Tiendas de reparaciones, el antídoto contra la cultura de usar y tirar que crece en Salamanca
Ordenadores, ropa, maletas, electrodomésticos, bicicletas y un sin fin de productos consiguen alargar su vida gracias a las reparaciones, que permiten vivir de ello a muchos pequeños negocios de la ciudad al tiempo que evitan la generación de muchos residuos
Durante décadas nos hemos instalado en la cultura del usar y tirar. En pro de una supuesta comodidad individual, nos acostumbramos a no pensar en el antes y el después de los productos que consumimos. Como si surgieran de la nada y se esfumasen de la misma forma, sin dejar ni rastro.
Sin embargo, la obtención de las materias primas y su transformación para fabricar esos objetos conlleva el gasto de muchos recursos y energía. Y cuando los desechamos estamos generando ingentes cantidades de residuos que muchas veces son imposibles de reciclar o que, en caso de que sean susceptibles de pasar por este proceso, requieren de nuevo el gasto de mucha energía para lograrlo.
En los últimos meses, los países de la Unión Europea están trabajando en negociaciones sobre la nueva normativa de ecodiseño que busca alargar la vida útil de toda clase de productos y fomentar su reparación para reducir su impacto ambiental. Entre otras medidas, plantean que los fabricantes de electrodomésticos estén obligados a facilitar la reparación de electrodomésticos hasta 10 años después de su fabricación. Que las baterías de los móviles sean más fáciles de sustituir. Incluso que al comprar un aparato la etiqueta determine su capacidad para ser reparado.
La reparación se impone como una importante herramienta de sostenibilidad. Pero también es una forma de ganarse la vida. En Salamanca hay numerosos talleres de reparación de ordenadores, automóviles, electrodomésticos, teléfonos móviles, relojes, bicicletas y calzado. También existen tiendas y personas dedicadas a los arreglos de ropa. Y se mantienen en el tiempo porque existe mucha demanda.
Aprender a reparar ropa en casa
Para muchas generaciones, reparar y alargar la vida de los objetos era algo natural. Muchas de estas labores se hacían en casa, pero ese conocimiento se ha ido perdiendo con el modelo de consumo actual. Así lo entiende Ángela Cacho, de Elegante Conciencia, una academia de costura en la que no solo se enseña a coser, sino en la que se promueve la sensibilización sobre el enorme impacto ambiental y social que tiene la moda rápida o fast fashion.
Un buen número de sus alumnas (sí, ellas son una abrumadora mayoría frente a algún alumno), acude con el deseo de aprender las destrezas básicas para subir los bajos, cambiar una cremallera o hacer pequeñas reparaciones. También hay quien quiere aprender a reestructurar y actualizar prendas o aprender a hacer sus propias prendas y patronaje. En ambos casos ya no resulta tan sencillo y requiere de más tiempo.
Ángela destaca que elaborar una prenda nueva no es igual que compararla. En las cadenas de ropa barata se adquieren artículos con una vida breve con los que no se genera un vínculo. Sin embargo, cuando se cose una prenda adaptada a la persona, se aprende a valorar cada aspecto relativo a ella y el esfuerzo que requiere. Deja de verse como algo para usar y tirar. Se aprovecha durante mucho más tiempo y se cuida más.
Este aprendizaje también sirve para que nos preguntemos por qué la moda es tan barata: quién paga la diferencia de precio entre las horas de trabajo que lleva y los pocos euros que nos piden a cambio. «Son personas que no vemos porque están al otro lado del mundo, pero sufren explotación», denuncia.
No se puede cargar el peso de toda esa culpa al consumidor. Hacen falta regulaciones políticas reales para poner coto a la situación, algo que no se ha conseguido por la presión de los grandes lobbies del sector, insiste.
Para la responsable de Elegante Conciencia, las tiendas y personas que se dedican a hacer arreglos de ropa en general en Salamanca «cobran un precio muy barato por estas reparaciones». Como el coste de las prendas nuevas es muy bajo porque no se respetan los derechos laborales de las personas que las fabrican, el arreglo se hace en función de lo que cuestan en la tienda y no realmente del trabajo que lleva dejarlas como nuevas o perfectamente adaptadas. Además, lo que al usuario de esos servicios puede parecerle sencillo, como estrecharla, puede requerir desmontar la prenda entera.
La manera en la que cuidamos la ropa también tiene mucho que ver con el tiempo que nos puede durar. Por ejemplo, lo habitual es que la lavemos mucho más de lo que realmente es necesario. Ese proceso acorta mucho la vida de las prendas, las deteriora.
Se calcula que en España se producen en torno a un millón de toneladas de residuos textiles al año, más de 20 kilos por persona. De ellos apenas se recoge para su reciclaje un 10%. Ángela Cacho recuerda que además, por la mezcla de materiales con la que se fabrican los tejidos, estos resultan en muchas ocasiones imposibles de reciclar. Por eso, además de durante la fabricación, cuando desechamos una prenda se genera un alto impacto ambiental.
La conciencia ambiental o social no es la primera causa que mueve a las personas que llegan a Elegante Conciencia con ganas de aprender a coser. «Muchas veces empiezan porque recuerdan que en su casa se hacía y se ha perdido», explica. Otras se trata de gente muy práctica que quiere apañarse sola con las reparaciones más comunes. Las menos son las que lo hacen por una cuestión ideológica. En cualquier caso, cada vez hay más interés por aprender a coser y el boca a boca es el estímulo que hace que poco a poco se acerquen más personas.
Respecto a los perfiles, son de lo más diverso, desde chicas muy jóvenes, de 18 o 20 años con ganas de hacerse sus arreglos a mujeres mayores que lo toman más como un entretenimiento.
El falso mito de que tu ordenador se quedó obsoleto
Sebastián Herrero lleva 14 años reparando ordenadores en App Informática. Más o menos los mismos que el equipo informático que él mismo tiene en la tienda para trabajar. «Si quieres puedes mantenerlo muchos años. Mucha gente quiere tener lo último pero no hace falta», asegura.
Según él, la idea de que tu ordenador se ha quedado desactualizado y necesitas comprar otro es un mito. Como lo es que hay que gastar mucho dinero en uno para que dure más tiempo. Para un uso normal, asegura que con 400 euros se puede adquirir uno que puede durar salvo que necesites trabajar con AutoCAD o Photoshop que necesita otros requisitos. Y cuando se cuidan los equipos duran.
En la actualidad los discos son más rápidos que hace unos años, los portátiles se fabrican de forma que resisten mejor los desplazamientos y aunque están en continua evolución, no dejan de servir y pueden repararse.
Las tecnologías han mejorado, pero los arreglos ahora son más complicados que antes. Por ejemplo, antes el kit de teclado de un portátil se cambiaba en 15 minutos. Ahora requiere de un proceso de desmontaje que se puede prolongar durante dos o tres horas. Lo mismo pasa con las pantallas. Antes se retiraba el marco y se podía sustituir, mientras que ahora está pegada y necesita más trabajo.
Quizá la nueva normativa que se ponga en marcha para reparar estos aparatos obligue a hacer más sencillos algunos de estos procesos. En ámbitos cercanos, como sucede en el caso de las baterías de los móviles, parece que sí se está avanzando para que se pueda sustituir de forma más fácil.
A lo largo de estos 14 años de trabajo, Sebastián afirma que la demanda de reparaciones se ha mantenido más o menos constante. Ni la crisis ni el compromiso ambiental de los ciudadanos parecen haber incidido en el flujo de trabajo, que es bastante alto y que le da más rendimiento económico que la venta de ordenadores.
Sin embargo, piensa que muchas personas no reparan por desconocimiento. Tienen interiorizado que si algo se estropea es más caro reparar que comprar uno nuevo y lo tiran cuando eso no es cierto.
El experto hace hincapié en la importancia de reparar para evitar impactos ambientales, explotación laboral y distintos grandes problemas en otros países como consecuencia no solo de la fabricación, sino de la extracción de materias primas como el coltán. Según diversas organizaciones a favor de los derechos humanos, producir un kilo de este material le cuesta la vida a dos personas en el Congo, algo que nadie piensa al comprar un móvil o un ordenador.
Por eso, además de reparar y alargar la vida de los equipos es importante reciclar. Sebastián explica que cada 15 días le recogen en su tienda todo el material estropeado para darle una segunda vida. Eso incluye teléfonos móviles que también recoge con este fin. Él mismo anima a las personas que tienen celulares viejos olvidados en el fondo de un cajón a sacarlos y llevarlos a reciclar.
Oficios en peligro de extinción
A Antonio Sánchez Torrecilla le conocen todos los zapateros de Salamanca. Él no arregla zapatos, sino maletas, bolsos y mochilas. Pero muchas veces llegan a su establecimiento, Bol-Plax, en la avenida de Filiberto Villalobos, personas con alguno de estos artículos estropeados, derivadas por sus zapateros de confianza. Es como si el médico de atención primaria los hubiera derivado al especialista.
Nada menos que 47 años de experiencia avalan el buen hacer de Antonio, por ello no es de extrañar que sea tan conocido en el sector, pese a que él asegura no conocer a tantos zapateros.
Por su tienda han pasado muchas generaciones de clientes. A algunos los ha visto nacer, crecer, casarse y tener hijos, asegura. «Han cambiado de perfil, pero siguen siendo los mismos», bromea. Pero los jóvenes son los que le dan más trabajo. Nota mucho el trasiego de estudiantes, a los que en sus viajes se les estropean las maletas y las mochilas, pero que en verano desaparecen de Salamanca. Cuando acaba el curso, lo nota mucho.
En cualquier caso, trabajo no le falta. En su taller, perfectamente etiquetadas esperan a ser recogidas muchas maletas ordenadas. Pero lo que más entran son mochilas y bolsos, asegura.
«Cada vez las cosas son de peor calidad», explica. Antes los materiales de los bolsos no se pelaban como ahora. Tampoco se abrían tanto las cremalleras. Están hechos para no durar. Pero él sabe alargarles la vida.
No obstante, esas deficiencias actuales le complican la tarea. No es fácil renovar las piezas que se deterioran, como la parte de debajo de las asas, detalla. Lo que más se estropea son las asas telescópicas de las maletas. También las ruedas que «no valen para nada» porque también cada vez se hacen con peores materiales. Y aunque lleva el servicio oficial de alguna marca, afirma que tiene que insistir a los comerciales y muchas veces exigir cambios porque no le llevan los repuestos más duraderos a los que está acostumbrado.
Los clientes vuelven a llevar nuevos objetos a arreglar a su tienda, donde también cambia pilas y correas de relojes. Él está convencido de que eso es, entre otras cosas, porque consideran que el arreglo es barato.
Antonio sabe mucho del oficio. En su taller llegó a tener hasta 15 empleados fabricando bolsos. Pero por distintas razones perdió la ilusión y decidió dedicarse solo a las reparaciones. Asegura que le gusta mucho hacerlo y en ocasiones enseñó a algunas aprendizas. Alguna de ellas siguió haciendo arreglos al menos durante un tiempo en su propio establecimiento. Hace tiempo que no tiene constancia de que ninguna siga en activo «y lo que no se practica, se olvida». Por eso, cuando él no esté, no se sabe quién tomará el relevo de este oficio en Salamanca.
De su familia, solo a un hijo le gusta meterse en el taller y ponerse a cambiar piezas, pero es inspector de policía y no vive en la ciudad. De momento él no tiene intención de dejarlo. Le gusta lo que hace y se ve al pie del cañón hasta el final. A lo mejor lo de alargar la vida de cosas es el secreto para tener vitalidad para la suya propia.