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El horror del doble asesinato de Peñaranda de Bracamonte
Crónica Negra Salmantina

El horror del doble asesinato de Peñaranda de Bracamonte

Las víctimas, halladas la mañana del 22 de febrero de 1889, habían sido terriblemente mutiladas

María Rivas

Salamanca

Sábado, 18 de febrero 2023, 11:44

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Las crónicas de la época, así como las coplas que se componían a raíz de este tipo de sucesos, aseguraban que los horrores que envolvían este crimen hacían estremecerse a cualquiera.

Dolores Gómez y su marido Fernando Romo (según otros su verdadero nombre era Facundo), vecinos de Peñaranda de Bracamonte, eran propietarios de numerosos bienes, así como de una fábrica.

Sería uno de sus trabajadores quien daría muerte a Dolores así como a su criada, Gervasia Lozano, de tan solo dieciséis años de edad.

El hallazgo

Gervasia y Dolores fueron halladas en el domicilio de esta (calle Medina número 12) terriblemente mutiladas, la primera había sido degollada y a la segunda le habían propinado numerosos hachazos que habían acabado por darle muerte.

En el momento del hallazgo se desconocía la identidad del autor o autores materiales del macabro crimen, poniéndose entonces en marcha las investigaciones pertinentes con el objetivo de esclarecer los hechos, corriendo a cuenta del juez de instrucción de Peñaranda de Bracamonte.

Las primeras hipótesis apuntaron que el crimen había tenido lugar durante la madrugada del sábado, poco antes de ser descubierto.

Francisco Martín Siages, jornalero del domicilio y del que los convecinos hablaban maravillas por ser alguien incapaz de hacerle daño a una mosca, resultó ser uno de los autores materiales del doble asesinato.

El móvil del crimen no era otro que robar a Dolores y a Facundo y para ello, se sirvió de la ayuda de dos individuos más: Agustín Martín Gómez y Ricardo Sánchez Almagro.

Los periódicos del momento explicaban que estos «querían robar y empezaron matando».

Los hechos

El doble asesinato tuvo lugar la noche del 22 de febrero de 1889.

Los tres sujetos se escondieron en una panera del patio de la casa de Dolores. En primer lugar lo hicieron Ricardo y Agustín para, posteriormente, incorporarse Francisco.

Se presentó en el escondite improvisado la sirvienta de la casa, Gervasia, descubriendo por sorpresa a los tres individuos.

Tras un forcejo en un intento inútil por defenderse de los tres criminales, estos le propinaron a la adolescente numerosos hachazos que «hicieron que las yemas de los dedos le colgasen y de un solo golpe le separaron la cabeza del cuerpo». Al poco rato apareció la señora de la casa, Dolores, «sobre la que se abalanzó Ricardo, armado de un hacha que en la panera había, con la que le dio un golpe en la cabeza y al caer al suelo le propinó de lleno varios hachazos más que la mataron», logrando así que el cadáver se desfigurase por completo y apenas fuera reconocible.

Acto seguido, registraron el cadáver en busca de las llaves de los muebles, encontrando un manojo de llaves que la víctima escondía bajo la falda; una de ellas, abría un arcón de madera que contenía tres talegos llenos de monedas de bronce «por cantidad, cada uno, de cien pesetas».

Satisfechos con el botín logrado se retiraron de la casa, no sin antes haberse lavado las manos y los pies con el objetivo de eliminar cualquier resto de sangre que pudiese vincularlos con el crimen; cerraron la puerta con llave y se repartieron el talego que le correspondía a cada uno.

La sentencia

La pena a la que fueron condenados por un jurado popular fue pena capital, es decir, la de «muerte en garrote vil con la accesoria, caso de indulto, de inhabilitación absoluta perpetua y además en los costes procesales por terceras partes».

El lunes 17 de febrero de 1890, a las siete de la mañana, el escribano de actuaciones del juzgado de Peñaranda hizo saber a los tres reos la sentencia del Tribunal Supremo confirmando la de la Audiencia de lo Criminal de Salamanca, la cual los condenó a muerte en el primer juicio con juzgado popular en la historia judicial salmantina.

Cuando se les presentó la sentencia a la firma a los tres condenados solamente Ricardo,quien basó su defensa en negar los hechos en sus primeras declaraciones, preguntó con absoluta frialdad: «¿Cómo quiere usted que yo firme esto?».

La ejecución

El verdugo encargado de ejecutar el día 18 de febrero de 1890 a los tres condenados a muerte era descrito de la siguiente forma por la prensa de la época: «hombre de cincuenta a cincuenta y seis años, ejecutor en el distrito de la Audiencia Territorial de Valladolid, es un tipo vulgar, pero que no inspira repugnancia ni por su aspecto ni por sus maneras hasta tanto que se conoce cuál es el papel que desempeña en la sociedad». Tal y como se aseguraba, el verdugo no aparentaba ser tal.

Los cronistas que informaron de la ejecución hicieron un retrato cuanto menos minucioso del mismo; dijeron que era de regular estatura, grueso, calvo parcial con el pelo que le quedaba blanco, vestido de traje de artesano y seguramente no había recibido apenas instrucción, ya que no sabía ni leer ni escribir, así como que tampoco sabía hablar correctamente su lengua materna, el castellano, ya que decía «Audencia» y «precuraré».

El día de la ejecución por la tarde, el verdugo accedió a las celdas de los reos para pedirles perdón, al tiempo que tomaba medidas para poder colocarles correctamente los aparatos de tornillo reglamentarios del garrote vil.

Ricardo llegó, incluso, a mantener una breve conversación con su verdugo asegurándole que le perdonaba para, posteriormente, suplicarle que le diese buena muerte: «Precuraré hacerlo», replicó el verdugo.

El verdugo

El verdugo de Valladolid, por aquel entonces, contaba con veintisiete años en el oficio y sumaba un total de ochenta y nueve ejecuciones.

Aseguraba uno de los periodistas a cuyo cargo corrió informar de la ejecución que, entre otros criminales célebres, estuvieron en sus manos el famoso asesino en serie conocido como el Sacamantecas (Juan Díaz de Garayo) y un miembro de la banda de La Mano Negra.

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