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'Un espía entre amigos': Guerra Fría, inteligencia… y elegancia

'Un espía entre amigos': Guerra Fría, inteligencia… y elegancia

La serie británica, disponible en Movistar+, desarrolla la traición del espía real Kim Philby con interpretaciones soberbias y toda la tensión puesta en la palabra justa

Jueves, 18 de mayo 2023, 08:25

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El título es cien por cien preciso: ante todo es una serie sobre el espionaje y sobre la amistad. Y sobre qué pasa cuando combinamos ambas y se rompen los pactos de confianza. Una traición, a lo largo de un tiempo tan extenso, que hace aún más dolorosa y enrarecida la nostalgia.

Con muchas licencias, esta serie cuenta la historia real del espía Kim Philby, pues todo parte de un libro de Ben McIntyre subtitulado gravemente 'La gran traición de Kim Philby'. Ser espía del KGB (¿o lo es de la CIA?) mientras trabaja en las altas esferas de la inteligencia londinense. Hablar con espías rusos durante la guerra era normal, era necesario, pero poco tardó en romperse la cercanía en cuanto desapareció la amenaza nazi. Los pocos resistentes duraron mucho sin ser descubiertos, y en Estados Unidos la caza de brujas acabó matando moscas a cañonazos. Algo de ese cambio de mentalidad se apunta en la serie.

Esta historia expulsará rápido a los no interesados mínimamente en el espionaje de la Guerra Fría. Por supuesto aparecerán varias agencias de servicios secretos por país, se darán muchas cosas por entendidas y no se repetirá la información clave casi nunca. Habrá que estar atentos, habrá que pensar rápido. Como ellos. Una serie sobre las personas supuestamente más inteligentes del planeta no podía ser menos. Da gusto ver, al estilo de grandes películas —aquel Michael Caine de 'La huella' (1972)— ese destello de brillantez en la mirada tras soltar la frase perfecta, el autocontrol al narrar un episodio mintiendo, el juego a otro nivel que se mantiene sobre la capa de realidad que vive el pueblo llano, que nunca se entera de nada.

El auténtico Philby, a la derecha, en sus entrevistas exculpatorias
El auténtico Philby, a la derecha, en sus entrevistas exculpatorias RC

Londres, Beirut y Moscú son los escenarios de la acción: grandes puntos calientes del tablero internacional. Los más elegantes de este oficio pasan desapercibidos, y es así: los protagonistas no pegan un solo tiro en toda la serie. No llaman la atención. Para algo son los mejores. Además, la serie transcurre casi por completo en despachos, domicilios, sótanos, pisos francos y espacios privados. Al ser de época, se ahorra bastante en producción, e incluso pasa por la cabeza lo bien que funcionaría como podcast, pues el valor de la palabra es a la vez la base de todo y lo último de lo que fiarse. No necesitamos ver que pase nada, necesitamos que nos lo cuenten, que alguien decida desvelarlo por fin. Alguien que se resiste por muchos motivos. Y el dato que perseguimos toda la serie acaba siendo lo menos importante, por supuesto.

Hay tres intérpretes clave en esta historia. Podríamos decir que el protagonista es Kim Philby, interpretado por un Guy Pierce atormentado, lejísimos de aquel glorioso —de otra manera— Adam de 'Priscilla: reina del desierto' (1994). El alcance de la tormenta en el alma de Pierce según se le agota el crédito, según se alcoholiza, según pierde estatus, es portentoso. También podríamos decir que el protagonista es Nick Elliott, un elegantísimo Damien Lewis, el inolvidable pelirrojo Winters de 'Band of Brothers' (2001, nadie diría que han pasado veinte años desde ese papel). Él es el traicionado, el doliente, el peso de la responsabilidad, y el acusado de proteger a su amigo. Ambos soberbios, dupla para el recuerdo, con hirientes implicaciones en cada frase que se sueltan. Se sorprenden invadidos por recuerdos muy dolorosos, y la forma de intercalar esos recuerdos medio alucinados es lo mejor de la serie a nivel formal.

Anna Maxwell Martin en el papel de Lilly Thomas, elegida para inquietar
Anna Maxwell Martin en el papel de Lilly Thomas, elegida para inquietar RC

Pero, por último, también podríamos decir sin inmutarnos que la protagonista es la agente Lilly Thomas (brillante Anna Maxwell Martin), enviada para interrogar a Elliott. Pese a pertenecer al MI-5 representa a la persona recta, difícil de tentar, con unas genuinas ganas de hacer bien su trabajo: preguntar. Ella es el público (en el sentido de que nos ayuda como espectadores a conocer, yendo de su mano) y también el otro público (en el sentido del pueblo, que aguanta las penurias ajeno a ciertas esferas de influencia). Los últimos segundos de la serie revelan un acierto total con respecto a este personaje. Porque parte del mensaje habla de un nivel de vida muy concreto, de unos clubs, de un tipo de gente, y de unos niveles de estatus donde a placer se puede decidir el destino de miles de personas. Y de quienes no podrán ocupar esos espacios nunca.

Pero al final lo importante no es la geopolítica, ni siquiera qué significa traicionar, sino presenciar el despecho de una amistad hecha trizas. Ver perder el control a la persona del mundo que mejor se controlaba. Herir de muerte con un símbolo, con un gesto, con un regalo devuelto. Una serie para paladear, quizás un poco más extensa de lo necesario, quizás demasiado perfecta en sus interpretaciones comparando con la vida real, pero que nos remite a otras maneras de procesar la información y el cine que todavía no sabemos que echamos de menos.

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