Otra mirada a Salamanca (V). El Arrabal

La quinta otra mirada a Salamanca nos lleva a ese barrio entre lo nuevo y lo viejo. El Arrabal, lo que antiguamente eran las afueras, terreno para ganado, y que ahora es un pequeño rincón de rincones, con mucha tradición y leyenda. El Arrabal es el guardián del Puente Romano y de la ribera del Tormes. Uno de los pocos barrios de la ciudad con iglesia vieja y nueva. La primera, para el culto; la segunda, como punto de encuentro y ensayos para muchos cofrades que, al llegar la Cuaresma, abren las puertas de ese templo entre árboles para portar las diversas andas y pasos que allí se guardan.

Al otro lado de la carretera, el barrio propiamente dicho. Edificios de todo tipo, con pequeños rastros de las casas más antiguas. Parques vacíos, carteles de «Se vende» o «Se alquila» tanto en los balcones modernos como en viviendas con la ropa tendida en la puerta. La bajada desde el parque de la trasera del Parador te lleva a calles que confluyen en la plaza de Poniente o en la iglesia vieja. En la mencionada plaza, al caer la noche y subir el frío, la luz y el calor salen de una churrería con buen goteo de clientes desde primera hora de la tarde.

El Arrabal es la diferencia entre lo que suena y lo que es. Suena a leyenda por el Lazarillo de Tormes, a tradición por el Lunes de Aguas, a fiesta por ser un lugar de privilegio para ver los fuegos artificiales en junio y septiembre y a Semana Santa cuando se tiñe de blanco y de Amor y Paz cada Jueves Santo. Pero una vez pasan todos estos sonidos, el silencio, la calma y el abandono vuelven a esa parte de la zona arrabalera donde no sale la Catedral de fondo.

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