. «Un humano es un humano».

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