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El tradicional optimismo chino se está desvaneciendo. Zigor Aldama
La economía china se resfría, ¿contagiará al resto del mundo?
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La economía china se resfría, ¿contagiará al resto del mundo?

El crecimiento chino cae, los inversores se van, las exportaciones se enfrían, el ladrillo se tambalea y el tradicional optimismo social cambia. El gigante arranca un cambio de ciclo

Miércoles, 28 de agosto 2024

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Una de las cosas que más me sorprendió de China en las dos décadas que pasé allí fue el optimismo con el que la población encaraba el futuro. Marcaba un fuerte contraste con la sensación generalizada en Occidente de que las nuevas generaciones vivirán peor que sus predecesoras. Y había razón para ese triunfalismo: si unos padres que habían alcanzado la juventud durante la Revolución Cultural (1966-76, el baby boom español) ganaban 150 euros al mes, muchos hijos multiplicaban por diez, o más, esos ingresos. Y la segunda potencia mundial continuaba creciendo e innovando.

Ahora, sobre el papel, las estadísticas dibujan un aterrizaje suave de la economía. China crece menos, pero crece. Y es lógico, porque ya es una potencia tecnológica capaz de rivalizar con Estados Unidos. Sin embargo, hay un elemento emocional, dificilmente cuantificable, que también ha cambiado: los jóvenes empiezan a ser más pesimistas. «La gente joven ha comenzado a ahorrar como sus padres porque tiene miedo a perder el trabajo», me comenta una treintañera desde Shanghái. «Llevo un año tratando de vender el piso que en 2017 compré por 2,5 millones de yuanes (324.000 euros) en Nanjing y la única oferta que me ha llegado ha sido por 1,5 millones (192.000 euros)», cuenta otra, reflejando la preocupación en el sector inmobiliario, que acapara el 70% de la riqueza de los hogares. Ella decidió no vender, pero al final el comprador logró un apartamento similar por 1,48 millones.

Todo apunta a que la economía del gigante asiático se ha resfriado, y que ya no es tan atractiva para los inversores extranjeros, que buscan la antigua pujanza china en otros países, como Vietnam o Indonesia. Algunos temen que esta situación se contagie al resto del mundo, otros consideran que es una etapa lógica en el desarrollo de cualquier lugar. En cualquier caso, supone la confirmación de un cambio de tendencia sustancial. Ahora, China teme caer en la trampa de las rentas medias y no alcanzar el nivel de las rentas altas antes de que su población envejezca y encoja debido a la caída de la natalidad.

Por eso, hoy nos centramos en las muestras de flaqueza del dragón y en sus implicaciones para el resto del mundo.

Estos son los tres ángulos que abordaremos:

  • Si el dragón se resfría, ¿el mundo se contagia?

  • Vietnam toma el relevo.

  • India trata de cumplir su eterna promesa.

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  1. Imagen principal - Si el dragón se resfría, ¿el mundo se contagia?
    Economía global

    Si el dragón se resfría, ¿el mundo se contagia?

Sabemos que si Estados Unidos se resfría, es solo cuestión de tiempo que eso afecte a Europa. La última vez que sucedió fue en 2008, y es inevitable que vuelva a pasar. Al fin y al cabo, las crisis son cíclicas. Pero, ¿sucederá lo mismo con China? No hay consenso al respecto. Es cierto que la segunda potencia mundial ha adquirido un peso económico que no tenía hace solo un par de décadas, cuando le habría resultado imposible arrastrar consigo al resto del mundo en caso de debacle. Ahora, sin embargo, es una pieza clave de la globalización: la mayor potencia manufacturera y comercial del planeta, y un mercado clave para todas las multinacionales.

El 70% de la riqueza familiar está en el sector inmobiliario que ahora se tambalea. Zigor Aldama

El descalabro del gigante asiático se ha anunciado en multitud de ocasiones desde que se abrió al mundo en la década de 1980. No se ha materializado nunca. El Partido Comunista siempre ha tenido herramientas suficientes para evitarlo, incluso durante el gran pufo estadounidense de principios de siglo. No obstante, la situación ha cambiado: el consumo se resiente, al sector inmobiliario le tiemblan las piernas, los salarios se estancan y el paro juvenil alcanza niveles récord. Todo mientras la deuda -en todas sus variantes- crece.

El PIB, acostumbrado a expandirse en tasas de dos cifras, ahora sufre para subir un 5%. Es algo lógico cuando se alcanza un volumen como el de China. Pero hay razones para la preocupación. Por ejemplo, las exportaciones están dejando de ser el motor económico de antaño y ya suponen solo en torno al 20% del PIB. Por si fuese poco, los aranceles se multiplican y Josep Borrell, alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores, ya avanza que una guerra comercial puede ser inevitable.

Nudo de carreteras en Shanghái, reflejo de las impresionantes infraestructuras chinas. Zigor Aldama

Para muchos, esto no es más que una nueva normalidad que acabará encontrando su equilibrio; para otros, es el augurio de un período negro que impedirá al país comunista superar a Estados Unidos como primera potencia, un hito que estaba previsto para esta década. Muchos previeron un 'boom' tras la pandemia, y se produjo. Pero también creyeron que China retomaría el ritmo anterior al covid dada la coyuntura global, y eso no se ha producido.

No obstante, las posibilidades de que todo esto nos salpique son reducidas. Y la principal razón de ello es que, a pesar de que es un formidable coloso económico, en muchos aspectos el segundo país más poblado del mundo es una isla. Las instituciones financieras y económicas operan en un ecosistema propio e incluso las empresas locales tienen una exposición al exterior sustancialmente inferior a las de otros países. Eso explica, por ejemplo, que el colapso de una gigantesca inmobiliaria como Evergrande apenas haya tenido impacto fuera de China. Y lo mismo sucedió con los batacazos de las bolsas en 2015. A todo ello se suma una divisa con una circulación global muy inferior a la del peso específico del país. El yuan está incluso por detrás del yen japonés.

China ha sacado de la pobreza extrema a 800 millones de personas, pero muchos aún viven con lo mínimo. Zigor Aldama

A pesar de todo, no hay muchos estudios sobre el impacto que una crisis china podría tener en el resto del mundo. Los economistas de EY son los más pesimistas y calculan que cada punto de caída en el crecimiento de China se traduciría en 0,3 puntos de reducción de la expansión estadounidense. Otros afirman que sería mucho menor, aunque Japón y la eurozona lo sufrirían algo más. Sobre todo por los productos que adquieren los chinos.

En cualquier caso, las turbulencias económicas internas impulsarán un mayor intercambio con el resto del mundo, por lo que no hay que temer a roturas en cadenas de suministro como las que afectaron a todo el planeta durante el covid o incrementos de precio. Si acaso, dada la sobrecapacidad de la superpotencia, sucedería lo contrario. De hecho, ya se siente cierta deflación en algunos sectores industriales.

El sector del lujo pierde fuelle en China. Las ventas de vino se han desplomado. Zigor Aldama

Por otro lado, Pekín ha pasado de cero a cien en cuestión de meses. De no permitir la entrada de nadie a ofrecer exenciones de visado a países -como España- a los que siempre se lo había requerido. Vuelven también los incentivos y las facilidades para la inversión extranjera. Pero el atractivo se ha reducido considerablemente y esa variable ha caído a mínimos no vistos desde 1993. En parte porque, tras su comportamiento durante la pandemia, ya no se considera a China un socio tan fiable y hay un movimiento que la evita para reducir riesgos.

Y en parte porque otros países asiáticos viven ahora una efervescencia como la de los años dorados de China. Así, lo que en su día se llamaba estrategia 'China+1' -diversificar e invertir tanto en China como en un país alternativo-, ahora en cada vez más casos es una estrategia sin China. Pero se equivocan quienes creen que el desacoplamiento supondrá la vuelta de sectores económicos deslocalizados a Occidente. Simplemente, irán a otros lugares.

  1. Imagen principal - Vietnam toma el relevo
    El sudeste asiático hierve

    Vietnam toma el relevo

La primera vez que visité Vietnam, en 2001, aún era difícil afirmar que el país estaba en vías de desarrollo. La gente allí sobrevivía, aunque ya empezaba a despuntar el potencial de la principal potencia de la antigua Indochina. Ahora, sin embargo, ciudades como Ho Chi Minh están infectadas por el mismo optimismo y la misma ebullición de China en la primera década de los 2000. Incluso los rascacielos crecen como entonces, y las multinacionales desvían hasta allí algunas de las inversiones que, en otra situación, habrían acabado en el gigante comunista vecino.

Solo ha pasado una década desde que se abrió el primer McDonald's en Vietnam. Ya hay más de 20. AFP

En general, el sudeste asiático hierve. Hasta allí viaja el capital de los sectores con bajo valor añadido, como el textil o el calzado, que resultan cada vez menos competitivos en China. Pero también industria y tecnología que busca diversificar sus bases. Así, las diferentes estimaciones de organismos internacionales apuntan a que este año Vietnam crecerá en torno al 6% -un punto más de lo que China se ha puesto como objetivo-, para apretar el paso hasta el 6,5% el año que viene.

En la última década, el país casi ha duplicado su renta per cápita hasta llegar a los 4.100 dólares, y McKinsey avanza que ese nuevo milagro económico llevará a más de la mitad de la población

a la clase media en los próximos diez años. New World Wealth coincide y afirma que en ese periodo la riqueza de Vietnam crecerá a la mayor velocidad del planeta. Es, como sucedió en China, fruto de una combinación ganadora de factores: salarios comedidos, una población joven muy trabajadora y en creciente formación, y el despliegue de políticas para atraer inversión. Eso y un optimismo que mueve a la acción, claro.

  1. Imagen principal - India trata de cumplir su eterna promesa
    El gigante que despierta ahora

    India trata de cumplir su eterna promesa

A principios de siglo se acuñó la expresión 'Chindia' para dar a entender que las economías de China y de India podían ser complementarias. Con el tiempo se ha visto que no es el caso, que ambas aspiran a ser dominantes y que, por lo tanto, son más rivales que socias. Hace dos décadas era difícil dar un duro por el país hindú, quizá el mayor desastre hecho Estado que existe en el mundo. Sigue siendo un caos, pero es cierto que, bajo la batuta de Narendra Modi, ha comenzado a desarrollar su potencial.

India debe mejorar sus infraestructuras para desarrollar todo su potencial. AFP

El primer ministro ultranacionalista tuvo claro que debía arrebatarle inversiones a China, y para ello creó el programa 'Make in India', que ha cosechado un éxito discreto. Ha logrado que algunos gigantes, como Apple, establezcan parte de sus operaciones en el país, sí, pero Modi también sabe que India no resultará suficientemente atractiva si no logra crear una red de infraestructuras mínimamente confiable.

Poco a poco, se han construido 400 millones de letrinas para que la gente no tenga que defecar al aire libre y aeropuertos y carreteras han ido mejorando, en algunos casos ya libres de vacas. Aunque está aún a años luz de China, el esfuerzo da sus frutos: en los últimos tres años el país ha crecido una media del 8,3% -muy elevada para países desarrollados pero no espectacular para los que aún no han llegado a ese nivel- y se espera que mantenga la velocidad en torno al 7%.

Pero para tener éxito de verdad debe lograr incrementar la renta de la población, su formación y, finalmente, su consumo. Porque si algo ha demostrado China es que depender en exceso del exterior para crecer es una fórmula que solo funciona a corto y medio plazo. A largo se debe crear un bienestar que se traduzca en un incremento de la demanda interna y en una satisfacción que dé una estabilidad que India está aún lejos de lograr.

Es todo por hoy. Espero haberte explicado bien algo de lo que está ocurriendo en el mundo. Si estás suscrito, recibirás esta newsletter todos los miércoles en tu correo electrónico. Y, si te gusta, será de mucha ayuda que la compartas y la recomiendes.

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