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El regimiento militar que protege las residencias reales desfila entre Buckingham y Westminster AFP
Una invención histórica

Una invención histórica

La pomposa coronación es uno de los rituales introducidos en la monarquía británica en el inicio del siglo XX

I. Gurruchaga

Sábado, 6 de mayo 2023, 18:28

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Un rey que ha pasado cerca de seis décadas como príncipe de Gales, por la longevidad del reinado de su madre, se corona en la Abadía de Westminster siguiendo un ritual centenario. Esta es una descripción más o menos exacta de la ceremonia de coronación de Carlos III. Pero no lo sería sobre su trastatarabuelo, Eduardo VII, sólo porque fue él quien inventó buena parte del ritual de la coronación.

Príncipe que exasperaba a su madre por sus excesos, heredó el trono en 1901 en un momento de cambios importantes en la gobernación del país. El alejamiento de Victoria de Londres y de sus deberes como soberana tras el fallecimiento de su marido, unido a la extensión del sufragio, avanzó el proceso de pérdida de poder político de los monarcas. La invención de la rueda neumática por Dunlop permitió la fabricación en masa de bicicletas y se expandió la red de tranvías urbanos. El transporte ya no dependía de los caballos. Una nueva prensa, calificada como amarilla, aprovechaba la nueva tecnología de la fotografía para llegar a cientos de miles de lectores, a los que les gustaban las fotos de la familia real.

Era un tiempo de ilusión sobre el fin de la guerra, pero de creciente competencia entre los países europeos para extender sus imperios. El Reino Unido gobernaba el más extenso, pero no tenía los rituales del zar en San Petersburgo o del káiser en Berlín, ni tampoco las avenidas monumentales de París. Los británicos se veían a sí mismos como chapuceros para la solemnidad.

El rey sostiene los dos cetros usados históricamente en la coronación ante el arzobispo de Canterbury AFP

David Cannadine, autor de 'El declive y caída de la aristocracia británica', publicó en 1983 un largo capítulo sobre las ceremonias rituales de la monarquía del Reino Unido en un libro, 'La invención de la tradición', que creó escuela entre historiadores. Según él, tras las significativas ceremonias de Tudores y Estuardos, el siglo XVIII y tres cuartas partes del XIX fueron un erial para los ritos.

A la gente no le gustaban la mayoría de sus reyes, la prensa liberal regional los caricaturizaba, a la racionalidad del nuevo mundo industrial no le iba la ostentación, la iglesia oficial era pobre y desdeñosa del ceremonial. Inglaterra no daba buenos músicos. Los enterradores iban borrachos al funeral del rey, los invitados hablaban durante el servicio, el embajador francés tenía un carruaje más bonito que el del monarca.

Poderes

Victoria también fue impopular hasta que su longevidad coincidió con el punto álgido del Imperio. Era también la matriarca de Europa, por los matrimonio de su prole. Deprimida y refunfuñona, aceptó milagrosamente acudir a su Jubileo de Diamantes. Y le encantaron los aplausos. Lo organizó el vizconde Esher, a quien maravillaba «la ignorancia del precedente histórico en hombres cuya tarea es conocerlo».

Esher investigaba la Historia y, tras la muerte de Victoria (un gran funeral), tenía en Eduardo VII el perfecto cómplice. Le gustaba el espectáculo y quería competir con los alardes estéticos del zar Alejandro, su cuñado, y el káiser Guillermo II, su sobrino. Esher y el rey diseñaron y organizaron las ceremonias actuales, desde la coronación a la vigilia popular del monarca fallecido en el Westminster Hall, como ocurrió con Isabel II.

El carruaje de oro Gold State Coach es escoltado con los monarcas a bordo
El carruaje de oro Gold State Coach es escoltado con los monarcas a bordo

La iglesia elegida era la Abadía de Westminster, a los obispos de la Iglesia de Inglaterra les gustó disfrazarse con antiguas sotanas de colores, la música británica tenía ya a Elgar para componer himnos con tormenta y melancolía. Tras las fotos llegaron la radio y la televisión. El espectáculo se ha convertido en algo único. Era el destino. Las monarquías europeas cayeron, pero la británica logró guardar su anacrónica colección de carruajes de caballos.

Cannadine subraya la importancia de ese carácter único, que ningún país puede emular, como elemento de identidad cultural. Disfraces y carruajes se extendieron a la City financiera, a universidades, ayuntamientos o jueces. Carlos III no lucirá pantalones bombachos, pero estas tradiciones en buena parte inventadas tienen un aroma de antigüedad que ofrece el ensueño confortable de la continuidad.

El historiador encuentra en su itinerario relación del ceremonial con el poder político de la corona. Los monarcas del XVIII y del XIX mandaban, eran criticados. Su fuerza era absoluta sin necesidad de pompa. Desde el final del XIX la monarquía ha perdido su poder político, o al menos el que conserva lo ejerce de forma invisible. Las ceremonias serían su más importante manifestación.

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