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Manuel Azuaga Herrera
Lunes, 29 de enero 2024, 19:11
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El ajedrez nos ha venido acompañando durante 1.500 años, casi nada. A partir del siglo XV, dio comienzo el ajedrez moderno o el «ajedrez de la dama loca», como muchos lo bautizaron al comprobar que la reina se convertía en la pieza más poderosa del tablero. Desde entonces, y hasta nuestros días, se inició una construcción teórica 'ad infinitum', un cuerpo de conocimiento universal, un vademécum ajedrezado que iba (y sigue) recogiendo las líneas más favorables para las blancas y negras. En la segunda mitad del siglo XX, el campeón soviético Mijail Botvínnik estudió las partidas de Capablanca y observó que el cubano solía forzar posiciones en las que se quedaba con dama y caballo contra dama y alfil. Esta simple apreciación transformó la forma de comprender el medio juego de Botvínnik. «Si he logrado ver más lejos», escribió Isaac Newton, «ha sido porque he subido a hombros de gigantes». Esto es exactamente lo que sucede en el desarrollo del ajedrez, acaso cambiamos «gigantes» por «grandes maestros». Y todo gracias a una pieza subrepticia que nadie advierte porque, como un traductor literario, es invisible, o lo pretende: el entrenador.
David Martínez, más conocido como El Divis, es el entrenador de Sara Khadem, actual campeona de España y subcampeona de Europa en la modalidad relámpago. También trabaja codo con codo, desde sus inicios, con David Antón, número uno de España y subcampeón de Europa absoluto (2014). El Divis es una voz autorizada en el campo del entrenamiento de élite. Pasa muchas horas al día (y de la noche, doy fe) delante del ordenador, en busca de nuevas líneas de juego, de maniobras que son desconocidas incluso para los mejores ajedrecistas del mundo. Su trabajo es como el del zahorí: encontrar agua donde todos ven un desierto. Le pregunto por cuál ha sido, a su entender, la revolución teórica más importante del ajedrez contemporáneo. El Divis responde al toque: «Sin duda fue la defensa berlinesa contra la española que Vladimir Krámnik empleó contra Kaspárov». Martínez nos coloca ante un capítulo memorable, el del campeonato por el título del mundo celebrado en Londres, en 2000. Krámnik le arrebató la corona a Kaspárov con un arma secreta que pasó a conocerse como 'El Muro de Berlín'.
En realidad, la defensa berlinesa contra la apertura española se conocía desde hacía más de cien años. Pero Krámnik y su equipo de analistas escudriñaron todas las sublíneas posibles. Así, cada vez que Kaspárov planteaba la española (se empeñó en hacerlo hasta en tres ocasiones) Krámnik movía con absoluta precisión y lograba hacer tablas. «Aquella defensa no solo le permitió a Krámnik desquiciar a Kaspárov», explica El Divis, «sino que demostró que la respuesta correcta de las negras a la primera jugada de las blancas con peón de rey ('e4') es mover en espejo ('e5'), enfrentando así a los dos peones en el centro del tablero. Hasta ese momento, la línea más empleada en alta competición era la defensa siciliana, que coloca un peón negro en la casilla 'c5'. Pero llegó Krámnik y nos enseñó que las negras tenían mejores opciones. 'El Muro de Berlín' supuso una revolución, un punto de inflexión para la teoría moderna de este deporte», concluye.
El búlgaro Véselin Topalov, conocido como D'Artagnan por su estilo audaz, se coronó campeón del mundo en 2005, en la localidad argentina de Potrero de los Funes. En lo esencial, Topalov coincide con el argumento de El Divis: «Lo más importante de los últimos años ha sido darse cuenta de la gran variedad de maneras que existen para igualar el juego por parte de las negras». En septiembre de 2006, Topalov se enfrentó por el título del mundo a Vladimir Krámnik, precisamente. El duelo tuvo lugar en Elistá, en la república rusa de Kalmukia. Y entre el equipo de analistas del búlgaro destacaba un veinteañero muy talentoso: Paco Vallejo.
Meses antes de aquello, en la ciudad mexicana de Morelia, el joven Vallejo había derrotado a Topalov gracias a una novedad teórica de laboratorio. Jugaron una línea conocida como Gambito Moscú en la que el bando negro, he aquí la novedad, sorprendió con un avance de peón ('h5') en el movimiento número once. Lo que poca gente sabe es que esta novedad tuvo, en origen, acento malagueño. El gran maestro Ernesto Fernández Romero, entrenador de Paco Vallejo, recuerda cómo se fraguó: «Estoy muy orgulloso de haber ayudado a Paco con esa idea contra Topalov. Si no recuerdo mal, acertamos bastante», confiesa Ernesto. «Me acuerdo que le propuse a Vallejo que mirásemos la jugada 'f3' de las blancas, te la va a hacer seguro, le dije, y justamente fue la que se dio en el tablero. Tuvimos algo de suerte, pero lo preparamos a fondo». A los lectores aficionados les recomiendo que busquen la partida de marras. Es una joya. Tras la idea 'h5', Topalov y Vallejo se engrescaron a tumba abierta en una batalla llena de emboscadas tácticas.
Imagino que Topalov, tras su derrota en Morelia, consideró seriamente el fichaje de Vallejo como analista para su duelo contra Krámnik, en Elistá. En este punto subrayo que, aunque finalmente perdió la corona, Topalov empleó contra el ruso algunas ideas muy concretas de Vallejo en las partidas número nueve, once y en la segunda de un desempate de infarto.
En el ajedrez no hay derechos de autor. Cuando una idea funciona, como la de Krámnik, o la de Ernesto y Vallejo, cualquier aficionado o gran maestro puede copiarla y pegarla en sus partidas, tantear con ella o, directamente, incorporarla a su repertorio. El jugador y escritor escocés Jacob Aagaard es, para muchos, uno de los mejores entrenadores del mundo. En su libro 'Pensar dentro de la caja' (un superventas que les sugiero leer, si quieren mejorar su juego) ofrece muchas claves para tomar mejores decisiones sobre el tablero. Le pregunto a Jacob por cuál ha sido el mejor hallazgo teórico de su cosecha: «A Nikolaos Ntirlis [gran maestro griego] y a mí se nos ocurrieron muchas cosas estupendas en la Tarrasch», responde Aagaard. «Pero quizás la mayor novedad en esta variante fue encontrar el movimiento de peón negro 'h6' en la jugada número doce. Resultó que ya se había jugado una vez, en una partida por correspondencia. Pero, desde este sutil descubrimiento, se ha jugado mucho, ¡y las negras están mejor!».
Jacob Aagaard fue entrenador del israelí Boris Gelfand, quizás el único ajedrecista al que, en la década de los 90, se le veía con opciones reales de poner en peligro la hegemonía de la doble K de Kárpov y Kaspárov. «Me encontré con Gelfand unas cuantas veces y charlamos. Le gustó mi libro 'Practical Chess Defence' y coincidimos en el mismo hotel en un torneo en Roma», recuerda Aagaard. «Le mostré algunos rompecabezas divertidos, pero no pudo resolverlos. Eso hizo que mostrara más interés. Le envié otro archivo y, una semana después, me escribió un correo: «No he podido resolver los diez primeros, así que he decidido que tengo que tomarme esto más en serio». Dos meses después, ganó la Copa del Mundo y me pidió que le enviara más posiciones».
Me acuerdo bien de aquella victoria de Gelfand de la que habla Jacob, de su agónico desempate contra Ruslan Ponomariov, allá por diciembre de 2009. Gelfand ganó la Copa del Mundo justo el día del cumpleaños de su madre y, en su discurso triunfal, agradeció la labor de sus entrenadores: «He estado trabajando con Alexander Huzman desde hace unos 20 años. Aparte de él, durante este torneo, mi entrenador ha sido Maxim Rodshtein. Tengo la sensación de que él no ha dormido nada porque siempre ha estado preparando las partidas contra mis próximos oponentes».
Más allá de las noches en vela, ¿qué herramientas debe manejar, hoy, un entrenador de ajedrez? El Divis nos describe cómo es su kit básico de trabajo: «Creo que prácticamente todos usamos el programa 'Chessbase'. A partir de ahí, consulto bases de datos más personales, con partidas entre máquinas o por correspondencia. También es clave tener acceso a cursos específicos, a las publicaciones de los expertos y, por supuesto, a los módulos de análisis, como 'Stockfish 16'». Pero no basta con eso, advierte Martínez: «Para que estos módulos sean realmente rápidos y eficientes, se necesita trabajar con procesadores que sean más potentes que un ordenador estándar. La solución pasa por tener un acuerdo con alguna empresa o universidad que te permita el acceso a un superordenador, o bien, mucho más sencillo, por usar directamente los módulos, pero desde la nube del proveedor».
Sobre la importancia del 'hardware', Ernesto Fernández Romero recuerda sus comienzos con Paco Vallejo: «En los inicios, Vallejo tenía cuatro computadoras. Se nos ocurrió conectarlas con las dos que yo tenía en casa para tener un único superordenador que, además, compartíamos en red. Así fue cómo montamos nuestro particular Silicon Valley».
Fernández Romero marca en rojo un último aspecto que, a su juicio, resulta fundamental para el buen desempeño de un entrenador: «Debemos actualizar los módulos de análisis, descargar su última versión», aconseja. «Hay que tener en cuenta que cada módulo tiene algo parecido a un estilo propio. Así, 'Komodo' y 'Houdini' proponen líneas más tranquilas, no se meten tan rápido en la pelea. En cambio, 'Stockfish' sí es más agresivo. Por eso, ante una misma posición en el tablero, las valoraciones de los distintos programas son muy diferentes».
El argumento de Ernesto acerca del estilo propio de los módulos me trae a la memoria una conversación que mantuve en 2017 con Ramón López de Mántaras, Catedrático de Investigación del CSIC y Premio Donald Walker de Inteligencia Artificial, sobre la sorprendente demostración de juego que exhibió el software 'AlphaZero', propiedad de Google, al derrotar al programa 'Stockfish 8' de forma aplastante. Recuerdo las palabras de López de Mántara: «Sería abusar del lenguaje llamar intuición a lo que hace 'Alphazero'. Pero sí es cierto que hace cosas sorprendentes para los seres humanos porque tiene una manera de jugar muy arriesgada, es capaz de sacrificar piezas de alto valor a cambio de una ventaja posicional que igual obtiene veinte o treinta jugadas más tarde».
Entonces, ¿qué ocurriría si Jacob Aagaard, El Divis, Fernández Romero o cualquier otro entrenador de élite tuvieran acceso y comprendieran el proceso de la toma de decisiones de 'Alphazero'? No tengo dudas. El ajedrez alcanzaría una dimensión lúdica desconocida y ellos, como Isaac Newton, lograrían ver más lejos, mucho más allá de la teoría clásica, esta vez sobre los hombros de la Inteligencia Artificial, un gigante de silicio, inquietante y hermoso.
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