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Casi 800 españoles están presos en el extranjero, y varios casos en diferentes países han puesto el foco en el trabajo que los servicios diplomáticos hacen -o pueden hacer- para ayudar a sus ciudadanos. El más mediático ha sido el de Daniel Sancho, asesino confeso de Edwin Arrieta en Tailandia. Pero también está el del periodista Pablo González, en prisión preventiva por espionaje en Polonia, y quizá el que más ha dado de qué hablar durante años ha sido el de Pablo Ibar, condenado en un principio a pena de muerte en Estados Unidos y, después, a cadena perpetua por un triple crimen del que siempre se ha declarado inocente.
En otro plano muy diferente, este diario destapó hace poco más de una semana el secuestro parental de dos niños españoles por parte de su madre china en el gigante asiático, un ejemplo claro de cómo siempre prevalece la justicia local, con sus más y sus menos, sobre cualquier consideración internacional. Aunque en algunas películas estadounidenses les guste amedrentar con su pasaporte, eso del '¡ojo, que soy ciudadano americano!' es más un grito de ficción que una realidad. No obstante, sí es cierto que en algunos casos el poderío económico y militar sí que puede surtir algún efecto. España, no obstante, carece del peso específico necesario.
El caso de Daniel Sancho y el papel de la diplomacia
La conferencia de paz para Ucrania en Yeda
La amenaza de una intervención en Níger
El papel de la diplomacia
En teoría, en los países democráticos que respetan el Estado de Derecho la justicia es independiente del poder Ejecutivo. O sea, que la política y el sistema judicial van por caminos diferentes. Lo mismo sucede con la diplomacia. En un estado soberano, los representantes de otro no tienen ningún poder sobre la justicia local. Esto quiere decir que, en casos como el de Daniel Sancho o Pablo González, la Embajada o los consulados de España no pueden interferir en las decisiones que sobre ellos tomen los jueces de Tailandia o Polonia.
No obstante, la legislación internacional sí que otorga a los ciudadanos extranjeros el derecho a recibir asistencia consular en caso de que estén involucrados en procesos como los de estos españoles. El personal diplomático puede comprobar que no se están vulnerando los derechos de sus nacionales -siempre desde la perspectiva de los que otorga el país en el que se encuentran- y ofrecer asesoramiento sobre cómo actuar. Es importante recordar que algo puede ser legal en nuestro país y un delito en aquel al que viajamos: un buen ejemplo puede ser el consumo de cannabis.
Solo en casos en los que hay dudas sobre el procedimiento o sobre las motivaciones que lo han iniciado -por ejemplo, persecución política, religiosa o de otro tipo en regímenes dictatoriales-, el Gobierno puede intervenir para tratar de ejercer presión diplomática que solo suele tener éxito si hay reciprocidad o algún tipo de concesión. Y únicamente en casos en los que se percibe una injusticia extrema y las condiciones lo permiten, un país puede ofrecer refugio en su Embajada -como hizo Ecuador con Julian Assange en el Reino Unido- o incluso poner en marcha un operativo de escape -como hizo Estados Unidos en China con el disidente ciego Chen Guangcheng-.
Aunque Tailandia no es aún una democracia, parece poco probable que España vaya a tomar medidas en el caso de Sancho, salvo que sea condenado a muerte y pueda interceder para lograr la conmutación por cadena perpetua. Pero Madrid sí que puede exigir a Polonia que actúe con más transparencia en el caso de González, cuyo procesamiento se está llevando a cabo con una opacidad sorprendente para un miembro de la Unión Europea, aunque Varsovia siempre puede sacarse de la manga el comodín de la seguridad nacional, que sirve para justificar cualquier comportamiento fuera de la legalidad.
Una cumbre para nada
Más impacto puede tener la diplomacia en asuntos multilaterales. Por eso, Ucrania ha intentado en Arabia Saudí sumar apoyos a su plan de paz y para poner fin a la invasión rusa. Sobre el papel, Kiev se ha anotado un éxito, porque a las conferencias en Yeda han acudido más de cuarenta países. Incluida China, que es pieza clave para hacer presión sobre Moscú. Al fin y al cabo, el gigante asiático es el salvavidas económico de Vladímir Putin, y el único capaz de lograr que el presidente ruso escuche atentamente. Solo porque tiene capacidad para hacer retroceder a su país a la Edad Media. Únicamente tendría que imponerle sanciones similares a las de los países de la OTAN.
El problema es que Pekín se está lucrando con la situación que ha provocado la invasión y ve reforzado su eje en la competición geoestratégica con Occidente, en la que Ucrania está en el bando contrario. Quizá por eso, y por las «grandes discrepancias» que separan a China de Europa y Estados Unidos en su visión de la guerra, la convocatoria en Arabia Saudí ha concluido en el habitual agua de borrajas: palabras bonitas, muchas declaraciones sobre la «gran preocupación» de los gobiernos, y ninguna decisión concreta.
Es evidente que ninguna negociación que excluya a Rusia, como ha sido este caso, va a resolver el conflicto. Pero estas conversaciones diplomáticas son un primer paso para que los representantes de diferentes países expongan sus visiones y acerquen sus posturas. La de Yeda es un buen ejemplo de cómo se está moviendo el centro del tablero geopolítico mundial, en el que las potencias tradicionales occidentales cada vez tienen menos peso. No en vano, ha sido Turquía la que ha facilitado el acuerdo del grano que han tenido vigente Ucrania y Rusia durante gran parte de lo que llevamos de invasión, China se ha postulado como intermediario entre ambos bandos, y ahora es Arabia Saudí la que se ofrece de mediadora. Afortunadamente para Ucrania, el bloque occidental sigue siendo el que cuenta con armamento más abundante y moderno.
Los estados de CEDEAO y Níger
Y cuando la diplomacia falla, pues solo quedan las armas para dirimir las disputas. Es lo que parece que puede suceder en Níger, el último estado africano que ha cambiado de Gobierno mediante un golpe de Estado. Los militares cuentan con un amplio apoyo popular, pero que no se ha refrendado en las urnas, y algunos países de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO) se están planteando seriamente intervenir en este país para imponer el orden previo a la asonada.
Sorprende la velocidad y la contundencia de su respuesta, sobre todo porque no ha existido en casos igual de sangrantes y cercanos, como los de Malí o Burkina Faso -que han avisado de que una intervención será considerada una declaración de guerra-. Y eso hace que uno piense mal: ¿tendrá algo que ver el hecho de que Níger era uno de los principales aliados de Occidente en el Sahel y que ahora busca la protección de Rusia? Los golpistas ya han advertido de que Francia, la antigua colonizadora, también tiene a sus tropas preparadas para esa intervención, que podría sacudir aún más el avispero de esta región explosiva.
Puede que mañana tengamos alguna respuesta, porque la CEDEAO se reunirá de urgencia para tratar la situación. Habrá disputa, muestra también del giro que está dando el continente africano, donde Occidente pierde peso en favor del eje que crean China y Rusia: la primera convence con sus proyectos económicos y de infraestructuras; la segunda por su poderío militar, insuficiente para derrotar a Ucrania pero más que sobrado para perpetuar a los déspotas africanos en sus sillones.
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