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La costumbre le quita valor a las cosas. Los salmantinos estamos acostumbrados a caminar por la Rúa o la calle Compañía, a las dos catedrales juntas, a encontrar la rana casi sin mirar o nos podemos llegar a saber el número de las conchas de la famosa casa situada a la sombra de las torres de la Clerecía. Por eso, de vez en cuando, merece la pena hacernos una visita turística para recordar o redescubrir esos lugares y sorprendernos con rincones que nuestra rutina entre monumentos nos había ocultado.
El azul, el verde y el dorado se mezclan a orillas del Tormes, donde algunos se decantan por un banco para entregarse a la lectura. Pero tenemos más rincones primaverales, como en la propia Plaza de Anaya, donde podemos jugar con el punto de vista para poner la torre de la Catedral entre flores rojas. O el más tranquilo, estudiado y leído, el Huerto de Calixto y Melibea. Un buen sitio para perderse, aunque sin tomárselo demasiado en serio, como el dueño de las llaves del coche al que avisan en un cartel puesto en el Albergue de Peregrinos.
Zona histórica, y la Historia hay que estudiarla. Jóvenes y no tan jóvenes aprovechan los rayos de sol de la mañana para coger energías a las puertas de las diversas bibliotecas, aularios y facultades repartidas por el Barrio Antiguo. Pero no todos están de exámenes. Cada cierto tiempo, las charangas, los disfraces y el alcohol se convierten en las señas de identidad de las fiestas estudiantiles de la facultad correspondiente, que recorren la zona anunciando que ese día los estudios quedan a un lado para una parte del alumnado.
Los grupos de turistas también nos dejan imágenes curiosas. Un Patio Chico completamente vacío bajo el sol del mediodía, con un amplio grupo de jóvenes sentados a la sombra de la entrada de la Casa Lis, esperando su turno para disfrutar de uno de los museos más visitados de la ciudad. Un poco más adelante, en la calle Tentenecio, por donde Aníbal entró, suben y bajan numerosos grupos. Hay que tener en cuenta que este es el punto de acceso a la ciudad de los turistas que vienen del parking de autocares situado abajo, en la plaza del Mercado Viejo. En el camino de vuelta a los buses, las señoras con las bolsas llenas de productos típicos se mezclan con la que lleva su bolsa al contenedor. Unas acaban su visita, otra acaba su mañana.
Para terminar, un ejemplo de lo que suele acontecer en el centro histórico de Salamanca. En el Patio de Escuelas, pasada la una de la tarde, Fray Luis extiende la mano sobre una plaza vacía. Un momento de paz y silencio hasta que, un minuto después, el Patio de Escuelas aparece lleno de visitantes. Un minuto entre el silencio y la «invasión» turística. Instantes fugaces a los que agarrarnos para volver a descubrir y disfrutar lo nuestro.
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