

Secciones
Servicios
Destacamos
Quieren hacer del mundo un lugar mejor y luchar contra el cambio climático. Esas son, en resumen, las aspiraciones de jóvenes activistas climáticos de todo el planeta. Pero hay muchas diferencias entre sus motivaciones.
Así lo han podido comprobar esta semana en Salamanca un grupo procedente de Colombia, Costa Rica y Perú que se han unido «para facilitar el intercambio de perspectivas, construir puentes entre diferentes culturas y regiones, y plantear reflexiones conjuntas que conduzcan a la acción con un impacto global significativo, en colaboración con Oxfam Intermón.
Noticia relacionada
Como parte de la gira Puentes Verdes, también organizaron el debate Activismo Climático. Compartiendo Reflexiones desde Latinoamérica y Europa junto a Fridays For Future (FFF) Salamanca, en el que los participantes expusieron sus motivaciones, experiencias, preocupaciones y esperanzas.
El grupo de jóvenes Latinoamericanos recorre estos días varias ciudades en España, incluyendo Pamplona, Salamanca, Jerez, y Castellón, para conocer proyectos y organizaciones que tienen el cambio climático como objetivo principal en su labor.
Para Tania Anaya Paniagua, una de las fundadoras de FFF Salamanca en 2019, una de las cosas más interesantes de este encuentro ha sido tomar conciencia de que las razones para ser activistas pueden ser muy diversas, pero todas giran en torno a un interés común. Esta riqueza de motivos les llevan a luchar por la conservación de la vida en el planeta y por la justicia social.
La sensibilidad es en su caso la principal motivación para el activismo ambiental. Asegura que desde muy pronto empezó a tener fuertes sentimientos frente a la injusticia. A través de la formación empezó a tomar conciencia de que el origen de la misma está ligado «a lo mal planteado que está el mundo». «El estilo de vida del Norte global, de occidente, supone una calidad de vida pésima sobre otras partes del mundo», explica. Como no podía soportar el dolor que le producía esa realidad sobre las personas y el entorno, decidió ser activista, pese a ser consciente de que no podrá salvar el mundo.
Empezó con el aspecto climático: le dolía «cómo afectan las emisiones de gases de efecto invernadero al planeta, como lo está sobrecalentando, las consecuencias para humanos y otras formas de vida». Pero enseguida comprendió que nos enfrentamos no sólo a una crisis climática «sino a varias crisis complejas» que están interrelacionadas con la justicia y los derechos sociales de las personas.
En su familia, especialmente la paterna, de Perú, siempre han sido luchadores. Sus abuelos salieron en su momento a luchar por los derechos de las personas y sus padres le han sabido inculcar el sentido de la justicia y «la determinación para salir a luchar y para alzar la voz».
Su compañera de FFF Salamanca, Andrea Borrego Lucas, afirma que a ella la motivación para convertirse en activista climática le viene de observar realidades cercanas, sin necesidad de salir de la provincia. Como ejemplos señala la despoblación rural o el proyecto de Berkeley para construir la mina de uranio en Retortillo.
Le sorprende «cómo la gente de mi edad no se da cuenta» de la necesidad de movilizarse ante problemas tan importantes como los que supone la crisis climática. No obstante, piensa tras sus motivaciones no hay situaciones tan duras y profundas como las que se viven en el Sur global, como comprobó en un viaje a Honduras tras el asesinato de Berta Cáceres.
El conocimiento fue lo que hizo que la costarricense Annelice Corrales se hiciera activista. En su visita a Salamanca detalló que cuando empezó a estudiar Ingeniería Ambiental empezó a sumergirse en una serie de realidades a las que antes no se había enfrentado y sintió que tenía que ser capaz de transmitir ese conocimiento tan técnico, de comunicarlo de forma clara y sencilla para llegar a personas que no necesariamente están involucradas en el área académica.
Su madre, docente, es la que le inculcó su interés por la Educación Climática y la investigación. En Pamplona estos días ha disfrutado con talleres que han generado reflexiones que pueden llevar a que los participantes dedican hacer cambios en su vida y así ir generando una transformación sistémica.
Su trayectoria en el campo del activismo es larga. Ha destacado como investigadora en la ONG La Ruta del Clima. Sus aportes se centran en los desafíos de daños y pérdidas en comunidades costeras del Caribe de Costa Rica, dando voz a las experiencias locales.
A nivel internacional, ha representado a su país en la COP26 de la ONU, abogando por acciones concretas, así como las responsabilidades comunes pero diferenciadas. Su historia es un ejemplo de la capacidad de la juventud para marcar la diferencia en la búsqueda de un futuro más sostenible y justo.
Cuando alguien pertenece a una comunidad indígena con una profunda cosmovisión y que desde hace generaciones ha luchado por que sus derechos sean reconocidos, el activismo ambiental podría decirse que forma parte de su ADN. Eso es lo que le sucede a Ati Gunnawi Vivian Misslin Villafaña Izquierdo.
Miembro del pueblo arhuaco de la Sierra Nevada de Santa Marta, en Colombia, es cofundadora de la iniciativa «Latin American Youth Climate Scholarships», que busca relevar las voces de las juventudes BIPOC latinoamericanas en la SB58 y la COP28.
Desde su punto de vista, el imaginario de pobreza e indignidad que se ha creado geopolíticamente desde el Norte global para describir al Sur «nos separa de que la complejidad de cada territorio es distinta» y que el activismo es igualmente necesario e importante en todos pese a sus diferencias.
Sin dejar de reconocer la necesidad de unos mínimos para que las personas puedan tener una vida digna y plena, quiere desmitificar lo que se entiende como privilegios en distintas partes del mundo. Así, detalló que durante la pandemia y los confinamientos podía moverse en un terreno muy extenso mientras que muchas personas no podían salir de sus pequeños pisos. Eso demuestra que hay que cambiar la visión de lo que es o no un privilegio y aboga por crear puentes de entendimiento.
Aunque cuando ella era una niña su padre sufrió amenazas por su activismo, afirma que es algo de lo que nunca hablaron directamente. Ella no ha recibido amenazas directas, pero sabe que es una realidad latente y dolorosa, pero que no lo afronta desde el miedo. Ni permite que eso le amedrente en su labor.
La infancia del activista climático y fotógrafo peruano Pavel Martiarena se desarrolló en un territorio de gran riqueza natural, en el que podía bañarse en las aguas que se acumulaban en las calles cuando se anegaban algunas zonas. Pero desde entonces todo ha cambiado.
Todo empezó con la construcción de «una carretera mal diseñada», después la crisis económica llevó a un aumento del extractivismo de oro con destino a Europa. Empezó la deforestación. Y seguidamente los problemas sociales, de salud, dignidad y la pérdida de Derechos Humanos.
Ese territorio ha dejado de ser un paraíso y no quiere que el niño que fue se avergüence del adulto que es hoy. Y decidió pasar de la protesta a la propuesta.
Por eso es uno de los fundadores del colectivo Generación Verde, que desarrolla diversas campañas de activismo en Madre de Dios, una de las regiones más golpeadas por el extractivismo en la Amazonía peruana.
Pertenece a la red nacional TierrActiva Perú, un espacio que promueve el cambio sistémico y el buen vivir como alternativas a la crisis climática, asistió a la COY10 (COP20) como representante joven de la amazonia, fue parte del Ayni Climático Chile 2019, encuentro que reunió a activistas de América Latina como antesala a la COP25.
Participa permanentemente en los espacios de activismo más importantes de su país, organizados por Oxfam y Actúa.pe, donde bajo un enfoque transversal de justicia ambiental, económica y de género, buscan reducir las enormes desigualdades sociales.
Para Tania Anaya, «al final ser activista en Europa o en el Norte global o en Occidente es diferente que en el Sur donde, en ciertos casos, supone también sufrir riesgos muy fuertes e incluso la muerte.
Además, aunque no se puede generalizar, allí existe una cosmovisión y una filosofía en torno a interdependencia con el entorno muy inspiradora y que habría que refundar en el Norte.
En todas partes hay también muchos tipos de activismo. Organizaciones como Extinction Rebellion o Futuro Vegetal están optando por llevar a cabo acciones directas no violentas para llamar la atención sobre las causas del cambio climático y reivindicar soluciones.
En FFF Salamanca hay debates constantes sobre las acciones a desarrollar porque se plantean situaciones muy difíciles. Por una parte se plantean hasta qué punto pueden hacer «ciertas cosas que nos separen de la gente, porque estaríamos perdiendo el foco. En realidad queremos llamar la atención de la gente, activarla y que luchen por la justicia social climática y demás». Pero por otra parte quieren ser una organización descafeinada ni «blanquearnos hasta el punto de las instituciones y la clase política» que desarrollan «prácticas absolutamente hipócritas» con gestos mínimos con los que pretenden hacer creer que es suficiente en la lucha contra la crisis climática.
A nivel personal, Tania entiende que «tiene que haber cierto empuje como movimientos como Futuro Vegetal y Extinction Rebellion con sus acciones directas no violentas» que son controvertidas. A su juicio, es necesario para «romper esta burbuja de cristal que nos hemos hecho todos» cuando se dice «que si reciclamos un poquito por allí, si ponemos un arbolito por allá las cosas se arreglan, y no es así».
Argumenta que «estamos viendo que el problema es tan gordo y tan brutal que es absolutamente estructural, que estamos hablando de un cambio de sistema, en la forma de vida, esto va a venir de cambios reales muy fuertes que vamos a tener que dar todos y todas como sociedad».
El debate al respecto en los movimientos sociales, mantiene, es importante porque «tampoco se puede perder gente por el camino y solo no se puede luchar contra todo esto». Por ello considera que es una buena idea «dejar que cada movimiento socio climático actúe bajo sus formas, pero movimientos como FFF y otros más locales juegan un papel más de concienciación, de arropar a la sociedad, hacerla consciente y enseñarle la problemática para que llegue a entender por qué esos otros colectivos apuestan por las acciones que están haciendo».
Otro debate interno se refiere a su relación con las instituciones, porque trabajar con ellas supone un enorme trabajo para conseguir pocos logros reales. Conseguir que el Ayuntamiento y la Universidad firmasen la emergencia climática supuso muchas reuniones y trámites burocráticos que después no han visto plasmado en tomas de decisiones relevantes.
Reclaman que las instituciones tengan «el ahínco, la conciencia y la valentía que se requiere para luchar contra la problemática» y afirman que no pueden seguir «en armonía con las instituciones que siguen siendo parte del problema, alimentando un modelo social y económico que está deteriorando el planeta y la vida, hasta que no cambien el chip».
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
El mapa de las luces de la Navidad en Cantabria
El Diario Montañés
Publicidad
Publicidad
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.