Siddhart Kara
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Siddhart Kara
«La minería del cobalto en Congo carece de límites morales»Necesitas ser registrado para acceder a esta funcionalidad.
Las modernas formas de explotación humana son el campo de investigación del periodista estadounidense Siddharth Kara. 'Cobalto rojo. El Congo se desangra para que tú te conectes' (Capitán Swing), su última publicación, aborda las consecuencias sociales y medioambientales de la minería en el corazón del continente africano. Su periplo por la región congoleña de Katanga, con los mayores recursos de este raro metal azulado, desvela la estrecha relación entre nuestros modos de vida y la miseria de decenas de miles de adultos y niños implicados en su extracción.
-Congo es un país inestable y peligroso, y las minas son difícilmente accesibles. ¿Cómo llegó a la zona de extracción, en la región sudoriental, y pudo volver para contarlo?
-Efectivamente, es un país en el que concurren muchos agentes armados, desde el Ejército a múltiples milicias y seguridad privada. Yo viajé construyendo relaciones con comunidades locales y generando una atmósfera de confianza con sus líderes.
-¿Por qué es tan importante el cobalto?
-Se trata de un componente fundamental de las baterías recargables de iones de litio, esenciales para el funcionamiento de teléfonos inteligentes, aparatos informáticos y vehículos eléctricos, es decir, elementos claves de nuestra vida cotidiana. El 75% de los recursos procede de Congo y las condiciones de extracción son brutales.
-En el libro menciona una minería convencional y otra artesanal, ¿en qué se diferencian?
-Las diferencias no son muy claras. Las corporaciones utilizan procedimientos industriales con grúas y maquinaria pesada y el componente artesanal se refiere a la labor de miles de personas, los más pobres del mundo, que trabajan con palas. La verdad es que no hay diferencias significativas porque todo lo que sale acaba en el mismo saco.
-¿De qué manera se lleva a cabo esa extracción?
-La minería industrial del Congo crea minas del tamaño de una pequeña ciudad, genera hoyos gigantes que se ven desde el espacio. Hay trabajadores con cascos y uniformes y, alrededor, miles de compañeros excavando sin equipos de protección afanándose por uno o dos euros diarios. Ellos son los que proporcionan el cobalto.
En su libro retrata un país que experimenta un 'boom' demográfico y que alcanzará los 200 millones de habitantes dentro de 40 años, cuando se agote esta explotación descontrolada de sus recursos. El panorama que describe resulta apocalíptico.
-Congo está todavía en la época colonial. Los poderosos, en su búsqueda insaciable de materias primas, se lo han llevado por delante. Es rico en recursos minerales y, sin embargo, uno de los más pobres del mundo. No hay transparencia ni ningún estándar de dignidad o humanidad. Si se encontrara cobalto bajo el suelo de Madrid se regularía su extracción, si se talara un árbol se plantaría otro y no se conculcaría la dignidad de la población desplazada. En cambio, la vida de los congoleños no tiene ningún valor, sólo importa el metal que yace en el interior de la tierra. La minería carece de límites morales.
-Anticipa una catástrofe.
- Estamos en la senda de un apocalipsis, de un infierno sobre la faz de la Tierra. Los recursos se consiguen de forma violenta, destruyendo el entorno. ¿Qué va a quedar después? A la gente no le ha llegado el beneficio económico y no habrá ningún medio de supervivencia.
-Hace hincapié en el trabajo infantil.
-Hablamos de niños de 7, 8 o 9 años cubiertos con polvo tóxico al tacto y la respiración. Emplean sus manos sin guantes durante 10 o 12 horas diarias en la minería en vez de ir a la escuela y disfrutar de su infancia, pero su trabajo supone la diferencia entre comer o no. Se trata de generaciones sin educación que no llegarán a la adolescencia, que sufrirán la exposición al cáncer, a enfermedades neurológicas y respiratorias. Su presente y futuro resulta desolador. Incluso he visto excavando a mujeres con bebés a la espalda. Es una realidad que me parte el corazón. Al Norte global no le importan estos pequeños, podría invertir parte de sus ingresos en construir colegios y centros de salud y no lo hace.
-¿Qué papel juega China en este negocio?
-China domina la cadena de suministro. Hace ya más de quince años que fueron conscientes de su estratégica importancia y pusieron en práctica una estrategia para hacerse con su dominio. Ahora controlan el 70% de la producción de cobalto, el 80% del refinado y el 50% de la generación de baterías para dispositivos. La falta de previsión ha supuesto un fracaso clamoroso para Estados Unidos y Europa. Desgraciadamente, al gigante asiático no le importan los derechos humanos ni los desastres medioambientales. También se cuestiona el rol de Ruanda, que parece lucrarse de la minería ilegal en el vecino país. Eso sucede en la región oriental de los Kivus donde se extrae tantalio, estaño y oro, minerales necesarios para la elaboración de microprocesadores. La dinámica es similar, basada en la corrupción y la violencia de milicias que obligan a trabajar a la población y envían el producto a Ruanda.
-¿La Administración se inhibe?
-Los gobernadores son parte del problema. Fomentan la falta de transparencia y la corrupción. Los dirigentes mantienen el sistema facilitando el acceso de las firmas. Todos meten mano en la olla de oro y, al final, están los ciudadanos.
- La puesta en marcha de yacimientos genera enormes desplazamientos humanos.
- Las mineras pagan al Gobierno a cambio de territorios del tamaño de una pequeña ciudad. La concesión más grande tiene la superficie de Londres. Los oficiales reciben pagos y miran hacia otro lado ante las prácticas ilegales y nocivas. Se hacen hoyos inmensos, se deforesta y se contamina porque resulta caro llevar los residuos tóxicos a una planta de reciclado. Pero allí eso no importa porque Congo no importa y los africanos tampoco a la economía global. Nada ha cambiado desde la época colonial y si hallamos un tesoro volvemos a aquel periodo. Las personas y el medio ambiente sobran, tienen menos valor que tú y yo. El ejército moviliza a la gente y no hay forma de pedir justicia.
- ¿Cómo luchar contra esta lacra?
- Esta cadena de suministro no seguiría adelante si las empresas tecnológicas y los gobiernos occidentales quisieran actuar. Hay que difundir el conocimiento, que se sepa este horror, lo que realmente acontece sobre el terreno, y no dejarse embaucar por una propaganda que te incita a comprar y comprar, a que actualices tu móvil cada año y, de esta manera, a proseguir con el saqueo. Si no nos dejáramos seducir por el consumo, podríamos contribuir a reducir la demanda.
- Pero existe una cierta ley del silencio alrededor de este fenómeno.
- Parte de esta situación deriva del discurso empresarial que dice que todo está bien, que ellos cumplen con los derechos humanos y que los problemas los tiene el rival. Nos cuentan esto y lo creemos. La verdad ha de salir del terreno con testimonios en primera persona. Cuando el mundo tenga el conocimiento y requiera cambios, las empresas se verán obligadas a cambiar. Ahora domina el silencio y la ficción porque hay en juego tantísimo dinero.
El libro de Sidhart Kara, Cobalto rojo, editado por Capitan Swing en España.
- El presidente congoleño, Felix Tshisekedi, prometió cambios y más justicia cuando llegó al poder.
- Creo que es el mejor líder que ha tenido el país desde su independencia, pero no hay forma de dar vuelta a la corrupción. Lucha por conseguir más transparencia y contratos más ventajosos para los trabajadores, aunque es difícil que los recursos beneficien a las personas. No lo va a conseguir porque hay demasiadas presiones en contra.
- Su investigación ha recibido críticas que la tachan de aplicar 'una mirada demasiado blanca'.
- ¿Mirada blanca? No soy blanco. Es una acusación ridícula. Creo que hay personas que no quieren que la verdad salga a la luz, que desean que el status quo permanezca. Yo he documentado e investigado el problema. Los congoleños pierden cuando se dice que los periodistas que denunciamos hemos hecho un mal trabajo.
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