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Miguel Gosálvez en su estudio en Salamanca. Álex López

La rebeldía del cómic underground en Salamanca: memoria y legado de los 80

El dibujante salmantino Miguel Gosálvez Mariño recuerda los primeros pasos del cómic underground, la influencia de Barcelona en los 70 y la importancia de crear sin miedo al juicio

M.J. Carmona

Domingo, 24 de agosto 2025

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Hablar con Miguel Gosálvez Mariño es entrar en un relato vivo, lleno de recuerdos, saltos temporales y reflexiones sobre lo que significa dibujar. Comenzó firmando como Oso y su trayectoria se despliega entre fanzines, ilustraciones, cómics y proyectos que nunca han dejado de beber de un mismo principio: la libertad creativa. «Me he liberado del qué dirán», asegura. Y en esa frase condensa la filosofía de un autor que ha hecho del cómic y la ilustración una forma de vida, siempre en busca de autenticidad.

Gosálvez recuerda con claridad sus primeros pasos, cuando en el colegio llenaba los márgenes de los libros con pequeños dibujos inspirados en Forges, o cuando descubrió en la escuela de pintura que el óleo no le alcanzaba para expresar lo que quería. Fue entonces cuando el cómic se abrió como un territorio nuevo, cargado de posibilidades narrativas. La influencia de un amigo, coleccionista de tebeos y discos de rock, terminó de empujarle hacia ese universo. «Si te gusta escribir y dibujar, ¿por qué no haces cómics?», le dijeron. Y desde entonces el camino quedó marcado.

El suyo es un recorrido inseparable del cómic underground. A finales de los setenta, Barcelona se convirtió en el epicentro de esta corriente que conectaba con Nueva York y que transformó radicalmente el panorama artístico. En esa explosión cultural, marcada también por la música del Velvet Underground y por un ambiente de rebeldía política y social, el joven Gosálvez encontró un lenguaje propio. «Barcelona era la ciudad más moderna del mundo», recuerda. Allí el cómic se mezclaba con la literatura, la música y la contracultura, generando una energía que lo empujó a experimentar sin límites.

A la vez, en 1969, pero en Béjar, nacía el fanzine de Tranki Cómic en plena efervescencia contracultural y que todavía reivindica como símbolo de resistencia creativa. Historietas donde se narra la historia del país y, sobre todo, la suya y la de sus colegas. «Éramos chiquillos que queríamos divertirnos y necesitábamos libertad». Estuvieron hasta el 87. Más tarde aprovechando el tirón digital encontró una nueva vía, se publicaron las tiras de él y otros colaboradores en 'Béjar Información' del 98 al 2002, para continuar de manera online hasta 2022.

En toda su trayectoría no ha dejado de aprender ni de experimentar, incluso ahora: «tiene más sentido porque tengo todo el día para hacer y aprender cosas que me encantan», confiesa. En su taller, rodeado de dibujos nuevos y viejos, insiste en que el error es parte del proceso: «A veces lo que parece una chapuza acaba dándote una alegría inesperada». Para él, solo quien se libera del miedo al juicio y se atreve a probar combinaciones inexploradas puede alcanzar la originalidad. Esa búsqueda, dice, es la que de verdad da satisfacción.

Su relación con Salamanca ha sido también parte de ese recorrido vital. Tras dejar Béjar, la ciudad se convirtió en su base de operaciones, primero como dibujante publicitario y diseñador gráfico, después como ilustrador que nunca abandonó el cómic, aunque fuera en paralelo a otros trabajos. «Yo siempre mantuve el cómic al lado, aunque no de forma profesional», cuenta. Ahora que está jubilado vuelve a la carga, con más tiempo y libertad absoluta.

Más allá de sus proyectos, Gosálvez se muestra inconformista con la manera en que la sociedad actual se relaciona con el arte. Critica la falta de apoyo a los creadores y la tendencia al aislamiento: «Antes, en los ochenta, éramos un grupo; ahora cada uno va a lo suyo». Echa en falta espacios de encuentro y diálogo donde compartir obras y emociones sin la rigidez de las exposiciones oficiales. Su propuesta es clara: recuperar el espíritu de comunidad, del arte como conversación.

La charla avanza entre anécdotas de viajes, reflexiones sobre fotografía, literatura y música, y una idea que atraviesa toda su obra: crear es una forma de vivir en libertad. La experimentación no es solo un recurso técnico, sino una actitud vital que lo ha acompañado desde sus primeros trazos hasta hoy. «Yo no quiero ser de los elegidos ni de los virtuosos», repite. «Quiero simplemente expresarme, disfrutar del dibujo, seguir aprendiendo cada día».

En tiempos donde el éxito parece medirse en cifras y reconocimiento, Miguel Gosálvez Mariño reivindica el valor de la búsqueda personal y honesta. Sus palabras, cargadas de vitalismo y lucidez, recuerdan que el arte no se trata de alcanzar un lugar de prestigio, sino de transitar un camino de exploración constante. Y que, al final, lo único que importa es esa sensación íntima de libertad que surge cuando se crea sin miedo.

Consejo a jóvenes artistas

El consejo que ofrece a los jóvenes artistas va en esa línea: experimentar sin miedo, dibujar libremente, buscar disciplina y rigor, pero sin que se conviertan en una cárcel. «Lo importante es sentirse liberado», insiste. «Cuando dejas de preocuparte por hacerlo todo bien, cuando dejas de pensar en el éxito, entonces empiezas a disfrutar de verdad del proceso creativo».

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