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«¿Por qué Valladolid va a conformarse con menos?». Esta simple frase del ministro Óscar Puente en la presentación del proyecto de la nueva estación de trenes de Valladolid ha marcado un hecho, el de la inversión de 253 millones, que ha despertado recelos en otros ayuntamientos. Es el caso del de Salamanca, que ve como inversiones del Estado pendientes desde hace años no se ejecutan. Sin embargo, siempre hay otro lado de la moneda y hace no tantos años la ciudad estrenó una flamante y millonaria nueva estación y allí estuvo otro ministro con mucho carácter, inversión de las tornas actuales.
Francisco Álvarez-Cascos, uno de los políticos con más ascendente del PP entre los '90 y los 2000, acudió aquel 14 de junio de 2001 al paseo de la estación de Salamanca en calidad de ministro de Fomento para destapar la placa en la inauguración de la nueva estación Vialia. Aquella sustituía a la antigua estación salmantina, demolida a finales del siglo XX, como parte del proyecto de las Vialia, las estaciones con centro comercial que se iban a levantar por toda España y que la cartera del asturiano había llevado adelante.
La nueva estación, realizada bajo un proyecto del arquitecto Antonio Fernández Alba, supuso un cambio importante. Acabó con la gran plaza exterior que había tenido siempre la estación ferroviaria antigua, levantada en 1973. Y añadió el concepto de centro comercial, de ocio y supermercado que todavía mantiene y que se fue extendiendo por otras ciudades a partir de un contrato de Adif con una promotora.
La obra la promovió Necsa y consiguió varios premios por el desarrollo de los más de 30.000 m2 de su superficie que combinaba, casi por primera vez en España, el espacio para trenes y viajeros con la parte comercial. Su coste rondaría los 80 millones de euros con la inflación actual, todavía muy lejos de las cifras que se manejan para el proyecto de Valladolid, presupuestado en más de 250 millones y que apuesta por una estación vanguardista, como lo fue en su día la apuesta arquitectónica del Vialia de Salamanca.
Álvarez-Cascos, uno de los políticos más enérgicos de su época, ejercía un perfil incisivo que podría asemejarse, con todas las distancias ideológicas, al que ejerce ahora Óscar Puente. Famoso fue su apelativo de 'doberman del PP', y el vallisoletano ha sido en cierto modo ese azote del Gobierno y del PSOE hacia la oposición.
En activo hasta hace poco con su propio partido, Álvarez-Cascos regresó ese mismo año a Salamanca para inaugurar un tramo de la A-62, una de las autovías que por entonces faltaban todavía en la provincia y que constituían el combustible del proceso de anuncios políticos e inauguraciones en la que se puede enmarcar la sonora cifra de la nueva estación de Valladolid.
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