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En los próximos meses, los miles de visitantes y salmantinos que pasean cada día por la Plaza Mayor de Salamanca tendrá un medallón más que admirar. Una responsabilidad enorme que ha recaído en un artista que conoce a la perfección como aflorar, esculpidos de la propia piedra de la plaza, nuevos personajes históricos que afloran de las mismas entrañas del monumento. Unamuno, Nebrija y ahora Alfonso IX tienen su firma.
Óscar Alvariño es, con certeza, el escultor con más experiencia reciente en la plaza, al menos, en lo que a los medallones se refiere. Desde hace más de 30 años los ha tallado. En su historial están los de Unamuno (1986), Elio Antonio de Nebrija (1992), Fernando VI, Alfonso XII, la Primera República y Don Juan de Borbón (todos de 2005), los últimos realizados. Son un buen número de los 88 que adornan las enjutas de sus arcos y que recogen la efigie de monarcas, militares, escritores, artistas, arquitectos y músicos. De ellos, 66 están labrados y otros 22 se encuentran vacíos, y el del rey leonés que fundó la Universidad de Salamanca será el próximo.
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El artista madrileño ha sido el elegido para tallar la efigie del próximo inquilino de la Plaza Mayor. Ha habido que esperar cerca de cinco años desde que, antes del 800 aniversario de la Universidad, se anunciara la incorporación del que fuera su impulsor. Ha costado tiempo, pero esta semana se ha anunciado el resultado del concurso para completar el proceso. Por un lado, se abrió una convocatoria pública y, por otro, se cursó invitación a artistas.
Concurrieron trece propuestas y, tras un intenso debate, el jurado se decantó por el diseño presentado por Alvariño. Con seis medallones en su haber, podría haber existido alguna preferencia, pero nada más lejos: no fue uno de los invitados y el concurso fue a sobre cerrado y de forma anónima. Las propuestas estaban identificadas exclusivamente bajo un lema, garantizando de esta forma el anonimato de los autores.
«Tenía el medallón modelado desde que se anunció en prensa la convocatoria del concurso», comenta en conversación telefónica. Madrileño, tiene su taller en Manzanares El Real, pero vivió en Salamanca tres años y fue profesor de la escuela de artes y oficios en la ciudad y en Zamora.
Sobre su propuesta, recuerda que según las bases la técnica es libre, podría adoptar forma o estética moderna, pero se pide que sea adecuado para el lugar, algo que comparte. «Entiendo que la Plaza Mayor tiene un lenguaje iconográfico que no debe cambiarse y por eso aposté por este proyecto», comenta. Se reserva su opinión sobre algunos medallones que se tallaron en estilos más alejados de lo que marca el entorno.
Ya está decidida su ubicación, completará el Pabellón Real, a la izquierda del Ayuntamiento porque se ha decidido colocarlo en la zona de las artes y el conocimiento por su vinculación al estudio salmantino, y no en el pabellón real. El pabellón elegido, es el lateral de los 'sabios', escritores y músicos, donde ya talló el de Miguel de Unamuno, su primer medallón.
«Era muy joven y, aunque ya tenía premios, trabajar en un lugar que es un monumento Patrimonio de la Humanidad es algo que sobrecoge. En su momento me emocionó y me sigue emocionando a pesar de que tallar allí va a ser difícil, en piedra, con frío y en un andamio», dice. Y es que, precisamente porque sabe a lo que se enfrenta, conoce las dificultades que le esperan.
En las próximas semanas, el artista tiene previsto concretar el encargo con los responsables de la convocatoria, en este caso, el Ayuntamiento de Salamanca. Hay que redactar un contrato y establecer los plazos, que son de tres meses a partir de la firma de todo el 'papeleo'. En este caso la burocracia tiene importancia y determinará el desarrollo del trabajo del artista una vez se reciba.
Alvariño explica que, en los seis casos anteriores, talló el medallón correspondiente directamente de la piedra que hay en las orlas que existen sin ocupar. El caso reciente del medallón de Franco podría hacer pensar lo contrario. La efigie del dictador se retiró en verano de 2017 después de tres días de trabajo y salió como una pieza, pero es que este era el único medallón de la plaza tallado al margen.
«La mayor característica de este trabajo es que hay que tallar in situ, con la piedra que hay en el sitio elegido, de la propia Plaza Mayor», dice Alvariño. En las bases no está especificado el cómo y habrá que decidirlo. Reconoce que trabajar en el taller y luego trasplantar la obra podría ser lo ideal, pero que no es lo que se ha hecho las últimas veces: todas las que ha esculpido hasta ahora han sido directamente en el monumento y pretende repetir. Y aquí reside la mayor complicación.
«La piedra franca de Villamayor no se presta al tallado de escultura, es una lotería. Te puede tocar una piedra muy buena como la que salió para Don Juan o una malísima», explica, algo que ha sufrido él mismo igual que otros artistas. «En el caso de Alfonso IX, el mayor reto es que, si la piedra es buena, es un medallón muy barroco, pero si la piedra da problemas, hay que simplificar cosas», explica. Trabajará con su equipo para las primeras fases, pero la parte decisiva es del escultor. Se hace tanto de día como de noche, para conocer la incidencia de la iluminación que lleva cada medallón en el aspecto de la obra.
Óscar Alvariño
Artista
Para ejecutar el trabajo se va a basar en la experiencia de 2005, cuando hizo cuatro medallones de golpe para el 250 aniversario de la Plaza Mayor. «Esperaría a que pase el frío, tallé allí bajo cero a Nebrija y Unamuno y es horroroso», al contrario que los del 2005, que pudo hacer entre junio y septiembre. Después, largas horas de trabajo subido a un andamio, como Miguel Ángel alumbró la Capilla Sixtina.
«Trabajando a tope y si todo sale bien, son 40 días de sol a sol. No es un problema de horas, a los periodistas os gusta saber el tiempo, lo que pesa... esto es otra cosa, depende de la piedra», comenta. «Depende de la piedra, pero dos meses no te los quita nadie». De sus anteriores experiencias, recuerda la hepicondilitis de su brazo izquierdo después de tallar 15 horas diarias. Lo da por bueno con tal de regresar a un lugar «que ya es como muy mío, porque he pasado muchas horas allí. Me siento muy charro».
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