España tiró 2,8 millones de toneladas de comida a la basura en 2023
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A nivel mundial se desperdician 1.000 millones de comidas diarias y al mismo tiempo 783 millones de personas pasan hambreNecesitas ser registrado para acceder a esta funcionalidad.
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«Con el hambre que hay en el mundo…». Concretamente, 783 millones de personas que pasan hambre en todo el planeta, según Naciones Unidas. Esta frase se escucha mucho en la mesa del comedor o la cocina cuando quedan sobras en el plato y suele ir acompañada de «aquí no se tira nada». Pero se tira y mucho: 2.895.272 de toneladas. Esta es la cifra de comida que en 2023 acabó en los cubos de basura de los españoles, unos 61 kilos por persona.
No es un problema único de España, de hecho estos números están por debajo de la media europea, según Eurostat. «El desperdicio de alimentos es una tragedia global», advierte Inger Andersen, directora ejecutiva del Programa de Naciones Unidas para el Medioambiente (Pnuma). Los datos globales, fechados a cierre de 2022, apuntan a que se tiraron a la basura 1.050 millones de toneladas de residuos alimentarios, incluyendo partes no comestibles. «Esto supone unos 1.000 millones de comidas diarias», denuncian los autores del Índice de desperdicio de alimentos. Aunque los datos pueden ser mayores, porque las estadísticas de algunos países tienen baja calidad.
Esto supuso que casi una quinta parte de los alimentos disponibles acabó en vertederos o se le dio una segunda vida a través del compostaje. Pero, asegura el Pnuma, el problema está detectado, ya que el 60% de los desperdicios se produjo en los hogares, mientras que los servicios de alimentación son responsables del 28% y el comercio minorista lo es del 12% restante.
En apenas tres años, el último índice de desperdicio alimentario de Naciones Unidas fue publicado en 2021, la cifra ha crecido casi un 13% al pasar de los 931 millones de toneladas de desperdicios alimentarios tirados a la basura en 2019 a los 1.050 millones de toneladas actuales. «Los países tienen amplio margen de mejora», advertía el departamento liderado por Andersen. Una frase que se repite tres años después, aunque añaden que «se siguen careciendo de sistemas adecuados para realizar un seguimiento del progreso hacia el cumplimiento del Objetivo de Desarrollo Sostenible 12.3 de reducir a la mitad el desperdicio de alimentos para 2030, particularmente en el comercio minorista y los servicios alimentarios».
A pesar de la baja fiabilidad de algunas cifras, el Pnuma es optimista en cumplir con la senda de metas acordadas en la Agenda 2030. «Si los países dan prioridad a esta cuestión, pueden revertir significativamente la pérdida y el desperdicio de alimentos y acelerar el progreso hacia los objetivos globales», apunta Andersen.
Sin embargo, sólo cuatro países del G20 (Australia, Japón, Reino Unido, Estados Unidos) y la Unión Europea tienen estimaciones de desperdicio de alimentos adecuadas para seguir el progreso hasta 2030. El resto o están difusos o, directamente, no los tienen planteados.
1.050 millones de toneladas
de alimentos acabaron en la basura en 2022
El problema del desperdicio alimentario «no es sólo de países ricos, también se da en países pobres», apunta el Índice de desperdicio de alimentos del Pnuma. Según estos datos, los niveles medios observados en los países de ingresos altos son «tan solo 7 kilos per cápita superiores a los estados con ingresos medianos y bajos».
«Esto no es solo un problema importante de desarrollo», recuerda Andersen. «También está provocando costes sustanciales para el clima y la naturaleza». El desperdicio alimentario no solo genera un agujero en la economía mundial -se estima una pérdida de 368.000 millones de euros cada año, según la FAO- sino también en la lucha climática.
El despilfarro alimentario supone una huella de carbono de 3.300 millones de toneladas de gases de efecto invernadero expresadas como CO₂ equivalente (CO₂e), «aproximadamente unas 30-35 veces la emisión de gases de todo el parque móvil español en un año (considerando una media de recorrido anual de 25 000 kilómetros por vehículo)», según datos del catedrátido de Ingeniería Química de la Universidad de Santiago de Compostela, Gumersindo Feijoo Costa. «Generan entre el 8 y el 10% de las emisiones globales anuales de gases de efecto invernadero (GEI) –casi cinco veces las del sector de la aviación–», apostillan los investigadores del Pnuma.
Pero no es el único golpe al medioambiente. En términos de huella hídrica, el volumen de agua anual utilizado en la producción de alimentos de origen agrícola que se pierde o desperdicia es de 250 km³, «lo que equivale a tres veces el caudal anual medio del río Nilo o a 13 veces el caudal anual medio del río Ebro», advierte Feijoo Costa en su investigación. «Son impactos innecesarios que se pueden resolver», destaca Andersen.
De momento, tan solo 21 países han incluido la reducción de la pérdida o el desperdicio de alimentos en sus planes climáticos nacionales. «El proceso de revisión de estos planes en 2025 brinda una oportunidad clave para aumentar la ambición climática integrando este factor», advierte el Pnuma. «Los alimentos tienen que alimentar a las personas, no a los vertederos», recuerda Andersen.
A principios de este año, el Gobierno rescató una normativa que fue aprobada en la pasada Legislatura en el Congreso de los Diputados, pero quedó archivada por la convocatoria de elecciones el pasado verano. Así el proyecto de Ley de Prevención de las Pérdidas y el Desperdicio Alimentario vuelve a iniciar su recorrido por las Cortes para luchar contra el despilfarro alimentos en España.
Una ley que, según el ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación, Luis Planas, se resume en «aquí no se tira nada». La norma contempla la obligación para el sector productor y el de la distribución, de donar los excedentes de alimentos que estén en condiciones de consumo. Además, según el ministro se trata de «una ley pedagógica que trata de informar y prevenir ese desperdicio alimentario». También recoge la obligatoriedad para todos los agentes de la cadena alimentaria de tener un plan de prevención de pérdidas y desperdicio con el que evalúen dónde se producen más pérdidas de alimentos y se implementen medidas para minimizarlas.
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