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Mercedes Gallego
Miércoles, 2 de octubre 2024, 07:19
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Si la política estadounidense fuera lo que se vio anoche en el primer y único debate entre vicepresidentes que se celebrará en esta campaña, el extremismo y la polarización que se vive en los tiempos de Donald Trump no existirían. Su segundo, el senador de Ohio JD Vance, de 40 años, dejó a un lado los bulos sobre perros y gatos para ofrecer una imagen sensata y moderada que apele a los indecisos en busca del cambio. El mismo cambio que prometió su rival, el gobernador de Minnesota, Tim Walz, de 60 años, en la persona de la vicepresidenta Kamala Harris, a pesar de que lleva tres años en el gobierno.
Fue un refrescante paréntesis de civismo en una campaña electoral radicalizada que se ha visto salpicada por dos intentos de asesinato. De acuerdo con las reglas del debate, los micrófonos estaban abiertos, pero los candidatos rara vez se interrumpieron y los moderadores solo tuvieron que cerrarlos una vez. Ambos dijeron disfrutar de un diálogo de ideas y contraste de políticas, en el que a menudo coincidían, incluso por omisión. Ninguno quiso comprometerse a responder si apoyarían o se opondrían a un ataque preventivo de Israel a Irán, en caso de estar en la 'Situation Room', donde se encontraban ayer Joe Biden y Kamala Harris coordinando la defensa de Israel.
Los dos hombres que les acompañan como vicepresidentes en las papeletas del 5 de noviembre tenían la misión de presentar y defender sus políticas y desmontar las inconsistencias del contrario. Vance procuró conectar todos los grandes problemas del país a los inmigrantes ilegales, que Trump ha prometido deportar «masivamente». Ayer cifró a esta población en «20 o 25 millones», y propuso empezar por el millón estimado que hayan cometido algún tipo de delito, además de cruzar ilegalmente la frontera. «Creo que si empiezas a deportar a estos tipos, será más difícil que los inmigrantes ilegales puedan socavar los salarios de los trabajadores estadounidenses», resolvió.
Su rival, nervioso en la primera parte, donde titubeaba con frecuencia y mezclaba las palabras, llegó a confundir a Israel con Irán y decir que había sido «amigo de pistoleros escolares». Pero se creció a medida que el debate avanzaba sin ataques personales, ni zancadillas, convirtiéndose en una exposición de ideas más a la medida del viejo profesor de instituto, que parecía encontrarse más cómodo en la sinceridad de las ideas que lleva a gala. Sus respuestas más elocuentes vinieron en temas en los que cree, como el derecho al aborto, la reforma sanitaria o el respeto a las normas democráticas.
Walz no permitió que Vance se escapara con la falacia de que Trump había salvado la reforma sanitaria de Obama de sus propios fallos regulatorios, ni dejó que le encasillara como pro-abortista. «Somos pro-mujeres, confiamos en ellas y defendemos su libertad para tomar decisiones», argumentó. Esa es la carta ganadora de la candidatura del Partido Demócrata, que aprovechará la movilización de las mujeres en los referendos sobre el derecho al aborto que algunos estados celebrarán en paralelo a las generales. La candidatura republicana de Trump baila un delicado equilibrio para no perder a las mujeres que dice proteger, ni a la derecha cristiana que confía en él para rematar el desmantelamiento de los derechos reproductivos.
Su insistencia en ligar todos los males del país a los inmigrantes ilegales, cabezas de turco de la mala situación económica y hasta de la escasez de viviendas, refleja la preocupación nacional sobre la porosidad de la frontera sur. Ayer, la pareja de Trump estaba a favor del aire limpio, que pretende mejorar aumentando la producción nacional de gas natural. Donde no llegó a transigir, sabiéndose observado por su jefe, fue en reconocer que este había perdido las elecciones anteriores, aunque se las arregló para evitar una respuesta directa. Sin embargo, sí aceptó algo fundamental que angustia a millones de estadounidenses. «Si lo que queremos decir es que necesitamos respetar los resultados de la elección, estoy de acuerdo», se comprometió el senador de Ohio.
Su rival, como antiguo entrenador de fútbol de un instituto de Minnesota, el estado rural del Medio Oeste que mencionó en 31 ocasiones, le emplazó a darse un apretón de manos cuando lleguen los resultados del 5 de noviembre y 'trabajar con el ganador'. Con todas las aproximaciones cívicas que tuvieron, es ahí, en el climax final del debate, donde Walz logró trazar la línea que les separa. «¿Te plantarás? ¿Mantendrás el juramento de tu cargo incluso si tu presidente no lo hace?», le interpeló. «Ahí es donde EE UU tiene una clara elección en estos comicios: Entre quién va a honrar a la democracia y quién honrará a Donald Trump», lapidó.
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