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La historia de las leyendas, los rumores y los relatos de la propaganda ha corrido paralela a la gran historiografía, asegura el profesor de la Universidad Complutense David Hernández de la Fuente. Desde Herodoto y Tucídides hasta los cómics de superhéroes del siglo XX, «la gran Historia con mayúscula, con su pretensión de registro memorable de los hechos más importantantes, convive en su relato, presidido por el 'logos', con ciertas historias con minúscula, pero no por ello menos importantes, relatos menores, anécdotas, opiniones y cuentos que rozan de cerca el discuso y el pensmaiento en torno al 'mythos'», expone De la Fuente, doctor en Filología Clásica e Historia Social de la Antigüedad, que acaba de publicar '100 fragmentos del mundo clásico' (Ariel), una obra que arroja luz sobre la siempre conflictiva relación entre la verdad histórica y la verdad 'contada'.
Sirva el ejemplo de Herodoto para transitar «por la delgada línea roja» se separa el mito de la realidad. Considerado como el «padre de la historia», también fue «el padre de la mentira», o «como diríamos hoy, de la desinformación», dice Hernández de la Fuente. Recuperado por el público y por los comentaristas, no por casualidad, durante el Renacimiento y la conquista de América, otra época de grandes relatos, Herodoto imprimió «carácter literario» a su historia, «imbricada en las estructuras de la gran comedia humana: amor, celos, traiciones, venganzas y pasiones en un marco histórico».
El oráculo de Delfos, donde Pitia, la sacerdotisa de Apolo, entraba en trance, poseída por el dios, para responder todas las preguntas; los centauros, esos seres híbridos de humanos y equinos; los gobernantes como Augusto, Gengis Kan o Catalina II la Grande, o las expediciones del siglo XIX, que redescubrieron Egipto, Oriente Medio o la India para los occidentales, condensan en el libro de De la Fuente la esencia del vínculo entre la realidad y el mito.
Las referencias entre mitos, historia y memoria, representadas sobre todo por Grecia y Roma hace más de 20 siglos, «sentaron las bases de la ciudadanía, las identidades y las sensibilidades que definen nuestras sociedades occidentales», señala el profesor. Y en cualquier caso, la suma de todo ello, realidad y mito, genera, a juicio del autor, «un sentimiento de valores y emociones compartidas por un grupo con continuidad histórica, llámese cultura o civilización». Porque la civilización es, en el fondo, «un cúmulo de ideas en las que refugiarnos en momentos de duda o crisis, una inversión segura a la hora de frecuentar a los mejores maestros de la historia y la literatura clásica».
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