Según los cálculos más recientes de Naciones Unidas, la ganadería es responsable cada año de la emisión de 6,2 gigatoneladas de CO₂ equivalente. Para comprender el alcance de esta cifra, es el 12% de todas las emisiones que la actividad humana lanzó a la atmósfera en 2015. Si no se cambia el rumbo, estas emisiones podrían estar en las 9,1 gigatoneladas para 2050.
Son las cifras que arroja el más reciente cálculo de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), que las acaba de presentar en la COP28 en su informe 'Pathways towards lower emissions', que evalúa las emisiones de metano y otros gases de efecto invernadero asociadas con los sistemas de producción ganadera y aborda vías potenciales y factibles para reducirlas
«El ganado tiene un papel vital para proveer de nutrientes esenciales y soportar los medios de vida y resiliencia de numerosas familias y comunidades en todo el mundo», reconoce Maria Helena Semedo, directora general adjunta de la FAO, en la introducción del informe. Aun así, apunta, si no se hace una gestión correcta de ese recurso su impacto en el medioambiente puede ser negativo. Puede ser un acelerante que el cambio climático no necesita.
El reparto de la tarta de las emisiones de la ganadería no se reparte de forma proporcionada entre las diferentes especies analizadas. El estudio de la FAO ha estudiado el papel que tienen el calentamiento global ganado vacuno, caprino, ovino, avícola, cerdos y búfalos, teniendo también presentes sus productos derivados. El vacuno es el más contaminante: el 62% de todas las emisiones vienen de ahí, unas 3,8 gigatoneladas por año. Le siguen los cerdos, con el 14% de las emisiones; los pollos, con 9%; los búfalos, con el 8%; y los pequeños rumiantes, con el 7%.
Igualmente, el reparto tampoco es equivalente en todos los productos que se extraen de estos animales. En la comparativa entre carne, leche y huevos, la carne supone dos tercios de todas las emisiones, un 67% de ese total. Entran en este cálculo, eso sí, todas las especies analizadas. Muy por detrás quedan la leche, con el 30% de las emisiones, y los huevos, con el 3%.
De dónde vienen las emisiones
La ganadería genera emisiones directas, que son las que ocurre en la granja con el propio proceso de alimento y crianza de los animales, pero también indirectas. De estas últimas, unas llegan en los procesos previos, derivadas de las necesidades de alimentación del ganado, o del uso de la tierra, y otras después, con el procesado o transporte de los productos ganaderos. En porcentajes, las emisiones directas del sector suponen el 60% del total y las indirectas el 40%.
La alimentación del ganado es, más allá de una de esas vías indirectas, uno de los puntos de contención. Un tercio de las emisiones totales viene justamente de la producción, procesado y transporte del alimento para animales, que además se alimentan de pastos y hojas que el 60% de los casos los seres humanos no podrían comer.
Abordar el problema y encontrar posibles soluciones es importante, porque se espera que la demanda de proteína animal vaya en aumento. En 2050, será un 20% más que en 2020, impulsada por el aumento de la capacidad de consumo de la población global. Por ejemplo, se espera que la demanda de carne por persona en África suba en, justamente, ese 20% con una subida de la población entre 2020 y 2050 del 80%. Esto es, no solo se comerá más carne, sino que lo hará más gente en esa región. Aun así, sería simplificar demasiado pensar que el problema del futuro consumo de proteína animal está en esta región. Como recuerda la FAO, África en 2050 será solo el 10% de su consumo global.
De hecho, ahora mismo, por áreas, el 42% de las emisiones de la ganadería llega desde regiones con economías de ingresos medios-altos, el 26% de bajos-medios, el 21% altos y el 7% de bajos.
La industria ganadera produce ahora mismo 810 millones de toneladas de leche, 78 de huevos y 330 de carne, según los cálculos de la FAO, que suponen 85 millones de toneladas de proteínas de «alta calidad». El 21% de todas las calorías vienen de estos animales. La FAO también reconoce que para muchas familias y para muchas comunidades la ganadería es un elemento esencial de su economía y supervivencia. Al mismo tiempo, sin embargo, es fundamental reducir esas emisiones que estos animales generan.
Cómo cambiar el rumbo
Si algo deja claro el informe, es que no existe una solución mágica y que no puede aplicarse la misma respuesta a todas las áreas y todas las explotaciones ganaderas. Como señala Semedo en la presentación del informe, las soluciones propuestas tienen «potencial para ofrecer múltiples beneficios para la gente y para el planeta, pero necesitan inversiones en el sector para reducir las brechas de eficiencia, mientras responden a una demanda global en aumento de proteína animal».
La FAO habla de varias líneas posibles para cambiar rumbo. La primera está en modificar el consumo de proteína animal, aunque su informe recuerda que pensar en un cambio de dieta global e inmediato está simplificando lo que supondría. Reducir el desperdicio alimentario —la FAO calcula que se pierde a nivel global el 14% de los alimentos, aunque un estudio de McKinsey hablaba a principios de año del 40—, mejorar la productividad del ganado y elegir razas con menos emisiones o cambiar la dieta de los animales podría ayudar.
También haría que el ganado viviese mejor y de manera más saludable. No es solo una cuestión ética, sino una de lo más pragmático. Un ganado más sano es uno también con menos emisiones de carbono. A eso suman ideas como diseñar los campos de cultivo con la huella de carbono en mente —que haya árboles ayuda a reducirla y protege los pastos contra las condiciones climáticas extremas—, apostar por una bioeconomía circular, usar energías limpias en la ganadería o cambiar cómo se gestiona el estiércol también tiene un impacto.
Cambiar el rumbo es importante para el planeta en general y para la ganadería en particular. El cambio climático es un factor de riesgo para su productividad, porque a medida que se van haciendo más graves y dramáticos sus efectos también van aumentando los daños colaterales que debe afrontar. Un elemento básico como es el alimento para animales está en peligro por las sequías, los cambios de temperaturas o los niveles de dióxido de carbono en la atmósfera, lista el informe. Hacen que la calidad del forraje descienda, que las cosechas sean peores o que su disponibilidad se convierta en limitada.
Incluso, las altas temperaturas crean estrés para los animales y para los trabajadores que se encargan de cuidarlos, lo que a su vez aumenta los costes del proceso. En peligro está, al final, la calidad de la proteína animal, su seguridad, su apetencia o su coste. También lo que el informe llama su «aceptabilidad social».
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