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Hace poco más de medio siglo, en los años 60, la isla de Fernando Poo y la zona continental de Río Muni eran dos provincias españolas como cualquier otra de la península, un rincón de África al que España había llegado dos siglos antes. Pero al contrario que con América, el recuerdo de este pasado colonial está casi olvidado. «Tal vez el motivo de que hayamos dado la espalda a Guinea Ecuatorial sea el miedo a aquello que no llegamos a comprender del todo. Y lejos de ser una amenaza, la cultura bubi de la isla, como la de cualquier etnia bantú, es una fuente maravillosa de inspiración», cuenta el escritor y conferenciante Andrés Pascual (Logroño, 1969), que recupera el esplendor, y la miseria, de aquella época en la novela 'El árbol de las palabras' (Espasa).
Igual que el árbol al que acuden los protagonistas a escuchar a los abuelos y a dirimir conflictos, el vínculo de Pascual con Guinea tiene raíces muy hondas. «Mis bisabuelos y abuelos maternos vivieron en Fernando Poo veinte años, en las décadas de los 20 y 30 del siglo XX, y siempre tenían una anécdota para contar. Mi bisabuelo David fue subgobernador y curador colonial, el defensor de los derechos de los nativos, y mi abuelo Gonzalo llevó a mi abuela Carmen —con dieciocho añitos— a esta isla africana en la que nació su primera hija», recuerda el autor. «Sus historias de África despertaron mi vena viajera y, con el tiempo, fueron el germen de esta novela, que sin ser un libro de recuerdos de familia, sí lleva impresa «su espíritu aventurero y muchas enseñanzas para salir adelante en la selva de la vida», agrega Pascual.
Siguiendo la huella de sus abuelos y en busca de escenarios, el escritor recorrió Bioko, la antigua Fernando Poo, una isla que también funcionó como presidio para los convictos españoles. «Enviarlos a Guinea era peor que una sentencia de muerte, ya que el clima y las malas condiciones de vida les torturaban durante meses antes de matarlos», señala el autor.
Se transporta Pascual en su libro a la Guinea de 1884, «aquel tiempo en el que vivir era una heroicidad, sobre todo por el azote de la malaria, que sigue siendo endémica», profundiza. Una heroicidad encarnada por personajes reales como el aventurero vitoriano Manuel Iradier, que se convierte en coprotagonista de 'El árbol de las palabras'. «El explorador vasco es un héroe olvidado que merecía ser rescatado, un erudito que, siendo muy joven, fundó la sociedad La Exploradora y superó mil escollos para dar salida a su pasión», explica.
Apadrinado por Henry Morton Stanley, el viajero más grande su tiempo («doctor Livingstone, supongo»), Iradier se embarcó en una expedición por la zona colonial de Guinea y pasó meses haciendo incursiones en la selva él solo hasta que las fiebres lo colocaron al borde la muerte. «La historia encumbra a exploradores como Stanley, que logró hitos memorables, pero que tenía un lado perverso, y olvida a otros, como Iradier, que lo sacrificó todo para vivir en consonancia con sus sueños», indica Pascual, que encaja con maestría la trama novelesca en los acontecimientos reales del final del siglo XIX.
«La política colonial española en Guinea fue muy desafortunada. Francia y Alemania buscaban apropiarse de territorios que pertenecían a España por antiguos tratados, pero que nunca habían sido ocupados. In extremis, Madrid envía una expedición para lograr adhesiones de tribus a la soberanía española. Y entretanto, los misioneros desarrollaron su propio plan de colonización. Todos iban por libre, sin un plan ni una apuesta clara», añade el autor.
A su trama novelesca y al rigor histórico 'El árbol de las palabras' incorpora una lectura más, una reflexión sobre el papel europeo en África, con el debate sobre la descolonización de los museos encima de la mesa. «Es importante ampliar el relato, de forma que en los museos se muestre el contexto político y las sensibilidades de las comunidades de origen, además de explicar el contexto cultural, y no como una imposición, sino desde el convencimiento de que es la mejor forma de llegar a entender las obras en profundidad», subraya Pascual, que en estos años ha desarrollado su faceta de conferenciante y referente en el bienestar y en la felicidad de las organizaciones.
Tras su éxito con 'El guardián de la flor de loto', la novela que lo puso en primera línea en 2007, y después de una incursión en el misterio con 'A merced de un dios salvaje' y 'El beso del ángel', el escritor retorna ahora a la novela histórica, el género que tantas alegrías le ha dado con 'El haiku de las palabras perdidas' o 'Taj', con la que logró el prestigioso premio Alfonso X El Sabio.
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