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E. C. MAESTRE
SALAMANCA
Lunes, 17 de octubre 2022
Antonio Hernández García ya sobrepasa los 80 años, pero mantiene vivos los recuerdos de toda una vida dedicada al Teatro Liceo de Salamanca. Comenzó como operador de cinematógrafo, ascendió con los años a jefe de tramoyistas y ha sido testigo directo y protagonista de la ... trayectoria cultural de esta ciudad. No solo es un narrador equisciente (testigo y protagonista), lo sabe casi todo de este teatro porque la vocación por el oficio le llevó a ser también un estudioso de una de las infraestructuras culturales más importantes de la capital, también hoy en día.
Antonio nos recibe en su casa donde almacena de forma escrupulosa libros, dosieres, recortes de prensa y fotografías de la historia del Liceo de Salamanca.
-¿Cómo comenzó su vínculo con el Teatro Liceo?
Mi padre empezó a trabajar en el Teatro Liceo en el año 1924 como operador de cine. A mí me gustaba ir por allí, observar cómo era su oficio y ya de paso, ser uno más de los espectadores de las películas de cine y obras de teatro que se representaban en estos años. De la época de mi niñez recuerdo bien, por ejemplo, el estreno de «Los tres caballeros», producida por Walt Disney, donde se combinaba la imagen real y la animación.
-¿Cómo era la afición por estos espectáculos en esos años?
La afición era grande en Salamanca, aunque el cine se fue imponiendo al teatro, sobre todo por su popularidad y por el precio de las entradas, mucho más baratas. En estos años existían muchas compañías teatrales, al Liceo podían acudir tres o cuatro al mes, pero el coste del espectáculo era grande y fue perdiendo espectadores. Por ejemplo, una función de Zarzuela costaba 250.000 pesetas; conllevaba traer una orquesta con un montón de músicos, actores, sastrería, etc. y no salían las cuentas…
-¿En qué año comenzó su vinculación laboral con el Liceo?
En el año 1955 comencé a ayudar a mi padre como operador de cinematógrafo. Cobraba 12 pesetas al día. Y en 1957 me hicieron fijo. Allí trabajábamos los dos, mano a mano, hasta la jubilación de mi padre en 1975. En la cabina tenían que estar dos personas (en otros cines solían estar tres), había que preparar la película, proyectarla y estar pendiente en todo momento de la evolución. Era un trabajo esclavo, no existían los festivos ni los fines de semana de descanso. El cine solo cerraba en Semana Santa. Hay que pensar también que en estos años existía censura y el trabajo se complicaba aún más. El teatro debía pasar la cartelera a los censores antes de la proyección de las películas. Cuando se celebraban espectáculos de revista, las vedetes debían mostrar con anterioridad la ropa que iban a mostrar en la función…
-Pero además de ser operador de cinematógrafo usted fue tramoyista del teatro…
Mi padre sabía mucho del escenario, de su funcionamiento, y yo también quería dominarlo. En 1957 comencé a montar decorados y el atrezo antes de las actuaciones Y en 1967 pasé a ser jefe de tramoyistas del Teatro Liceo de Salamanca.
-¿Cómo fue la evolución del oficio con los años?
En los primeros años trabajábamos «a la italiana». El decorado era de papel y para montarlo teníamos que extenderlo en el suelo, armarlo con varillas y entachuelarlo… La misma compañía traía cinco obras y cada día se representaba una diferente, luego esa labor había que hacerla todos los días. Cada jornada había que desmontar el decorado y volver a montar otro distinto. Del papel pasamos a la tela. Para que no se manchara se colocaba primero un papel especial en el suelo. El tejido venía ya marcado, pero había que envarillarlo también. Y ya en los últimos años del ejercicio de mi oficio, pasamos al sistema corpóreo, un sistema de origen francés, que nos facilitó enormemente el trabajo. Los decorados eran de aglomerado, venían ya pintados y las vigas confeccionadas, por lo que solo había que montarlos.
-¿Qué compañía teatral recuerda de forma significativa de esta época?
Sin duda alguna la de Arturo Fernández. Era impresionante. Destacaba no solo por su elegancia sino también por su profesionalidad. Su compañía traía un camión con todo el decorado y con todos y cada uno de los elementos que formarían parte después de la escena envueltos con mantas para que no se rallaran. En estos años solo él trabajaba así. También traía moquetas para situar detrás del escenario con el fin de que no se oyeran los pasos y carreras de los actores por detrás de «las bambalinas». Su puesta en escena tenía un coste de dos millones de pesetas (12.000 euros de ahora, aunque hay que remontarse a aquélla época).
-¿O sea que la altura de Arturo Fernández era acorde a su profesionalidad?
Ya lo creo que sí. Trabajaba muy bien y se rodeaba de un buen elenco de actrices. Era un actor de un solo registro, pero su éxito era enorme. Cuando comenzaron los rumores sobre el cierre del teatro me ofreció irme con él como tramoyista, pero mi mujer Flori y mis tres hijos siempre han sido lo primero en la vida.
-¿Era Salamanca una buena plaza para las compañías teatrales?
Sin duda alguna. Venían compañías de mucho prestigio y siempre se llenaba el teatro. Además, hay que destacar que el Liceo es el espacio ideal para disfrutar de un espectáculo. Por su tamaño, siempre estás cerca de la escena y la acústica es fabulosa.
-Además de haber trabajado en el teatro durante aproximadamente 40 años (el teatro cerró en el año 1994) se ha preocupado de documentar su historia…
He sido un apasionado del trabajo y el teatro ha formado parte de mi vida desde la infancia. He ido recopilando documentos, recortes de prensa, fotografías… El teatro original se construyó en la segunda mitad del siglo XIX sobre las ruinas del convento de San Antonio el Real bajo el nombre de La Unión; en 1962 pasó a ser el Teatro Liceo Artístico y Literario.
(El teatro, tras sufrir dos reformas se cerró en 1994. El proyecto de restauración se llevó a cabo de cara al 2002, año en el que Salamanca fue Capital Europea de la Cultura. El edificio recuperó, por un lado, la traza original de la sala del teatro del siglo XIX, de estilo italiano, y, por otro, los elementos originales del convento y del torreón).
Se podría pasar horas con Antonio Hernández repasando documentos y vivencias. Bien podría todo el material formar parte de una exposición sobre la historia del Teatro Liceo, que es también la historia de la Salamanca cultural.
Entre los recortes de prensa que atesora, figura también una columna de opinión de Aníbal Lozano quien define la huella de Antonio como «la sombra alargada del Liceo», el tramoyista acostumbrado a oír aplausos «que no iban con él, aunque sin él no hubieran existido». Esta entrevista también quiere ser un aplauso que hoy, en el día del estreno de este nuevo medio de comunicación, le dedicamos a él.
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