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Susana Chillida, en su casa cerca de Madrid. Virginia Carrasco
«Mi madre era esencial en la vida de Eduardo Chillida y él lo sabía»

«Mi madre era esencial en la vida de Eduardo Chillida y él lo sabía»

Susana, hija del escultor, publica unas memorias personales y familiares en las que rinde un homenaje al artista y su mujer, Pilar Belzunce

Martes, 1 de octubre 2024, 00:40

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Fue la sombra de Eduardo Chillida. Pilar Belzunce, la mujer del genial escultor, conoció al artista cuando ella tenía quince años. Entonces esa adolescente no quería compromisos fuertes, aspiraba a divertirse y bailar, pero con el paso del tiempo se convirtió en su factótum, su mano derecha, la persona que le daba que aliento y le apoyaba sin vacilaciones. Era ella quien se ocupaba de las cuentas, del dinero, de custodiar su obra y cuidar de los detalles prácticos.

«Al principio nadie quería tratar muchos asuntos con una mujer, como las exposiciones, la parte material y económica, así como la intendencia, pero pronto se dieron cuenta de que si querían algo de Chillida no les quedaba más remedio que hablar con ella», dice Susana Chillida, hija del matrimonio y autora del libro 'Una vida para el arte. Eduardo Chillida y Pilar Belzunce, mis padres' (Galaxia Gutenberg), que acaba de llegar a las librerías después de un esforzado trabajo de documentación.

Susana Chillida, psicóloga, fotógrafa y cineasta, no es la primera vez que aborda la vida de sus padres. Lo hizo primero como autora de varias películas documentales y ahora desgrana sus recuerdos por escrito sobre la vida de sus progenitores, para lo cual ha desempolvado viejos papeles y fotos para contar con hondura y sentimiento las vicisitudes de esa relación, que ella concibe como una gran historia de amor. «Todo empezó con un pacto cuando los dos eran muy jóvenes. Mi padre decidió dejar los estudios de Arquitectura y encarrilar su vida como escultor. 'Si tú me sigues...'. Dos años después, se casaron y emprendieron una aventura intelectual y artística que los hizo inseparables. Chillida, que nunca quiso saber nada de dinero y nunca llevaba un céntimo en el bolsillo, delegó en Pilar Belzunce la gestión de sus asuntos. Siempre quiso que el arte y el dinero permanecieran confinados en departamentos estancos.

Ese papel de estar siempre a la vera del genio nunca supuso para Pilar Belzunce un desdoro. «Jamás ejerció un papel vicario. Ella era fundamental. Mi padre era muy inocente y convencional en muchas cosas». Prueba de ese rol protagonista es que los dos, codo a codo, levantaron el Chillida-Leku, el caserío-museo donde el escultor quiso que se alojaran sus obras. Belzunce también comprendió que cualquier cosa dibujada por su marido debía guardarse, de modo que rescató muchas obras suyas que hoy no se conocerían.

Montaña de Tindaya

Según su hija, Chillida nunca entendió la acritud con que fue recibido su proyecto de acometer el vaciado de la montaña de Tindaya, en Fuerteventura, un empeño con el que pretendía instalar dentro una especie de catedral laica en forma de cubo de 50 metros de alto por 50 de ancho. La iniciativa chocó con la desidia burocrática y la oposición de los movimientos ecologistas. «Aquí se malentendió todo. Se le achacaron cosas terribles, como que quería matar la montaña. Esas cosas pueden hacer mucho daños a las personas inocentes y sensibles, y a mi padre se lo hizo».

En el París de los años cincuenta se interesó por el arte primitivo y observó con desconfianza el de las vanguardias. A su vez, mantuvo siempre una viva curiosidad intelectual que le llevó a acercarse a pensadores como Heidegger o Cioran, poetas como Clara Janés o Jorge Guillén, creadores como Calder, Chagall, Braque, Giacometti o Wifredo Lam, a mecenas como Aimé Maeght, aunque fue con Joan Miró con quien mantuvo una amistad íntima que iba más allá de lo artístico.

Con Jorge Oteiza mantuvo un enfrentamiento encarnizado que solo se esfumó cuando murió la esposa del primero, Itziar Carreño, ocasión que aprovechó Pilar Belzunce para enviar una carta al artista e intentar sellar una reconciliación. «Le dijo que él era la única persona a la que Chillida de verdad había odiado y que no quería morirse con ese peso».

Para Susana Chillida, si su padre apostó por materiales como el hormigón y el hierro fue porque nunca le gustó lo fácil. «Cuando la gente se dio cuenta de que era muy bueno, pensó que lo que hacía quizá no era arte. Por eso empezó a esculpir con la mano izquierda, con el fin de que la emoción fuera por delante».

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