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Un muerto al lado de casa equivale a veinte en Francia, doscientos en China y 2.000 en África. Esta es una máxima informativa que se cumple a rajatabla, con las escasas excepciones que marcan casos muy llamativos. Y es también uno de los argumentos que utilizan quienes abrazan maniqueos discursos buenistas para arremeter contra la prensa y criticar que, por ejemplo, la guerra en Sudán no reciba la amplia cobertura de la invasión de Ucrania o la guerra en Gaza.
Sin embargo, esto no sucede solo en Occidente. Es global. A un japonés también le importa más lo que sucede en la esquina de su calle o en la vecina China. Y en China poco les preocupa Ucrania. La cercanía de los acontecimientos marca la agenda informativa, y esa cercanía no es solo geográfica. Puede que Túnez esté más cerca de España que Estados Unidos, pero hay elementos socioculturales y económicos que crean una mayor cercanía emocional con la superpotencia de la que, además, suele llegar más información. Y, repito, lo mismo sucede en Botsuana.
Por regla general, nos importa lo que nos afecta. Y son muchos los niveles a los que se puede dar esa afectación. El problema es que, en demasiadas ocasiones, somos demasiado cortos de miras para entender que algo que nos resulta lejano puede acabar impactándonos con fuerza. Porque vivimos en un mundo globalizado. Yo lo sufrí al final de mi etapa como corresponsal en Asia, cuando cientos del trolls (y algunos que no lo eran) se lanzaron contra mí por «extender un discurso de miedo» cuando advertí de que ese coronavirus chino podía tener un efecto grave en nuestro país. Era enero de 2020.
Ahora sucede algo similar con la situación en la franja del Sahel. Nos queda lejos en todos los sentidos, pero las consecuencias de la inestabilidad política de la región las vamos a sentir con fuerza en nuestras costas, porque es uno de los múltiples elementos que alientan la inmigración. Y la crisis humanitaria que se está gestando, sobre todo en Sudán, es de primer orden. Además, hay un componente geopolítico claro que se traduce en una lucha por la influencia de los dos grandes bloques ideológicos del planeta.
Por eso, hoy nos acercamos al continente africano. Estos son los temas que trataremos:
Sudán está en llamas, y debería preocuparnos.
Fuera Occidente, bienvenida sea Rusia.
El yihadismo bumerán aterroriza Moscú.
Es difícil prestar atención a lo que sucede en Sudán cuando los conflictos en Ucrania y Gaza requieren de recursos y espacio informativo constantemente. Pero no por ello la guerra civil que sufre ese país, uno de los más pobres del mundo, tiene menos interés. Dos sátrapas sin más legitimidad que la del uniforme y las condecoraciones que se han puesto a sí mismos se enfrentan en una lucha sucia como pocas. Es una de esas guerras en las que lo único que importan es el poder y el dinero y en las que, con el mundo mirando hacia otro lado, se cometen las peores atrocidades posibles.
Si no te matan, mueres de hambre. En torno a 15.000 personas han fallecido desde que estallaron los primeros combates entre las Fuerzas Armadas de Sudán y las Fuerzas de Apoyo Rápido el pasado mes de abril, y Naciones Unidas alerta de que 220.000 niños severamente malnutridos y 7.000 mujeres que esperan dar a luz pueden fallecer si no llega ayuda rápido. Y no va a llegar. La ONU necesita 2.700 millones de dólares para evitar que eso suceda, y solo ha recibido el 5% de esa suma.
Así que 8,4 millones de sudaneses han tenido que huir de su lugar de residencia. 1,7 millones busca refugio fuera de las fronteras de Sudán. Más de la mitad son menores. La mayoría está en países vecinos, como Chad o Egipto, pero, teniendo en cuenta las deficientes condiciones en esos lugares, parece lógico pensar que esta coyuntura incrementará la presión migratoria en Europa. Lo advierte la propia ONU: «Los trayectos más allá de la región crecerán, incluidos hacia Europa. De hecho, los ciudadanos de Burkina Faso y Malí se encuentran ya entre los que más llegan por mar a Italia».
Cualquiera en su situación trataría de escapar de Sudán. Le conmino a que busque vídeos de lo que está sucediendo para entender por qué. Por esa misma razón, si no se solucionan en origen todos estos conflictos, la inmigración no va a dejar de crecer. Al fin y al cabo, las de estos estados fallidos son poblaciones con una elevada fertilidad y una población muy joven que, simplemente, no quiere morir todavía.
En solo tres años se han sucedido siete golpes de Estado en los países que componen la franja del Sahel. Varios más no tuvieron éxito. Son el resultado de un caos provocado por corrupción, yihadismo y, también, por la lucha geopolítica entre poderes en declive y otros en auge. Por un lado, potencias coloniales como Francia y superpotencias imperialistas como Estados Unidos tienden a dar su apoyo a los gobiernos democráticamente -más o menos- elegidos; por otro lado, las grandes potencias autoritarias, Rusia y China, ayudan a quien mejor sirva a sus intereses en la región, que cada vez son más.
Y pocas veces se aprecia mejor esta batalla entre los dos grandes bloques ideológicos del siglo XXI como en Níger, que la semana pasada decidió romper los acuerdos de colaboración militar con Washington, por los cuales en torno a un millar de efectivos estadounidenses puede operar en su territorio -incluso con una base aérea-, y abrir «un nuevo camino de cooperación» con Rusia. Por si fuese poco, también hay sospechas de que los golpistas nigerinos están llegando a acuerdos secretos con Irán, un país al que le viene de perlas el uranio de este país africano.
Occidente ha tratado de abrirse camino en África con ayuda al desarrollo, pensando en el ciudadano de a pie. Rusia y China son más inteligentes. Saben que a los dirigentes del Sahel lo último que les importa es su población, así que hacen lo que saben que funciona mejor: llenarles los bolsillos. Es una magnífica estrategia para hacerse con recursos naturales, lograr contratos para infraestructuras, y comprar voluntades que vienen muy bien en las votaciones de organismos internacionales.
Mientras tanto, las consecuencias las paga la población civil que no tiene ni voz ni voto. En el peor de los casos, cae en las garras de los movimientos islamistas que encuentran en el Sahel un acomodo perfecto. Y eso también nos puede salpicar. No en vano, el Índice Global del Terrorismo de 2023 considera a África como epicentro mundial de la violencia yihadista, que tiene una presencia especialmente elevada en el Sahel occidental. Cuatro de los diez países más afectados por esta violencia se encuentran en la región.
Tomar partido en conflictos externos y meterse en líos geopolíticos tiene sus riesgos. Lo sabemos bien en España, que pagó su intervención en la invasión de Irak con los peores atentados de Europa. Ahora se lo han recordado en Moscú a Rusia, la potencia que más a fondo se ha empleado con su ejército en Siria. Se ha abierto una segunda etapa del yihadismo en Rusia, que nació con los separatistas chechenos a mediados de la década de 1990. Como explica Dmitry Shlapentokh en 'El auge del califato ruso' (publicado en 2010, cuatro años antes de la ocupación rusa de Crimea), ese movimiento rápido cruzó las fronteras de Chechenia, y ahora se ha globalizado.
La batalla de narrativas no ha tardado ni unas horas en abrirse: Vladímir Putin, que había desechado las advertencias de potencias occidentales que apuntaban a atentados terroristas, rápidamente señaló el hecho de que los presuntos terroristas habían sido capturados cerca de la frontera con Ucrania para trazar una causalidad y señalar a Kiev, que en todo momento ha negado su involucración. Que los atacantes sean tayikos tampoco parece que vaya a cambiar la narrativa rusa, afianzada por un férreo control de los medios nacionales y un ejército de trolls en las redes sociales occidentales.
Cuanto más se embarre Rusia en el Sahel, donde su presencia crece como la espuma al calor de los golpes de Estado, más posibilidades tiene de acabar alimentando este tipo de atentados. Lógicamente, lo mismo se puede advertir al resto de potencias. Por eso, Francia ya está en alerta por posibles atentados. Es lo que sucede cuando se atiza el avispero.
Es todo por hoy. Espero haberte explicado bien algo de lo que está ocurriendo ahí fuera. Si estás apuntado, recibirás esta newsletter todos los miércoles en tu correo electrónico. Y, si te gusta, será de mucha ayuda que la compartas y la recomiendes a tus amigos.
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