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Dina Boluarte, tras recibir el mandato del Congreso para dirigir Perú. afp
«¿Cuántas guerras hemos perdido porque nuestros presidentes nos han traicionado?»

«¿Cuántas guerras hemos perdido porque nuestros presidentes nos han traicionado?»

Dina Boluarte encara el triple reto de hacer que Perú supere el sainete autogolpista de Castillo, enderezar la economía y ser la primera jefa de Gobierno de un país con un grave problema de machismo

m. pérez

Jueves, 8 de diciembre 2022, 14:32

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«¿Cuántas guerras hemos perdido porque nuestros presidentes nos han traicionado? ¿Cuántas situaciones de desarrollo no se han emprendido porque más pudo el tema de la corrupción?» Con estas palabras, Dina Boluarte Zegarra ha estrenado su cargo como nueva jefa de Gobierno en Perú en sustitución de Pedro Castillo, que ha pasado su primera noche en prisión tras un rocambolesco autogolpe de Estado que este miércoles le condujo del Palació de Gobierno a una celda en el penal de Barbadillo.

Boluarte acomete una tarea titánica. Debe devolver la credibilidad a un Ejecutivo que ya estaba en horas bajas antes del sainete de la asonada, y a un Congreso con un índice de impopularidad ciudadana del 80% debido a su ineficacia y al hecho de nadar en un mar de coímas. La nueva jefa del Ejecutivo debe también reducir la crisis que sufre Perú y, más en concreto, acortar la creciente brecha entre clases sociales y sofocar el hambre entre las familias más pobres. La inflación está disparada y los precios se han desmesurado. El fantasma de no llegar a fin de mes se ha hecho material.

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Es cierto que Castillo ha impulsado ligeramente el empleo y realizado intervenciones puntuales como la supresión del impuesto a los alimentos básicos o una subida del ingreso mínimo de las familias. Pero no ha logrado implementar planes económicos a largo plazo ni levantar la industria agropecuaria, básica en la mayoría de los distritos. La carestía de la vida sube, los sueldos no. Miles y miles de peruanos se declaran asfixiados en su economía doméstica. Castillo no ha podido arrojarles un salvavidas, ocupado en efectuar cuarenta cambios de gobierno en dieciséis meses y lidiar con constantes acusaciones de corrupción, cohecho y favoritismo. Otro récord como el de pasar en tres horas del despacho presidencial a una celda. El humilde maestro llegó el 28 de julio de 2021 al palacio de Gobierno de Lima casi a lomos de un caballo jaleado por la gente y anoche esa misma población le insultaba al paso de la comitiva veloz en que abandonó la sede oficial con su familia.

Boluarte tiene que hacer olvidar rápidamente a su país, y al resto de América, la bufonada del autogolpe, y afrontar simultáneamente el reto de ser la primera presidenta de un país azotado por el machismo. La radiografía del informe de Aministía Internacional al respecto es claro. Cada día cuatro menores de 15 años dan a luz en Perú, 146 mujeres fueron víctimas de feminicidio en 2021 (diez más que el año anterior) y, atención al trágico dato, otras 12.948 desaparecieron de la faz de la tierra. Ningún gobierno peruano ha reconocido hasta ahora las desapariciones forzosas como episodios de violencia de genero, pese a ser de dominio público que el final de muchas de ellas acaba en la violación y el asesinato. En el plano económico, el informe refleja que el empleo tambien creció más en el colectivo masculino (15%) que entre las mujeres (8%).

Boluarte nació el 31 de mayo de 1962 en Chalhuanca, una humilde capital de la provincia de Aymaraes asentada a 3.000 metros de altura en la cordillera de los Andes. Tiene 28.000 habitantes que viven de los escasos recursos de la agricultura, la ganadería y la minería. Poco a poco, van arañando algunos ingresos del turismo de naturaleza. La nueva presidenta es abogada. Estudió en la Universidad privada San Martín de Porres, fundada por los dominicos en Lima. Trabajó dieciocho años entre leyes, se especializó en Derecho Notarial y Registral y a partir de 2015 fue nombrada responsable de una de las muchas oficinas del Registro en el entorno de la capital.

Asalto a la política

Tres años más tarde intentó su primer asalto a la política. Izquierdista sin filiación, se presentó a la alcaldía de Suquillo. Obtuvo poco más del 2% de votos. En 2020, ya dentro de las filas de Perú Libre, el partido de Castillo, volvió a intentarlo en las elecciones parlamentarias. Tampoco hizo grandes logros. Pero a la tercera, en 2021, ganó a bordo de la candidatura presidencial del profesor y ahora exmandatario preso.

Como es tradición en la política del país andino, Boluarte ha sido objeto de acusaciones de distinto tipo. Una de ellas fue la de lavado de activos durante la campaña electoral de Perú Libre. También se dirime estos días el alcance de una denuncia por posible incompatibilidad de cargos y el pasado agosto rozó el larguero de la impopularidad cuando realizó una encendida defensa de Yenifer Paredes, cuñada de Pedro Castillo, condenada a prisión preventiva mientras se la investiga por presuntos delitos de lavado de fondos, tráfico de influencias y organización criminal. En su primer acto público como mandataria ha prometido «luchar contra la corrupción» y culminar su legislatura en 2026. No obstante, las dudas subsisten. Los politólogos se dividen entre quienes están convencidos de que aguantará y los que pronostican una inminente convocatoria de elecciones generales.

Los peruanos apenas la conocen. Fue nombrada vicepresidenta y minista de Desarrollo e Inclusión Social en julio de 2021. Hace unas semanas, el 25 de noviembre, renunció al cargo ministerial. Antes chocó con el partido y su secretario general, Vladimir Cerrón Rojas, a raíz de unas declaraciones suyas en enero en las que aseguró que «nunca he abrazado el ideario» de Perú Libre. Explicó que se había presentado en su candidatura porque creía en el programa de la formación de izquierdas en materia de Sanidad, Educación y desarrollo de infraestructuras. El partido la expulsó como afiliada.

El notable desconocimiento popular sobre Boluarte obedece en gran medida a que su figura política e institucional ha sido opacada por estos conflictos internos, pero sobre todo por la acaparadora sombra de Pedro Castillo y sus no menos absorbentes conflictos de Estado. Los escándalos, las dimisiones, los ceses y los nuevos nombramientos con los que los peruanos se han despertado prácticamente uno de cada quince días han sido mucho más jugosos que la retórica habitual institucional. A la nueva presidenta se la recuerda hoy porque cuando su jefe se enfrentó a la anterior moción de censura, ella dijo que sí él se iba, ella dejaría también su cargo. La realidad demuestra que la política es grouchiana y lo que se dijo ayer, no sirve mañana. Aunque es cierto que, en la ocasión anterior, a Castillo no le dio por abofetearse en su propia cara con un golpe de Estado sin red.

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