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El 24 de enero de 1977, dos tipos de extrema derecha irrumpieron en un despacho de abogados laboralistas del número 55 en la calle de Atocha, situada en pleno centro de Madrid. Buscaban al dirigente comunista Joaquín Navarro, pero este había salido minutos antes del edificio. En mitad de la noche, los dos pistoleros dispararon a quemarropa a los presentes, acabando con la vida de tres abogados, un administrativo y un estudiante.
'Las abogadas', la nueva serie que RTVE empieza a emitir este miércoles en el 'prime time' tras 'La revuelta' de Broncano recuerda aquella matanza y lo hace contando la historia de las letradas que levantaron el bufete. De hecho, la ficción comienza, al menos en sus dos primeros capítulos, apuntando a aquella tropelía, para después retroceder en el tiempo y mostrar cómo Lola González (Paula Usero), una chica de familia acomodada, llega a la Facultad de Derecho. Allí conoce a Manuela Carmena, Cristina Almeida y Paca Sauquillo, tres estudiantes de de un curso superior, a las que dan vida Irene Escolar, Elisabet Casanovas y Almudena Pascual, y a los miembros del Frente de Liberación Popular Javier Sauquillo (Manuel Canchal) y Enrique Ruano (Álvaro Rico), con quien traba algo más que una amistad.
Con un par de pinceladas e imágenes de archivo, que trufan toda la propuesta, la producción muestra que las tres futuras letradas ya estaban en las revueltas estudiantiles de mediados de los sesenta, aquellas que protestaban contra el franquismo, denunciaban la expulsión de los estudiantes que habían protestado contra la dictadura y defendía una sociedad libre y democrática. Lola, en cambio, permanece en esos primeros compases ajena a estas discusiones políticas. Todo cambia cuando un par de años más tarde se presenta en el despacho de Cristina Almeida para hacer unas prácticas: en su primer caso, es enviada a Palomeras, un barrio chabolista de una Vallecas aún por desarrollar, y lo que allí ve le lleva a tomar conciencia y parte.
Es el punto de partida de una ficción coral inspirada en hechos reales que intercala sucesos históricos con casos ficticios para representar, con fidelidad, aquella realidad gris y opresiva que envolvía a la España franquista. De los primeros avances en el desarrollo urbanístico, con los promotores jetas que buscaban hacer negocio a costa de la precariedad de las familias -su resonancia con los tiempos modernos es sorprendente-, a la explotación laboral y las huelgas, pasando por las falsas acusaciones, las detenciones ilegales y las torturas a quienes luchaban por acabar con el régimen franquista.
Cierra el primer episodio con un mazazo, el asesinato de Ruano. Tenía 21 años cuando fue arrojado el 20 de enero de 1969 desde la ventana del piso séptimo del número 60 de la entonces calle General Mola de Madrid, por miembros de la Brigada Político Social (BPS), que le había detenido tres días antes. En aquel entonces, el caso fue presentado como un suicidio. La ficción pone de relieve la utilización de los medios afines al régimen, que llegaron mostrar un supuesto diario en el que se expresaban ideas suicidas, las presiones de la policía franquista o las amenazas a quienes no cesaron en tratar de hacer una justicia que jamás llegó.
Y, sin embargo, algo falla en la serie creada por Patricia Ferreira y Marta Sánchez. Quizá peca de simplista y resulta demasiado autoconsciente de sí misma, dando lugar a unos diálogos poco creíbles. ¿Un ejemplo? El pelotazo que Manuela, Paca y Cristina se toman en su bar de confianza, donde ya hablan de hacer historia y donde muy posiblemente las guionistas estén sacando ventaja de lo que ya sabemos. ¿Otro? Las tres son empoderadas, independientes y muy perspicaces, pero obligar al espectador a tragar con la idea de que los jueces y los fiscales eran tontos -Cristina Almeida se permite, incluso, vacilarlos- no hace sino restar importancia a su trabajo y su lucha.
Esas decisiones de guion o de enfoque van minando la credibilidad de una serie justita en términos artísticos, que gana enteros cuando se pone seria y se aleja de los toques cómicos y las gracietas que se imponen en los juicios. Acierta, y mucho, al reproducir las trabas y las incoherencias a las que día a día se tenían que enfrentar las mujeres. Resulta demoledora la anécdota que recrean de Almeida, obligada a pedir un poder notarial a su marido cuando quiso denunciar al director de una cárcel -estaba harta de poner querellas en nombre de otras personas como abogada-, o comprobar cómo Carmena y Almeida tenían que lidiar con el machismo en las propias reuniones con otros miembros del Frente de Liberación Popular, a los que exigían que había que luchar también por revisar la condición jurídica de la mujer en España.
Juana Macías y Pol Menárguez dirigen los seis episodios de una serie que aún puede dar mucho de sí. Vistos los dos primeros capítulos, habrá que ver si la cosa mejora o se queda a medio gas.
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